Capítulo 27: El club (I)

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—Vaya, la zorra blanca ha vuelto.

Le guiñé un ojo al portero. Era el mismo que la otra vez y estaba tan feliz por estar de vuelta que me hizo ilusión que se acordara de mí. Pese a que trataba de decirme que no debía hacerme ilusiones, que Matt y yo veníamos solo como amigos, había esperado con ansia cada segundo de esos dos días hasta por fin llegar al sábado.

—Ah, pero aún no lo has visto todo —canturreé.

Me quité con cuidado la capucha, revelando que debajo llevaba la parte delantera del cabello recogido en dos coletas altas y habría aprovechado los coleteros para sujetar las horquillas de las dos orejitas de zorro que llevaba. Tras quitarme del todo el abrigo, dejé a la vista la esponjosa cola que había cosido en el vestido sobre mi trasero. No había perdido mi toque con las manualidades: había quedado francamente adorable. Había valido la pena cada penique invertido y cada minuto cosiendo desde el jueves.

—Esta vez me he esforzado un poquito más —me jacté orgullosa.

El hombre sonrió, suavizando sus rasgos duros en un gesto amigable y cercano. Pese a su aspecto severo, parecía tener buen carácter. Seguramente esa era la clave para ser un buen portero en cualquier local: un aspecto que intimide a los que pretendan dar problemas y simpatía con los clientes habituales para hacerles sentir bienvenidos.

—Espero que algún cazador dé buena cuenta de ti. Diviértete, bonita —me animó abriéndome la puerta.

Le di las gracias y entré conteniéndome para no avanzar dando saltitos. En realidad, era divertido ir a un sitio donde pudiera vestirme así sin desentonar. Me sentía como una superheroína con su traje.

Foxygirl. Superpoder: ardiente seducción.

Me reí entre dientes mientras dejaba el abrigo y mi bolso en el ropero de la entrada. Vale, no pasaría nada con Matt, pero igualmente sonaba divertido. Me limitaría a intentar no fantasear demasiado con volver algún día con él. Mi plan de esa noche sería pasarlo bien, nada más. Sin emborracharme, sin deprimirme y sin acostarme con nadie.

Diversión sana. Puedo hacer eso.

Caminé hasta la barra, donde ya me esperaban los tres. Los hombres habían optado por ir de traje, sin complicarse demasiado. Honeycutt, en cambio, llevaba un ajustado vestido rojo hasta la mitad del muslo y tirantes de pedrería. Realzaba su perfecta figura sin excederse en la provocación. Aun así, cada vez que alguien pasaba demasiado cerca de ella, la rubia tiraba de su falda hacia abajo, insegura de su cuerpo. Verla intimidada encogió mi pecho por la compasión y la culpa por haber creído que fingía. Menos mal que nunca había llegado a acusarla de mentirosa... A la cara, quiero decir.

—¡Ya estás aquí! —saludó entusiasta con una gran sonrisa, haciéndome sentir todavía peor—. Estás monísima. ¡Me encantan! —comentó acariciando con cuidado una de las orejitas—. ¡Es súper suave!

Sonreí por su emocionada alabanza, pero mis ojos fueron directos hacia Matt, buscando su aprobación. Su mirada estaba paseando por el vestido blanco con una diminuta sonrisa en sus labios, sin duda porque había reconocido el vestido de la primera vez que nos vimos.

White fox —adivinó Di Fiore—. Deberían invitarte a una copa por hacer de mascota del local.

Negué con la cabeza, pese a la sonrisa en mis labios.

—Ni hablar. Aprendí la lección de la última vez que estuve aquí: solo agua para mí.

—¿Seguro? Agua entonces. Pediré las bebidas.

Honeycutt reparó entonces en la bolsa que llevaba en la mano.

—¿No has usado el ropero? Está justo en la entrada —explicó con inocencia, sin percatarse de que no llevaba encima ni el abrigo ni el bolso.

Palabra de Bruja FarsanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora