Lo mínimo que esperaba después de terminar la guerra era tener tranquilidad. Por fin poder concentrarse en ser una persona normal, o al menos medianamente.
Pero la palabra "normal" no existe en el diccionario de Harry Potter, y sus aventuras contin...
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—No entiendo por qué esto es necesario— dijo señalando a la intravenosa que introducía quien sabe qué en su antebrazo.
—Tranquilícese, señor Potter, solo solo calmantes.
—Estoy calmado...
—Si. Por los calmantes.
Bufó. En eso William Holt tenía razón. Estaba atontado, se sentía dopado y adormilado. ¿Qué sería lo siguiente? Seguro en no mucho lo ponían en una habitación acolchonada con un hermoso chaleco de fuerza a juego.
Y a pesar de que se sentía embobado físicamente, su consciencia estaba realmente alterada. Lo que era un completo fastidio, porque su cuerpo y cerebro estaban completamente desincronizados y eso provocaba peor humor del que de por si ya tenía.
Tampoco le había sorprendido mucho que todo el mundo lo mirara cada vez más preocupado, debido a su "desorden mental" Como el doctor Holt lo había diagnosticado. Había sabido desde que despertó que ese sería un largo día, era como un presentimiento. Y el que Holt llegara tan temprano con intención de quedarse no presagiaba nada bueno.
Aparte de lo que hablaba con William, lo único que había dicho en todo el día fue informarle a la profesora McGonagall —Sin dar ni un dato más de los completamente necesarios— lo que tenía que saber sobre Anna, y donde encontrar a su padre. No había explicado de donde la conocía, pero el doctor Holt ya estaba ahí cuando reaccionó histéricamente ante la mención de su madre, y cuando fue que comenzaron a administrarle los calmantes.
Por esa razón y muchas más era que Harry estaba seguro de que William tenía todo el día para hablar pacientemente con él y extraerle lo que había pasado con aquella mujer.
Harry se había preparado, pero ahora, con su descoordinación cuerpo-mente, la desesperación de seguir atado, y la molestia que comenzaba a producirle la aguja en su brazo... Ni idea, lo estaba volviendo loco. Y se volvía mil veces más difícil no decir palabra.
—Cuando usted era niño— inició William, aprovechando que el joven había abandonado sus replicas por un segundo— pasó por mucho... ¿Cuál es el momento que más lucidamente recuerda de su infancia?
Lo pensó.
—¿A que llamamos infancia?— dijo.
Rayos, recordaba todo. No sabía si Holt se refería a sus primeros años en Hogwarts... o a su vida con los Dursley si a eso se le podía llamar infancia. O quizá solo contaba aquel escaso año que había compartido con sus padres, como sea. Él no tenía recuerdos de sus padres más que los que había sacado de malas fuentes. Todo lo demás era perfectamente claro en su memoria.
—Puede contarme el momento que más lo marcó en su vida— dijo advirtiendo que la palabra "infancia" no era un buen tema para comenzar con él.
—No sé si alguien le habrá contado, doctor Holt— dijo pensativo— que durante la guerra desaparecí unas horas y aparecí...
—Muerto, por supuesto. Señor Potter, debería saber que todo el mundo mágico está enterado de muchos sucesos de su vida.