9 de Enero

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9 de enero

¿Quiere hacer algo bueno, Papaíto, algo que le asegure la salvación eterna? Hay aquí una familia que está en situación muy crítica, diría desesperada. Un padre y una madre con cuatro hijos visibles (los dos mayores se han ido por el mundo a hacer fortuna y no han mandado nada de esa fortuna a sus padres). El padre trabajaba en una fábrica de vidrio y se enfermó de tuberculosis (ya sabe que se trata de un trabajo muy malsano), y ahora está internado en un hospital. La enfermedad terminó con todos sus ahorros y el mantenimiento de la familia ha caído sobre los hombros de la hija mayor, que no tiene más que veinticuatro años. Trabaja de modista a un dólar con cincuenta por día.,, cuando consigue trabajo. La madre es débil y extremadamente inútil aunque muy piadosa, eso sí, de modo que se sienta en brazos cruzados como la viva imagen de la resignación y la paciencia mientras la hija se mata de trabajo, responsabilidad y preocupaciones, ya que la pobre no ve cómo han de pasar el próximo invierno. Y yo tampoco lo veo,.. Cien dólares les proporcionarían carbón para el invierno y zapatos para los chicos, dándoles un pequeño margen como para que la muchacha no se muera de angustia al ver que pasan los días sin que le sea posible conseguir trabajo.

Usted es el hombre más rico que conozco. ¿Le parece que podría disponer de esos cien dólares? Esa muchacha los necesita y merece una ayuda... mucho más que lo que yo necesité nunca. Le aseguro que no se lo pediría si no fuera por ella. No me importa mucho lo que pueda pasarle a la madre, que es tan poca cosa. Me pone fuera de mí el modo como cierta gente se la pasa levantando los ojos al cielo y diciendo: "Quizá sea todo para bien", cuando tienen la certeza de que no lo es. Creo que la humildad y la resignación no son más que inercia impotente. Por mi parte, estoy a favor de una religión más militante.

En filosofía nos dan lecciones terribles. Para mañana tenemos que estudiar todo Schopenhauer. El profesor parece no darse cuenta de que tenemos otras materias que estudiar. Es un tipo rarísimo: anda con la cabeza en las nubes y cuando toca tierra pestañea como azorado. El pobre trata de aligerar sus clases con algunos chistecitos. Hacemos lo posible por sonreír, pero le aseguro, Papaíto, que sus chistes no son asunto de risa. Todo el tiempo que le queda entre una clase y otra lo pasa tratando de entender si la materia existe o si sólo cree él que existe. Estoy segura de que a mi pequeña costurerita no le cabe la menor duda de que sí existe...

¿Dónde cree usted que está mi nueva novela? En el canasto de los papeles. Yo misma me doy cuenta de que no sirve para nada, y cuando un autor amante se da cuenta de eso, ¡no quiero ni pensar lo que sería el juicio de un público severo y crítico!

Más tarde

Le escribo, Papaíto, desde mi lecho de dolor. Estoy con amigdalitis desde hace dos días y no puedo tragar otra cosa que leche caliente, "¿En qué estaban pensando sus padres que no le hicieron sacar esas amígdalas cuando era chiquita?", preguntó el médico. En realidad, no tengo la más mínima idea de lo que estaban pensando, pero con seguridad que no pensaban en mis amígdalas.

Suya,

J.A.

A la mañana siguiente

Acabo de releer esta carta antes de despacharla. No sé por qué profundizo tanto sobre la vida. Le aseguro, Papaíto, que soy joven y estoy llena de ánimo y felicidad. Espero que usted se sienta igual. La juventud no tiene nada que ver con los años cumplidos; de modo, Papaíto, que aunque peine usted canas, si su espíritu está vivo, puede todavía ser un muchacho.

Afectuosamente,

Judy

Papaíto piernas largasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora