Debolezza

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I


—No tendré contigo ese estúpido juego de espadas. Entiéndelo de una maldita vez, no tengo ganas de follar tu culo, al contrario, me encanta que jodan el mio, cielo—su tono burlón molesto de nueva cuenta al contrario pero no le importo.

Desde que Jimin había entrado en aquel infierno, un chico enclenque y drogadicto estaba confiado en que lo convertiría en su puta de la cárcel, o mejor dicho, que sería la puta de Jimin.

Pero Jimin no estaba para esas mierdas , su tiempo en la cárcel cada vez se hacía más lento y ya había ganado un poco de supervivencia allí adentro. Desde lo más básico como no dejar caer el jabón, hasta lo más difícil cómo no dejarse fiar de una cara triste tras aquellas frías rejas.

Hoseok era su fiel compañero de celda pero Jimin sabía que este no lo protegería siempre, además Jimin no era un puto niñito; sabía defenderse, sabía en qué se había metido.

Pero aún así, estar allí adentro no era nada comparado con lo que te contaban. En la noche los gritos tormentosos de todas aquellas personas que estaban obligados a recibir abstinencia de droga, no lo dejaban dormir y sabía que al salir de allí nada de eso se podría borrar de su mente.

Odiaba a quien creía amar y quien juraba amarlo. Lo odiaba con toda su jodida alma y estaba dispuesto a vengarse de la peor forma que pudiera inventarse.

Hizo una mueca al probar el desabrido puré en su bandeja y las duras piezas de pan a su costado. Otra cosa era no quejarse de la comida. José era un latino que hacía su trabajo de cárcel en la cocina, por dos mil wons, el tipo no se quejaba, parecía que amaba cocinar, él y Jimin lograron hacerse amigos, si aún podía considerarse así dentro de prisión, aunque no supieran cómo comunicarse-además de señas-y por ello había aprendido de cerca a no quejarse de la comida, notó cuando uno de los internos nuevos lo había hecho y no había terminado nada bien.

José lo dejó sin comer por casi una semana, hasta que el chico se desmayó y fue llevado a urgencias por los policías que los custodiaban.

Alejando el recuerdo, Jimin miró de nuevo al chico insistente frente a él, tenía el cabello rapado, una cicatriz en la ceja, su brazo izquierdo estaba completamente tatuado y delgado. El chico estaba acabado, necesitaba drogarse, Jimin había visto un montón de chicos como él y otros que habían terminado demasiado mal después de no recibir un mísero gramo de aquel polvo en su sistema.

—¿Cuánto tienes sin drogarte? — mordió y jaloneo el pan hasta poderlo masticar, mirando el ojeroso rostro frente a él.

—Un mes...

Vaya... Había sobrevivido más de lo que imaginaba. El chico regresó su mirada a su bandeja de comida que no había sido tocada en ningún instante.

Se notaba cansado, quizá de su pobre y miserable vida. Jimin no se imaginaba estando en su lugar.

—Umh... Felicidades, supongo— se encogió de hombros y el contrario frunció el ceño.

—¿Felicidades?

—Sí, ya sabes... Por soportar y no matarte o algo así.

Suspiro y guardo las manos en los bolsillos de su suéter de cárcel. El contrario lo miró consternado, encogiéndose sobre sí mismo. Por su reacción lo había pensado, y mucho.

—Puedes soportarlo Chan— el contrario asintió ido en sus pensamientos, y Jimin esperaba que aún así el chico lo escuchará.

No tenía el valor de ver otra vida ser perdida de aquella forma.

RIVINCITA | YOONMIN/AGUSTMIN |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora