Capítulo 47: El veredicto

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Canté victoria demasiado rápido, como de costumbre.

El custodio que había junto al juez se acercó a él para susurrarle algo. El juez asintió con la cabeza, permitiendo así que el hombre volviera a su posición.

—Señorita Beckett, no está autorizada para seguir utilizando magia en esta sala. Le tengo que pedir que cese o, de lo contrario, me veré obligado a expulsarla.

Abrí los ojos de par en par, sorprendida con la acusación. ¡Yo no estaba haciendo nada!

—De verdad que no estoy...

Pero mientras hablaba, la placa comenzó a soltar destellos erráticos, contradiciéndome.

—Señoría —saltó el abogado aprovechando su oportunidad servida en bandeja—. La señorita Beckett ha probado ser hija de un famoso mentalista. Como tal, no podemos descartar que esté usando, ya sea consciente o inconscientemente, dicho poder para afectar al jurado. ¡O a toda la sala incluso! El proceso judicial está viendo su integridad en peligro por su culpa.

—¿¡Qué!? ¡¡No!!

La indignación iba a hacerme soltar algo por lo que me habrían expulsado de allí sin lugar a dudas, pero Matt logró hacerse oír por encima de mis intenciones.

—Señoría, esa es precisamente la función de los custodios: garantizar que nadie es influenciado mágicamente durante el juicio. Dudo seriamente que el letrado esté insinuando que una bruja débil y sin formación en las artes arcanas tenga poder para superar a dos custodios y afectar a toda una sala.

El juez golpeó con su maza de nuevo, a todas luces cansado de aquellas riñas propias del instituto. Habría apostado a que él también tenía ganas de tirarle la maza a la cabeza al insoportable abogado de los Clearwater, que no desaprovechaba cada ocasión que surgía para interrumpir.

—Tenga o no poder suficiente, la testigo debe dejar de hacer magia en la sala.

—¡No puedo controlarlo! —protesté con impotencia, haciendo fluctuar el brillo de la placa una vez más—. Yo no he podido ir a un colegio de niños ricos como ustedes a aprender a usar mi poder, no tengo la culpa de no saber cómo...

—Señoría —interrumpió una vez más el abogado de los Clearwater—. Viendo que la testigo está incumpliendo el protocolo, rogamos que se la expulse de la sala y se la arreste por desacato.

—Señoría, la testigo no ha terminado de prestar declaración —saltó el fiscal—. Dada su situación excepcional...

—¡Me pondré un inhibidor!

Toda la sala se quedó en completo silencio, algunos observándome con expresión horrorizada. Diría que incluso el propio juez parecía sorprendido.

—Por favor, solo quiero testificar —le supliqué—. Los Clearwater llevan toda la vida silenciándome, no puede permitir que se sigan saliendo con la suya.

El juez me miró con seriedad unos instantes, valorando la petición. Finalmente se giró hacia Matt.

—Fiscal, ¿está de acuerdo con poner un inhibidor a su testigo?

Pero la oscura mirada de Matt estaba fija en mí. Su expresión neutral estaba grabada en piedra, pero supe que le preocupaba obedecer mi petición. Hice un leve asentimiento con la cabeza, casi imperceptible. Le había visto a él sufrir por llevarlo puesto, pero podía soportarlo. Solo unos minutos no eran nada con lo que había tenido que pasar Honey. Se lo debía.

Y si ese imbécil de Henry había podido llevarlo durante meses, yo no iba a ser menos.

—Sí, señoría. La fiscalía acepta los términos para que la testigo pueda seguir en la sala.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora