¡Libro de la magnífica Jean Webster!
Judy Abbott es una muchacha alegre, inteligente, amable y trabajadora que no conoce el mundo más allá de los muros del orfanato donde se ha criado... hasta que su vida da un vuelco cuando un misterioso millonario...
¿Cómo se enteró su secretario de la granja Los Sauces? No es una pregunta retórica... ¡Me muero por saberlo! Porque escuche lo que pasa: El señor Jervis Pendleton era el dueño de esta granja y ahora se la dio a la señora Semple, que fue su nodriza. Increíble la coincidencia ¿verdad? La señora todavía lo llama "niño Jervie" y habla de lo dulce que era cuando chico. Tiene un rulo de cuando era bebé guardado en una caja y el ruliro es colorado ¡palabra de honor! O por lo menos, rojizo.
Desde que la señora Semple descubrió que lo conozco, me he elevado mucho en su concepto, ya que conocer a un miembro de la familia Pendleton es la mejor presentación que se puede traer a Los Sauces. Y la flor y nata de la familia es el niño Jervie. Me alegra consignar que Julia pertenece a una rama inferior.
La granja se está poniendo cada vez más entretenida. Ayer anduve en una carreta de heno y me resultó divertidísimo. Tenemos tres cerdos y nueve lechoncitos. ¡Hay que verlos comer! Le aseguro que no podrían pasar por otra cosa que lo que son: ¡cerdos! Tenemos pollitos a mares, además de patos, pavos y pintadas. Debe de estar usted loco para vivir en la ciudad, pudiéndolo hacer en una granja.
Una de mis tareas cotidianas es juntar los huevos. Ayer me caí de una viga del granero mientras trataba de deslizarme hasta un nido del que se apropió la gallina negra. Y cuando volví a casa con un rasguño en la rodilla, la señora Semple me lo vendó con árnica, murmurando todo el tiempo:
—¡Dios mío, si parece sólo ayer cuando el niño Jervie se cayó de esa mismísima viga y se lastimó esta mismísima rodilla!
El paisaje que nos rodea es precioso. Hay un valle, un río y muchas colinas boscosas. Y lejos, a la distancia, una montaña azul altísima que dan ganas de comerla.
Dos veces por semana hacemos manteca y guardamos la crema para conservarla fresca en una casita de piedra bajo la cual corre un arroyo. Algunos granjeros de la vecindad tienen separadores, pero nosotros no creemos en esas novelerías. Puede que dé más trabajo separar la crema en cazuelas, pero la mejor calidad compensa la molestia. Tenemos seis terneros y les puse nombre a todos:
1. Silvia. Porque nació en el bosque.
2. Lesbia. Por la Lesbia de Cátulo.
3. Sallie.
4. Julia. Un animal manchado, estrambótico.
5. Judy. Por mí.
6. Papaíto Piernas Largas. ¿Verdad que no le importa, Papaíto? Es un Jersey puro y de lo más mansito. Ahí va su retrato, para que vea lo apropiado que es el nombre.
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Todavía no tuve tiempo de empezar mi novela inmortal. La granja me tiene muy ocupada.