Capítulo 6: Los cuidados

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Normalmente amanecía con el móvil en la mano. De siempre me había gustado trastear en las redes sociales hasta tarde y ahora lo hacía porque me costaba coger el sueño. Así que mi primer reflejo al despertar fue cerrar la mano buscando el aparato, con un instintivo miedo a que se me cayera. Al no sentirlo cerca, abrí los ojos de golpe, mareándome momentáneamente por la falta de horizontalidad.

Estaba sentada en un sofá con una manta por encima y no fue hasta que vi a Dawlish en la cocina que recordé dónde estaba y por qué.

—Buenos días —dijo trayéndome una taza que olía tan deliciosamente que me hizo rugir el estómago.

—¿Puedes andar?

No sabía si estaba sorprendida o recelosa. Igualmente cogí la taza caliente que me tendió deseando entrar en calor. Aún sentía el cuerpo helado de dormir toda la noche descubierta, así que no debía de llevar demasiado bajo la manta. Debía de haberme tapado él al despertarse.

—Te dije que solo necesitaba descansar.

—Pero... Ah. Ya, cosas de magos...

En mi voz se filtró un mal disimulado rencor. Su sistema inmune era bastante mejor que el de un humano normal. Bien pensado había sido una estúpida al cederle la manta. Seguro que ni se habría resfriado durmiendo toda la noche al fresco.

Sin embargo, mi mal humor mañanero se derritió al ver el chocolate caliente dentro de la taza. No sabía por qué esta vez no me ofrecía café y tampoco me importó, iba a desayunar chocolate. Tras un lento trago, mi estómago estuvo lo bastante feliz y calentito como para obligarme a ser agradecida. A mi manera.

—Oye... Sobre lo de anoche...

—¿Dije algo inapropiado?

No pude evitar sonreírme. Cómo le gustaba esa palabra; todo parecía clasificarlo así. Quizás «bien» y «mal» quedaban fuera del alcance de un robot.

—No, no... —Tampoco hacía falta pasarse de sinceros, ¿no? No necesitaba saber la parte en la que me puso la cara en las tetas; sería lo más cómodo para ambos—. Es solo... ¿Estás bien? Te quedaste KO. A lo mejor deberías ir al hospital por si te golpeaste la cabeza o... No sé... —murmuré sin saber dónde estaba el límite apropiado para la preocupación.

¿He dicho «apropiado»?

Genial, me lo estaba pegando a mí.

—Fue por la pastilla. No acostumbro a tomar nada y esa fue especialmente fuerte.

Me encogí de hombros. Si él tuviera la regla, ninguna pastilla le parecería lo bastante fuerte. Pero no iba a hablar de ese tema con él, obviamente. Me limité a deleitarme en mi taza calentita y deliciosa de chocolate mientras él se movía por la cocina fregando platos y ordenando con una energía impropia de un madrugón.

Cuando reparé en que él ya estaba vestido, comprendí que debía ponerme en marcha o le haría llegar tarde al trabajo. Eso si no me sacaba a rastras de la ducha para que no rompiera su racha perfecta de puntualidad. Por suerte para ambos, la parte de elegir el modelito para ese día ya venía hecha por defecto.

—Mmm... ¿Te importa si...? —dije señalando con un gesto de la cabeza al baño—. Supongo que las toallas seguirán en el mismo sitio.

Me reí entre dientes, sintiéndome terriblemente incómoda. ¿Por qué aquello era tan raro? Si nos hubiéramos conocido en una discoteca y hubiéramos echado un polvo, todo sería bastante menos embarazoso. El protocolo de «quedarte a dormir en casa de tu jefe en plan colegueo» no lo manejaba igual de bien.

—Por supuesto. Pero no tardes.

Puse los ojos en blanco. Ya estaba otra vez con ese tonito de padre.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora