¡Libro de la magnífica Jean Webster!
Judy Abbott es una muchacha alegre, inteligente, amable y trabajadora que no conoce el mundo más allá de los muros del orfanato donde se ha criado... hasta que su vida da un vuelco cuando un misterioso millonario...
Bueno, Papaíto, ¡el niño Jervie ya está aquí, por fin! Y nos divertimos en grande. Por lo menos me divierto yo y creo que él también, porque ya hace diez días que está y ni habla de marcharse. Es escandalosa la manera como la señora Semple mima a este hombre. Si hacía lo mismo cuando era chico, no me explico cómo pudo salir tan bueno.
Él y yo comemos en una mesita en el corredor del costado y bajo los árboles, o bien —si llueve o hace frío— en la sala principal. Cada vez, elige tranquilamente el sitio donde quiere comer y Carrie sale trotando tras él con la mesita. Luego, si dio mucho trabajo y Carrie tuvo mucho que andar con los platos, se encuentra con un dólar bajo la azucarera.
Es en verdad muy buen compañero, aunque nadie lo diría si lo tratara sólo ocasionalmente. A primera vista parece un auténtico Pendleton, pero no lo es en absoluto, es sencillo y natural y simpatiquísimo. Suena raro decir de un hombre que es dulce, pero es la purísima verdad. Además, es amabilísimo con los granjeros de por aquí. Les habla de igual a igual y eso los ha desarmado por completo, porque al principio le tenían una desconfianza horrible. ¡Lo veían tan bien vestido! Tiene una ropa de sport magnífica y sabe cómo vestirse para el campo. Cada vez que baja con algo nuevo, la señora Semple, llena de orgullo, da vueltas a su alrededor, mirándolo desde todos los ángulos, y le recomienda que tenga cuidado dónde se sienta, no se vaya a ensuciar... A él la cosa lo aburre sobremanera y siempre le dice: "¡Vamos, Lizzie, atiende tu trabajo y déjame tranquilo; ya no puedes mandarme. He crecido, ¿sabes?".
Resulta gracioso pensar que este hombre de piernas tan largas (casi tan largas como las suyas, Papaíto) se ha sentado alguna vez en las faldas de la señora Semple, sobre todo al ver sus faldas ahora... Pero Jervis dice que antes era delgadita, vivaracha y ágil, ¡y que le ganaba a él en correr!
Todos los días tenemos aventuras. Hemos explorado kilómetros de campo. Me enseñó a pescar con moscas especiales hechas de plumitas. También a tirar con revólver y con rifle, y a montar... ¡Hay que ver qué espíritu hemos logrado inyectar en el viejo Grover!
Lo alimentamos con avena durante tres días y después de eso embistió a un ternero y casi se desboca conmigo encima.
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Miércoles
El lunes a la tarde subimos a la Colina del Cielo, una montaña que hay por aquí cerca, quizá no muy alta, ya que no tiene nieve en el tope, pero lo bastante como para dejarlo a uno sin aliento al llegar a la cima. Las laderas bajas están cubiertas de bosques, pero la cima es todo rocas y páramos. Nos quedamos arriba a fin de ver la puesta del sol e hicimos fuego para la comida. En realidad fue él quien cocinó, pues dice que sabe hacerlo mejor que yo. Y resultó verdad, ya que él está acostumbrado a hacer camping y yo no. El camino de regreso fue a la luz de la luna y, cuando llegamos al camino del bosque, como estaba muy oscuro, iluminados por una linterna de bolsillo que él llevaba. ¡Lo pasamos tan bien! Bromeábamos y reíamos todo el tiempo. ¡Y sabe hablar de cosas tan interesantes! Leyó todos los libros que he leído yo y muchos más. Es impresionante la cantidad de cosas que sabe ese hombre.