Capítulo Dos.

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Junmyeon desconectó la llamada y arrojó el teléfono sobre el asiento, a su lado.
—A casa, por favor, Yixing.
Apretó los labios y maldijo en silencio.
Junmyeon respiró intentando obligar a su cuerpo a obedecerle. Estaba excitado, a su pesar, desde que había visto a Joohyun con el pelo castaño oscuro aplastado por aquel ridículo casco naranja y sus curvas ocultas apenas por el chaleco de seguridad y el vestido modesto de lana que la cubría desde el cuello hasta la rodilla, con expresión confusa y atónita, a la que siguieron rápidamente chispas de fuego en sus ojos.
Y luego la había tocado, no intencionadamente, pues al principio se había esforzado por tener las manos a los costados y combatir el impulso de extender el brazo para ver si su piel era tan suave y fragante como la recordaba. Pero después ella le había caído literalmente en los brazos y se había pegado a su cuerpo.
Su delicado aroma era un afrodisíaco y su mirada le suplicaba que volviera a besarla. Igual que había hecho con diecisiete años. Junmyeon se movió para intentar paliar el dolor acerado en su entrepierna.
A la mierda con su integridad y su sentido del honor. Se había contenido entonces, sin llegar a explorarla como quería, para ver si la pasión que ardía en sus ojos se podía convertir en un infierno de llamas. Porque ella lo había dejado inesperadamente. Sin explicaciones ni remordimientos.
Y su vida se había convertido en una mierda. Junmyeon se pasó una mano por la cara y tragó saliva, y con ella una ola de amargura.
¡Qué idiota había sido! A muchos niveles. Su ingenua creencia de que tendría tiempo para explorar su relación con Joohyun. Su estúpida convicción de que ella lo quería y su absoluta falta de entendimiento en lo relativo a las complejidades de las relaciones.
Cerró los ojos. Hasta la misma palabra le producía un regusto amargo. Inspiró y forzó a su cuerpo a recuperar el control. Pero sin la distracción visual de lo que le rodeaba, sus recuerdos se amplificaron.
La sensación de la cercanía de ella en el ascensor. Sus curvas suaves apretadas contra él, inundando su cuerpo de vida renovada, como si hubiera estado muerto todos esos años y ella lo hubiera resucitado con una descarga de cuarenta mil voltios. Sus pezones empujando a través de la lana fina del vestido. El movimiento embaucador de su lengua rosa lamiendo sus labios llenos. La piel cremosa inmaculada sonrojada por… ¿excitación o solo rabia?
«Para ya».
Se pasó la mano por el pelo. A ese paso, tendría que soportar seguir empalmado hasta que entrara en su edificio y se diera una ducha fría.
Por supuesto, sabía que ella aparecería en algún momento. Lo sabía desde el momento en el que había descubierto que la directora ejecutiva de La Rouge, la empresa que quería comprar un edificio viejo, era la chica que le había roto el corazón de joven.
Pero había subestimado como un idiota el impacto de volver a verla. Incluso con el casco, los poco prácticos zapatos y la agresividad, seguía siendo tan increíblemente hermosa rodeada de polvo de obra como había sido a los diecisiete años.
Y más todavía, porque había madurado y ahora era una mujer sofisticada y, por lo poco que había visto ese día, también hábil y decidida. Muy mujer, con curvas que despertaban impulsos primitivos en él, pero con los rasgos de su exquisito rostro formando un recuerdo agridulce de su ingenuidad juvenil.
Pero ya no era un adolescente enamorado. Y Joohyun le había enseñado su primera lección en relaciones, que el amor se evaporaba tan rápidamente como aparecía y no significaba nada.
El divorcio de sus padres, que había seguido casi de inmediato a la riña entre su padre y el de Joohyun, había sido la segunda lección y la vida que conocía hasta entonces había cambiado para siempre.
Lanzó una maldición. Intentaba no pensar en aquella época, pero Joohyun había removido algo más que su libido.
Su padre nunca se había recuperado del todo de la ruptura de sus negocios conjuntos con Bae Seung Heon ni del final de su matrimonio. Y Junmyeon había jurado no ser nunca tan vulnerable como para exponerse a ese nivel de devastación y había luchado mucho desde entonces por sobrevivir a la destrucción de lo que antes era su familia feliz y forjarse una carrera independiente de los negocios en quiebra de su padre.
Había logrado lo que tenía asumiendo el control de su vida, tomando decisiones y prescindiendo de sentimentalismos que no conducían a nada.
Se frotó los labios, que todavía le cosquilleaban. Había estado a punto de besarla. ¡Qué narices!, había estado a punto de subirle aquel vestido de punto que no mostraba nada y penetrarla en el ascensor.
Se crujió los nudillos para evitar golpear el panel de madera de la puerta. En otro tiempo había sido un chico estúpido, un soñador. Pero no permitiría que esa atracción sexual residual y francamente irrelevante volviera a apoderarse de él, aunque fuera claramente recíproca.
Joohyun podía ocultar la respiración jadeante y el pulso errático tan poco como podía ocultar él que estaba empalmado.
La química que había todavía entre ellos también la afectaba a ella. Quizá quería algo más de él que el Edificio Morris. Tal vez anhelara probar lo que antes había apartado de sí despiadadamente.
Junmyeon resopló. En su mente empezaba a instalarse una idea que no le disgustaba.
Un juego.
Un interludio mutuamente satisfactorio que cumpliera un doble propósito: Mostrarle a Joohyun lo que se había perdido y rascar aquel picor insistente que se producían mutuamente.
Solo que esa vez tendría él el control, como hacía siempre. Él pondría el tablero de juego y las reglas.
Pensar en Joohyun recluido en un vehículo que avanzaba lentamente ponía a prueba su normalmente abundante paciencia. Pero también se podía canalizar hacia su objetivo. Tomó el teléfono para llamar a su ayudante.
Se saltó cualquier preámbulo cortés. Ya se disculparía cuando mejorara su humor y desapareciera la imagen de Joohyun de su cabeza.
—Averigua si La Rouge tiene alguna relación con Velvet Holdings —dijo.
Se había jurado hacía tiempo no hacer nunca negocios con Bae Seung Heon, el hombre que había destruido profesionalmente a su padre y le había robado la confianza necesaria en sí mismo para tomar buenas decisiones. Era una promesa que pensaba cumplir, a pesar de la respuesta de su cuerpo ante Joohyun.
—Sí, señor. Ya hemos revisado eso —le recordó Kyungsoo.
—Vuelve a hacerlo.
Junmyeon no cometería los errores que había cometido su padre. Si la fundación de Joohyun tenía alguna relación con Bae Seung Heon, se aseguraría de que el trato del Edificio Morris siguiera estancado.
No le había mentido. Había irregularidades en el contrato que había que aclarar. Pero así le había hecho un regalo que aprovecharía plenamente si descubría que ella podía ser tan engañosa como su padre.
—Emplea a un investigador industrial. Quiero que no pasemos nada por alto.
Uno de los lujos de presidir una multinacional era la envidiable posición de poder seleccionar cuidadosamente a sus socios de negocios y clientes. Un lujo que satisfacía su necesidad de control. Había trabajado demasiado para dejarse gobernar por la polla.
¡Qué coño!, quizá necesitaba un polvo. Se había descuidado en los últimos meses, desarrollando sus contactos en Seúl, alquilando oficinas y buscando el apartamento apropiado para reformar que sirviera de muestra para sus clientes de arquitectura.
Y no había pasado los últimos nueve años viviendo como un monje. Llevaba una vida plena, satisfactoria en lo personal y en lo profesional. Había cumplido las promesas que se había hecho a sí mismo. Sus negocios iban viento en popa y las mujeres ocupaban un segundo plano en su vida, gratificante pero siempre temporal.
—Señor Kim —dijo Kyungsoo—. El señor Baekhyun está en la ciudad. Ha enviado una entrada para una función de esta noche. Le gustaría que asistiera con la señorita Taeyeon y con él.
Perfecto. Eso era lo que necesitaba. Salir con su primo y la prometida de este a algún lugar glamuroso donde hubiera muchas mujeres atractivas. Mujeres lo bastante hermosas para alejar el recuerdo de Joohyun con los pechos apretados contra su torso y de los latidos de su corazón resonando contra el de él.
—Envíame la entrada. Y dile al señor Baekhyun que asistiré —le daba igual de qué función se tratara. Necesitaba una distracción pronto. Hacía meses que no tenía a una mujer en su cama. Demasiado tiempo.
Al pensar en sexo, su mente se llenó de imágenes de Joohyun. El cabello de ella esparcido por la almohada, su cuerpo desnudo envuelto en las sábanas, su exquisito aroma pegado a la ropa de la cama mucho después de que se hubiera ido…
A ese paso iba a tener que masturbarse antes de salir de su apartamento. Se pasó una mano por el pelo. ¿Por qué no se había preparado para el encuentro con ella? Tendría que haber adivinado que a ella no le gustaría que paralizara la venta mientras su equipo investigaba el error que habían descubierto en el último momento. Un error que había visto que partía de ella.
Era típico de Joohyun que eso no le gustara. Y con una familia que poseía ya la mitad de Seúl, era normal que se presentara a exigir lo que creía merecer.
Pero él no tenía ninguna intención de ceder ante la princesa mimada sin hacer preguntas. No se fiaría de Bae Seung Heon y no cometería el error de su padre de enredarse en un trato con Velvet Holdings.
Había sido testigo de los devastadores efectos colaterales de esa decisión. Ese error de cálculo le había costado a su padre la autoestima, sus negocios futuros y hasta su matrimonio.
Junmyeon achacaba su éxito en los negocios a su determinación de apartarse de la sombra de su padre, incluso de cambiarse el nombre para mantener sus negocios separados, no mancillados por la asociación con Velvet Holdings.
Bajo ningún concepto permitiría que su polla lo llevara de vuelta a ese nido de víboras. No. Esa vez Bae Joohyun estaría donde él la quería: bajo contrato o debajo de él, si quería probar lo que se había perdido.
El coche aparcó al lado de la acera de su edificio de apartamentos de Gangnam y Junmyeon entró en él, impaciente por darse una ducha que lavara el recuerdo de Joohyun de su mente y el olor persistente de ella de su ropa.
Cuando salió de su ascensor privado en la última planta, se detuvo de golpe y el corazón le golpeó con fuerza contra las costillas.
Joohyun.
¿Cómo había llegado antes que él?
Estaba sentada en el sofá de dos plazas que había al lado de la puerta del ático, con los ojos fijos en el ascensor y en él.
Junmyeon volvió a empalmarse en cuestión de segundos.
—¿Cómo sabes dónde vivo?
Joohyun se levantó aleteando las pestañas.
—Algunas personas llamarían a esto acoso —dijo él, aunque no podía negar que la insistencia de ella incrementaba su interés. ¿Buscaba algo más que su precioso edificio?
—Te he buscado en internet y le he dado una propina al portero —ella se encogió de hombros. Obviamente, era la hija de su padre y no le importaba saltarse la ética para conseguir lo que quería.
Pero había madurado. Y él quería arrastrarla a su casa y enseñársela, empezando por el dormitorio. ¡A la mierda con el dormitorio! Le quitaría el vestido, la tumbaría en la mesa minimalista de superficie de pizarra importada de Francia y se bajaría al pilón hasta que gritara el nombre de él y olvidara el suyo propio. Le daría algo que le resultara difícil rechazar.
—Voy a salir enseguida. Sé breve —dijo. Pasó la tarjeta llave por el lector y se hizo a un lado para que entrara.
La joven se detuvo en la entrada y pasó la vista por el espacio como si él la hubiera invitado allí y tuviera todo el derecho a tocar la casa de Junmyeon con sus ojos hermosos y perspicaces.
Junmyeon aprovechó ese tiempo para recorrer con la vista las curvas de ella, deteniéndose en el voluptuoso trasero, que, a pesar de que lo ocultaba el vestido, se adivinaba alto y musculoso. Gimió interiormente y su polla se crispó con renovado entusiasmo.
Joohyun se echó hacia atrás el cabello largo y sedoso con un movimiento y alzó una ceja. Junmyeon apartó de su mente la imagen de ella desnuda a cuatro patas delante de él y la precedió a la sala de estar, donde dejó la chaqueta del traje en el respaldo del sofá.
Sabiendo que estaba detrás de él, valorando sin duda la decoración o las vistas desde las ventanas, notó que se ponía tenso. Estaba orgulloso de su casa. El apartamento de cuatrocientos cincuenta metros cuadrados era anterior a la guerra, pero él lo había renovado con un gusto por lo moderno, aunque reteniendo algunos rasgos originales, algo que a juzgar por su clientela cada vez más numerosa, gustaba bastante.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
¿Qué hacía allí? ¿Pensaba que cambiaría de idea tan fácilmente y firmaría un contrato defectuoso solo porque ella era un miembro de la realeza inmobiliaria? O quizá pensara que seguía siendo el bobo enamorado de otro tiempo y estaba dispuesto a darle todo lo que deseara.
—No, gracias.
Junmyeon sacó una botella de agua sin gas del frigorífico, le quitó la tapa y se la bebió de tres tragos, deseando por un segundo que fuera whisky escocés. Pero lo último que necesitaba era bajar sus defensas físicas con Joohyun. Ya estaba demasiado cerca de mostrarle lo que se había perdido todos esos años.
Y ella lo miraba como si quisiera esa demostración, lo cual hacía que a él le resultara cada vez más difícil ignorar las hormonas que rugían por sus venas. ¿Pero no había estado prometida? Recordaba vagamente haber visto algo en las páginas de sociedad. Seguramente habría encontrado a algún hombre que contara con la aprobación de la familia Bae y con el que se lo habría pasado bien.
El agua le sentó mal y sintió un sabor amargo en la garganta. Miró el dedo anular de ella y vio que no llevaba anillo. Apartó la vista. No era asunto suyo. Si ella iba allí a buscar sexo, ¿quién era él para negarle el polvo de su vida?
—Te has cambiado el nombre —ella lo miraba nerviosa. Después de todo, eran desconocidos.
Nueve años atrás, no había hecho ningún esfuerzo por acabar con él con gentileza, seguir siendo amigos o mantenerse en contacto. Y Junmyeon había canalizado su disgusto por el despiadado padre de ella y su impotencia por el hundimiento de su familia en ambición y determinación de triunfar por sí mismo. Había intentado olvidar a los Bae y esa época tumultuosa de su vida. Olvidar a Joohyun.
Se encogió de hombros, observando la figura inmaculada de ella. ¿Cómo estaría la heredera desatada por el placer?
—¿Y Suho? —ella se lamió los labios.
Los ojos de él siguieron el movimiento de la lengua de ella y la sangre fluyó a su entrepierna. Tenía que echarla de allí antes de que él le ofreciera a esa lengua otra tarea que cuestionar su intento de ser un hombre mejor que su padre.
—Una decisión de negocios —Junmyeon levantó la barbilla, retándola.
Joohyun asintió con gesto pensativo. Luego enderezó los hombros y lo miró a los ojos.
—Oye, quiero que sepas que pienso convertir el Edificio Morris en una escuela. Una escuela especial.
Se sonrojó, lo cual aumentó su atractivo. ¿Se sonrojaría de ese modo al llegar al orgasmo? ¿La avergonzaba ir allí a suplicarle? ¿O le costaba suplicarle a él porque lo consideraba un hombre por debajo de ella?
Fuera como fuera, él quería acercarse y ver las chispas de sus ojos cuando arremetía contra él convertidas en calor abrasador cuando la besara como le había suplicado con la vista que hiciera antes en el ascensor. «Eres un bastardo enfermo», pensó.
—Gritándome no has conseguido nada, ¿y has pensado que probarías la culpabilidad? —Junmyeon se acercó más y la llamarada de los ojos de ella le produjo una descarga eléctrica en el pecho—. Dime, si me resisto un poco más a tus exigencias, ¿puedo esperar una ofensiva sexual completa? —aunque eso no le importaría. Aceptaría ese… incentivo, si era así como ella planeaba salirse con la suya.
De hecho, si quería jugar con ella, sus tácticas se lo ponían fácil. Sexo vengativo podía ser justo lo que necesitaba. Por supuesto, se aseguraría de que ella también lo disfrutara. ¿Quizá incluso se enamorara de él? Así podría dejarla plantada sin vacilar, como había hecho ella.
¡Cuánto debía de odiar acudir precisamente a él con humildad y tan obviamente excitada que no podía evitar mirarle la entrepierna cada pocos minutos!
La mano de Joohyun se contrajo y él casi esperó que le diera una bofetada.
—Te has convertido en un gilipollas integral —dijo ella. Entornó los ojos y adelantó un poco la cadera.
Junmyeon se encogió de hombros, impermeable a los insultos. Le había hecho mucho más daño nueve años atrás. Lo había apartado de sí sin ninguna explicación, dejando que las buscara él solo mientras su vida se hundía a su alrededor.
De hecho, le había hecho un favor, pues su rechazo había contribuido a formarlo, a clarificar sus prioridades y poner las bases de todas sus relaciones futuras con el sexo opuesto, que habían sido, sin excepción, en los términos marcados por él.
—Aunque no sea asunto tuyo, mi plan es hacer una escuela para disléxicos —ella vaciló al pronunciar la última palabra, pero luego levantó la barbilla y sus ojos se endurecieron.
«¿Y por qué una escuela para disléxicos?», pensó Junmyeon.
—Hay muchas escuelas para disléxicos —contestó. El instinto le decía que el Edificio Morris era más que importante para ella. Era algo personal.
«Esto se pone interesante».
—No en Hongdae —ella apartó la vista.
Junmyeon se moría de ganas de levantarle la barbilla, de verle los ojos, por si había imaginado los destellos que indicaban que estaba a la defensiva. Sentía la piel tensa, como si llevara mucho tiempo inmóvil. Incapaz de resistir la fuerza de atracción, cruzó la distancia que los separaba.
Los ojos vigilantes de ella se agrandaron. Entreabrió los labios. Respiraba entrecortadamente y sus pechos respingones subían con cada inhalación.
—¿Por qué has venido, Joohyun? —si había ido a hacerle bailar al son que ella quisiera tocar, la echaría a patadas. ¡Qué narices!, de todos modos tendría que echarla, porque cuanto más tiempo permaneciera allí, más difícil sería intentar no darse cuenta de que ella lo desnudaba mentalmente con aquellos ojos grandes.
Algo en él le exigía actuar.
—Yo… —el pulso vaciló en el cuello de ella, que bajó un poco los párpados.
El cuerpo de Junmyeon se tensó y se puso en alerta máxima, una consecuencia de la proximidad de ella y un efecto secundario de su imperiosa necesidad de volver a tocarla. Se concentró en la boca, cuyos labios entreabiertos emitían unos jadeos que llamaban a su polla.
—¿Has venido por una muestra de lo que podía haber sido? —preguntó.
Dio otro paso.
A ella le brillaron los ojos, convertidos en piscinas profundas en las que un hombre más débil se ahogaría sin remedio. Pero él jamás volvería a perder la cabeza. Estando tan cerca, las pupilas de ella se dilataron al mirarlo. ¿Imaginó él el arrepentimiento que creyó ver en las profundidades de los ojos de ella? Era menos evidente que la excitación que ella no podía ocultar.
¿Había ido a explicarle por qué había roto con él? Lo último que necesitaba era oír una justificación tardía.
Se dispuso a darse la vuelta. Aquel viaje por los recuerdos había terminado. Mejor dejar el pasado tranquilo. Después de todo, él había seguido adelante. Y aquella heredera reservada, cultivada, sofisticada y dotada, era una desconocida para él.
—Tienes que irte. No conseguirás lo que has venido a buscar —a menos que quisiera un polvo por los viejos tiempos.
Joohyun le tocó el brazo. Cerró la distancia que los separaba y le clavó los dedos. Alzó la cara hacia la de él.
El cuerpo tenso de él actuó por instinto. Fue una liberación de frustración almacenada lo que le hizo extender los brazos hacia ella.
—Sí —siseó la joven, segundos antes de que la boca de él cubriera la suya, tragándose el pequeño gemido que soltó. Junmyeon se apretó contra ella, alentando la conexión inflamable que había cobrado vida antes en el ascensor.
Cuando ella enredó los dedos en el pelo de él y abrió los labios, dando acceso a la lengua de él, una niebla cubrió el pasado.
Junmyeon no necesitaba confiar en ella para disfrutar de la sensación de su cuerpo. Y ella estaba allí con él, sucumbiendo a la química, con ambos compenetrándose tan bien como el café con la leche.
Los gemidos suaves de ella lo golpeaban en el vientre y volvían pesados sus testículos. Joohyun clavó los dedos en el pelo de él y se apretó contra su cuerpo como había hecho en el ascensor, pero esa vez su cuerpo se retorció, como si ella también intentara apagar un fuego insaciable en su interior.
Quizá llevara tanto tiempo sin sexo como él.
Junmyeon le agarró el trasero para acercar el núcleo caliente de ella a su polla tiesa y la apretó contra sí, algo que, a juzgar por el grito entrecortado de ella, dio placer a los dos. Él prácticamente podía sentir la humedad de la joven a través de la ropa.
Lo deseaba tanto como él a ella. ¿Por qué esperar? ¿Por qué negarse aquello? ¿Por qué no satisfacer aquella necesidad mutua? Sin compromisos.
Buscó el dobladillo del vestido y subió la mano por el muslo desnudo de ella. La suavidad sedosa de su piel era como un mapa de carretera que lo guiara hasta el hogar. Ella se movió para abrirse y darle el acceso que buscaba. Seguía con él. En la misma onda.
Cuando los dedos de él acariciaron los suaves labios a través del encaje de las bragas, ella dio un respingo y se apartó del beso para mirarlo mientras él movía los dedos adelante y atrás, aumentando poco a poco la presión.
Estaba claramente tan excitada como él. Casi no la había tocado, pero tenía las bragas empapadas y los ojos suaves y pesados de deseo. Junmyeon se apretó contra la cadera de ella, dejando claras sus intenciones.
—¿Recuerdas tu primer orgasmo? —preguntó. Introdujo el dedo índice a través de la lencería y la encontró mojada, hinchada. Preparada.
Joohyun asintió. Sacó la lengua y recorrió con ella el arco de Cupido de su labio superior.
—Dímelo —era un examen. ¿Se acordaba de verdad? ¿Había significado tanto para ella como para él, o ella había estado desesperada por largarse?
Joohyun puso los ojos en blanco y abrió la boca en un respingo entrecortado cuando él localizó el clítoris y rozó la protuberancia de nervios con la punta del dedo. La humedad de ella le bajó por los dedos y le abrió los muslos con las piernas para acercarse más a su centro. Cuando llegó adonde quería, con dos dedos dentro del calor espeso de ella y el pulgar centrado en su clítoris, Joohyun abrió los ojos con una mirada embaucadora.
—Dime que lo recuerdas —dijo él. Ella tendría lo que quería cuando él tuviera la confirmación de que le había importado algo, aunque hubiera sido brevemente.
Pero, mierda, ella era muy receptiva. Le temblaban los muslos, que golpeaban los dedos de él como si le faltaran segundos para correrse en su mano. Igual que la primera vez que la había hecho correrse, apagó sus gritos en el hombro de él.
Casi no podía hablar. Su voz susurrante se mezclaba con gemidos que se correspondían con el ritmo de los dedos de él.
—Estábamos en el… hotel, en Aspen. Dijiste… que harías que el siguiente fuera mejor. ¡Oh!
Junmyeon se sintió victorioso e incrementó el ritmo del pulgar. Ella contuvo el aliento y echó la cabeza hacia delante. Se aferró a él y le clavó las uñas en el brazo al agarrarse con fuerza. Su sexualidad desinhibida era un sueño húmedo hecho realidad.
El deseo de él había aumentado de tal modo que buscó el preservativo más próximo, reacio a apartarse demasiado de aquel punto antes de entrar en ella.
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron hasta un punto de ruptura. Se acercó más y frotó su erección en la unión de sus cuerpos contorsionados.
—Entonces era un crío —torció la muñeca, introdujo más los dedos y los curvó para frotar las paredes de ella—. Ya no lo soy.
Para ser la primera vez, se había sentido muy orgulloso de haberle dado un orgasmo. Pero desde entonces se había vuelto más diestro y nunca había tenido quejas. Si ella quería, le mostraría todo lo que había tirado por la borda.
Sin sentimientos.
Sin enredos.
Y al igual que ella, sin disculparse cuando llegara el momento de alejarse.
—Mírame, Joohyun. Mírame y este será mejor.
Ella alzó la cabeza, con los ojos pesados por la lujuria. Junmyeon le agarró un pecho con la mano libre y rozó con el pulgar el pezón erecto a través de la frustrante capa de lana.
Apretó los dientes. No era eso lo que quería. La quería tumbada y desnuda para poder tocar cada centímetro de su cuerpo sexy. Quería acariciar cada parte de ella con la boca. Lamer y chupar hasta que ella se corriera con la fuerza de un cohete y gritara su nombre. Deseaba tanto estar dentro de ella, que tuvo que morderse la mejilla para recordarse que no conocía a aquella mujer, aparte de su destreza para hacer que se corriera.
Pellizcó el pezón y lo retorció entre los dedos.
—Sí —ella abrió mucho la boca.
La euforia le inundó la sangre a él. Ella estaba muy cerca. Se correría para él, igual que la primera vez. La miró a los ojos. Oía un rugido en su cabeza que lo dejaba sordo a todo lo que no fueran los gemidos frenéticos que hacía ella al acercarse cada vez más al orgasmo.
Empezaba a sentir calambres en la mano, pero moriría antes de parar. Había algo primitivo en él que le exigía que le diera un orgasmo, que le mostrara así el hombre en el que se había convertido.
—Bésame —su voz ya no era la de siempre. Era ronca, retadora. Pero conseguiría lo que quería.
Joohyun  gritó, le puso una mano en el cuello y tiró de él con brusquedad hacia su boca. Su lengua se encontró con la de él y ambas empezaron a avanzar y retroceder, cada roce tan perfecto como la primera vez que se habían besado, cuando la excitación de las primeras veces eclipsaba la torpeza.
Pero ya no había torpeza. Él ya no era un adolescente titubeante y ella era una mujer retorciéndose al borde del clímax.
Joohyun apartó la boca y se aferró a él con mirada salvaje.
—Junmyeon… yo…
Cuando oyó su nombre, él gimió. Los agridulces recuerdos que eso desató acentuaban su necesidad de estampar en ella su marca como Suho, no como el prescindible Junmyeon.
Joohyun lo besó con frenesí y luego apartó una vez más la boca, y el orgasmo la lanzó contra la pared cuando gritó con una expresión salvaje en los ojos. La sacudían espasmos y montaba la mano de él con sublime abandono.
«Mierda. Perfecto».
Junmyeon mantuvo el contacto. Su mano fue frenando, pero no se apartó de entre las piernas de ella y su pulgar rodeó el pezón de ella. Joohyun se retorcía todavía en torno a sus dedos, con el cuerpo laso en sus brazos y respirando despacio.
Al fin le apartó las manos y él la soltó. Ella se sonrojó con ojos adormilados y una sonrisita de satisfacción estiró su boca roja e hinchada.
Apoyó la frente en el pecho de él en un gesto tan familiar que él reacciono automáticamente  y apretó el cuerpo a lo largo del de ella.
«Solo sexo».
—Soy un hombre de palabra, Joohyun —ella no podía negar que había disfrutado y, cuando la penetrara, volvería a darle placer.
La joven suspiró de satisfacción.
—Ya veremos —murmuró en la camisa de él.
Junmyeon se quedó inmóvil. ¿Había oído bien?
Retrocedió y la agarró por los antebrazos hasta que ella quedó erguida, soportando su propio peso.
—¿Qué has dicho?
El sonrojo potsorgásmico de ella se oscureció, pero levantó la barbilla.
—He dicho que veremos. Desde luego, no has cumplido tu palabra con la venta del Edificio Morris.
Los testículos de él se encogieron con tanta rapidez como si le hubiera dado un rodillazo en la entrepierna. Una película roja cubrió sus ojos. Siempre había asumido que eso era una exageración, pero no, definitivamente veía rojo. Y estaba furioso.
¿Conque ella dudaba de su integridad, de su profesionalidad y seguía culpándolo del retraso a pesar de que el error era suyo?
Movió la cabeza. ¡Qué tonto era! Retrocedió. Su erección estaba bajando.
—Soy mi propio jefe. Yo tomo las decisiones y elijo con quién hago negocios. La cagada en el contrato de Morris salió de tu oficina.
Apretó los dientes hasta hacer crujir el esmalte.
Joohyun se bajó el vestido con ojos llameantes.
—Ya te dije que La Rouge no tiene nada que ver con Velvet Holdings. Yo también soy mi propia jefa —sus ojos llameaban, pero el sonrojo coloreaba sus mejillas y apartó la vista—. Metí la pata con el papeleo, supongo. Pero tú y yo no somos tan diferentes —recogió su bolso del suelo y lo miró de hito en hito—. Estás tan desesperado por disociarte de tu padre y del desastre que hizo con sus negocios, que te cambiaste el nombre.
Junmyeon apretó los labios y respiró con fuerza.
Quizá imaginó el arrepentimiento momentáneo que vio en la cara de ella. Fuera como fuera, había terminado. Aquello, lo que quiera que hubiera sido, se había acabado. Se volvió e intentó afianzarse en su resolución. Apretó el puño. La frustración por su estupidez tensaba todos los músculos de su cuerpo. ¿Cómo se había dejado cegar de ese modo? Joohyun era una Bae. Sabía tanto de él como él de ella, pero ya lo había embetunado con el cepillo de su padre. Lo había utilizado para correrse y luego lo había insultado. Obviamente, tenía la misma baja opinión de él que nueve años atrás.
Al menos el oportuno recuerdo de la desconfianza que había entre ambos lo había curado por fin de la erección. Se volvió, procurando que su rostro no expresara nada. El mejor consejo que le había dado nunca su padre: no mostrar debilidad. Aunque él no era débil profesionalmente. Solo en relación a su polla y Bae Joohyun.
—Bien, supongo que los dos tenemos algo que probar —dijo.
Necesitaba aquel negocio tanto como un agujero en la cabeza. Había sentido tentaciones de renovar el Edificio Morris personalmente. Y el trato seguiría paralizado hasta que se resolviera el problema y estuviera seguro de que Bae Seung Heon no tenía nada que ver con él.
—Mis abogados se pondrán en contacto con los tuyos cuando esté satisfecho de que el error ha quedado subsanado —dijo. Se aflojó la corbata—. Si tenías tanta prisa, deberías haber tenido más cuidado y evitado errores.
La mirada llameante de ella siguió el camino de los dedos de él cuando se desabrochó la camisa, pero la satisfacción duró poco.
—Voy a darme una ducha. Ya conoces la salida.
A pesar de utilizar agua muy fría, no pudo lavarse el olor de ella, que se pegaba a él como si se hubiera rociado con él de la cabeza a los pies. Tampoco podía olvidar la expresión dolida de ella cuando él se alejaba, dejando que la princesa se recompusiera y se marchara sola.

If It Is You [SURENE] -ADAPTADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora