31 de Diciembre

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Puerta de Piedra,Worcester, Mass.

31 de diciembre

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Tenía toda la intención de escribirle antes a fin de agradecerle su cheque de Navidad, pero la vida en casa de los McBride es muy absorbente y nunca puedo encontrar dos minutos seguidos para sentarme a un escritorio.

Me compré un vestido nuevo. No lo necesitaba, sólo lo deseaba. Mi regalo de Navidad es este año de Papaíto-Pierna-Largas. Mi familia se limitó a mandarme cariños.

Mis vacaciones en lo de Sallie van resultando divinas. Vive en una casa grande, antigua, de ladrillos rojos y adornos blancos, retirada de la calle. Exactamente como las casas que solía mirar con tanta curiosidad cuando estaba en el asilo, preguntándome cómo serían por dentro. ¡Ni soñando pensé alguna vez que las vería con mis propios ojos! Sin embargo, aquí estoy. Todo es cómodo, tranquilo y hogareño.

Me paso horas caminando de cuarto en cuarto y deleitándome con los muebles. Para criar chicos es la casa más perfecta que se puede pedir, llena de rinconcitos oscuros para jugar a las escondidas y magníficas chimeneas para tostar maíz, además de un altillo precioso para jugar los días de lluvia y barandas resbalosas con una cómoda perilla chata al final. Y no hablemos de la enorme cocina soleada y de la simpatiquísima cocinera gorda, que está en la casa desde hace trece años y siempre guarda un poco de masa para que los chicos pongan al horno. La sola vista de semejante casa le hace a uno desear volverse chico de nuevo. En cuanto a la familia, nunca creí que fueran tan agradables. Sallie tiene padre, madre y abuela; una deliciosa hermanita de tres años llena de rulos, un hermano que siempre se olvida de limpiarse los pies en el felpudo, además de un hermano mayor, muy buen mozo, que se llama Jimmie y es júnior en la universidad de Princeton. En la mesa nos divertimos como locos. Todo el mundo habla y ríe y bromea al mismo tiempo y no tenemos que dar las gracias antes de empezar. Es un alivio no tener que agradecer a Alguien cada bocado que uno come. (Es probable que esté blasfemando, pero usted también lo haría si hubiera tenido que dar tantas gracias obligatorias como he dado yo en mi vida.) Hemos hecho tantas cosas que no sé por dónde empezar. El señor McBride es dueño de una fábrica y para Nochebuena hicimos un árbol de Navidad para los chicos de los empleados. Lo pusimos en el cuarto de empaque, todo decorado con siemprevivas y ramas de muérdago. Jimmie McBride se vistió de Santa Claus y Sallie y yo lo ayudamos a distribuir los regalos.

Dios mío, Papaíto, le juro que me sentía como un bienhechor tutor del asilo John Grier. ¡Qué sensación más curiosa! Besé, eso sí, a un chiquilín pegajoso, ¡pero puedo asegurarle que no acaricié a ninguno en la cabeza!

Y dos días después de Navidad, ¡dieron un baile en mi honor!

Fue mi primer baile de verdad, ya que los del colegio no cuentan, pues sólo bailamos entre chicas. Me estrené un precioso vestido blanco (su regalo de Navidad, muchísimas gracias), guantes largos de cabritilla y zapatos de raso blanco. La única nubecita para que mi felicidad fuera perfecta fue que no pudiese verme la señora Lippett dirigiendo el cotillón con Jimmie McBride. Hágame el favor de decírselo usted la próxima vez que visite el asilo John Grier.

Siempre suya,

Judy Abbott

P. D. Papaíto, ¿le disgustaría mucho si en lugar de ser una Gran Escritora me volviera simplemente una chica como cualquiera?

Sábado, 6:30

Querido Papaíto:

Hoy salimos a pie rumbo a la ciudad, pero ¡Dios de mi vida! ¡Qué manera de llover! Me gusta el invierno verdadero, con nieve, no con lluvia.

El importante tío de Julia nos visitó de nuevo esta tarde y nos trajo una caja de dos kilos de bombones de chocolate. Como se dará cuenta, compartir el cuarto con Julia tiene sus ventajas.

Nuestra cháchara insustancial pareció divertirlo, ya que decidió tomar un tren más tarde del que había proyectado, sólo para compartir el té con nosotras en nuestro cuarto de estudio. Nos costó un triunfo conseguir el permiso. Ya resulta bien difícil recibir a padres y abuelos, pero los tíos ofrecen un grado mayor de dificultad; en cuanto a los hermanos y primos, son casi imposibles. Julia tuvo que jurar ante notario público que Jervis era su tío y debió obtener un certificado firmado por un empleado municipal, (¿ Vio cuánto sé de leyes?) Aun así, dudo mucho que habríamos podido celebrar nuestro té si el decano hubiese visto lo joven y buen mozo que es el tío Jervis.

Sea como fuere, lo cierto es que tomamos el té con sandwiches de pan negro y queso. Jervis ayudó a hacerlos y luego se comió cuatro. Le conté que había pasado el verano en Los Sauces y nos dimos un banquete con chismes y noticias de los Semple, los caballos, las vacas y las gallinas. Todos los caballos que él conocía ya han muerto. Todos menos Grover, que era un potrillo cuando él estuvo allí por última vez y ahora está tan viejo que apenas si puede pastorear rengueando por la pradera.

Jervis quiso saber si todavía guardan las rosquitas en un jarro de cerámica amarilla tapado con un plato azul en el estante bajo de la despensa... ¡Y así es! Preguntó también si seguía habiendo una cueva de marmotas bajo el montón de rocas de la pradera nocturna... ¡Y la hay! este verano Amasai cazó una gris, bien gorda, la quincuagésima tataranieta de la que el niño Jervie había cazado cuando era chico...

Estamos leyendo el Diario de María Bashkirsteff. ¿No le parece extraordinario? Escuche esto: "Anoche tuve un ataque de desesperación que se manifestó en gemidos y que finalmente me impulsó a arrojar el reloj del comedor al mar..."

Esto casi me hace alegrar de no ser un genio; deben ser individuos muy cansadores para tenerlos cerca... y muy destructores del mobiliario.

¡Cómo llueve, Dios mío! Esta tarde tendremos que ir a la capilla nadando.

¡Cómo llueve, Dios mío! Esta tarde tendremos que ir a la capilla nadando

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Siempre suya,

Judy



Papaíto piernas largasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora