Capítulo 38: El castigo (I)

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—¡Venga ya! ¿Ahora sois amigos porque vuestras madres se llaman igual?

Abucheé a la pantalla y lancé un puñado de palomitas, indignada por la pésima trama de la película y aun así negándome a cambiar de canal. Un buen fan ve la película entera para poder criticarla en condiciones. Sin embargo, cuando recordé que aquel salón pertenecía al maniático de la limpieza de mi novio, me levanté farfullando para recoger el desastre antes de que él volviera, lamentando no tener su telequinesis para devolver las palomitas al bol sin moverme del sofá.

Bueno... Vale, no fue exactamente así. Ya que te lo cuento, pues te lo cuento bien. Lo cierto es que más bien rodé hasta el suelo y me comí las palomitas que había arrojado al televisor. ¡Regla de los diez segundos! Y si tú estuvieras ahí, habrías hecho lo mismo; ese suelo estaba tan limpio que se podía comer de él. ¡Literalmente!

Así que me comí las palomitas del suelo y me quedé ahí, tirada con el resto del bol, viendo la nefasta película y echándole en cara al televisor los errores imperdonables que el director había tenido al cometer el pretencioso error de querer hacer una película con combates muy épicos y esperar que a nadie le importara cómo se llegaba a ese punto. Estaba de esa guisa cuando Matt volvió del gimnasio, llenando el salón con el masculino aroma de su gel y la poco común imagen de él vestido con vaqueros y un jersey.

Avergonzada por estar viendo una película tan poco femenina, me lancé sobre el mando en un torpe y desesperado intento de cambiar de canal que acabó con la televisión apagada, con un disimulo propio de haber sido pillada viendo pornografía.

Pero Matt no dijo nada. Dejó el macuto de deporte en uno de los taburetes y se sentó en el sofá con gesto cansado. Tras una mirada que no supe interpretar, se tomó la molestia de ser algo más elocuente y dar un par de palmadas a su lado. Subí al sofá para sentarme junto a él, pero el fiscal tiró de mí para tumbarme con la cabeza en su regazo.

Mientras sus dedos se colaban entre mis rizos, fue él quien suspiró con pesadez. Había sido una semana muy dura tratando de buscar más pruebas en el caso de Honeycutt, dándose una y otra vez contra muros de indiferencia por parte de los antiguos compañeros del colegio, que se negaban a tomar partido en el juicio. Pese a que era sábado, había querido ir a entrenar para desestresarse y dejar en el gimnasio toda la frustración. Y yo no me atrevía a insinuarme para ayudarle a evadirse por miedo a que, en lugar de ayudar, le sumara más presión.

Me limité a restregar mi mejilla contra sus vaqueros como un gatito mimoso, satisfecha de poder darle algún tipo de alivio con mi compañía. Mis segundos de disfrutar de sus caricias acabaron bruscamente cuando el mando a distancia se elevó desde el suelo y encendió la televisión de nuevo, dejando en evidencia que estaba viendo una película de superhéroes.

—Puedes poner lo que quieras, ¿eh? Que no estaba viendo nada.

El mando voló hasta su sitio en la mesa y el bol de palomitas le imitó.

—Segundo aviso.

Me incorporé de un brinco, mirándole con sincera confusión. Al tercer aviso me castigaría y, créeme, no es tan divertido como suena. Matt era muy minucioso en todo lo que hacía, incluso en ser un completo sádico. Porque no te equivoques, no hace falta hacer daño a alguien para ser un sádico. ¡Y si no me crees, prueba tú a que te castiguen sin orgasmos!

—¡Pero si no he...! —salté a defenderme.

—Por mentirosa —me cortó antes de que cavara más profunda mi propia tumba—. El primero es por dejar todo tirado por el suelo. Y estoy haciendo la vista gorda con que estuvieras en el suelo, no tientes a la suerte.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora