17 de Noviembre

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17 de noviembre

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Mi carrera literaria ha sufrido un contratiempo muy serio. Estuve titubeando entre contárselo o no, pero me gustaría que me compadezcan un poco. Sólo le pido que lo haga en silencio y se abstenga de reabrir la herida haciendo alusión a ello en su próxima carta.

He estado escribiendo un libro por las noches el invierno pasado, y también este verano en los ratos en que no tenía que enseñar latín a mis dos tontitas de alumnas. Lo terminé justo antes de volver al colegio y se lo envié a un editor. Como se lo guardó durante dos meses, yo ya estaba segura de que sería aceptado, Pero ayer llegó un paquete por correo (tuve que pagar treinta y cinco centavos de franqueo) ¡y ahí estaba mi novela, junto con una carta del editor! Una carta muy amable y paternal... ¡pero muy franca! Me dice que ve, por la dirección, que todavía estoy en el colegio y que, si se lo permito, me aconseja que me concentre en mis estudios y espere a terminar mi carrera antes de escribir. La carta vino acompañada de la opinión del lector de la editorial Hela aquí: "Argumento improbable en grado sumo. Exagerada caracterización. El diálogo, poco natural. Mucho humorismo, pero no siempre del mejor gusto. Dígale que siga ensayando, que algún día puede producir un libro de verdad".

No es muy halagador que digamos, ¿no? ¡Y yo que creía haber hecho un valioso aporte a la literatura norteamericana! De veras, Papaíto, me proponía sorprenderlo escribiendo un libro antes de recibirme. Me inspiré mientras estaba en casa de Julia, la Navidad pasada. Pero me parece que el editor tiene razón. Es posible que dos semanas sean insuficientes para observar las costumbres y el modo de ser de la gente de una gran ciudad.

Ayer a la tarde, cuando salí a caminar, me llevé el paquete en cuestión y, al pasar por la usina de gas, entré y pedí permiso al mecánico para utilizar la hornalla. Cortésmente, el hombre abrió la puertita y allí arrojé el manuscrito con mis propias manos. Me sentí como si hubiera cremado a mi único hijo.

Después me acosté, muy deprimida. Me parecía que nunca iba a servir para nada y que usted había gastado su dinero sin ningún resultado. Pero, créase o no, esta mañana me desperté con un precioso argumentó flamante en la cabeza y anduve todo el día proyectando mis personajes, tan contenta como es posible estarlo. ¡Nadie podrá acusarme nunca de ser pesimista! Creo que, si un día un terremoto me arrebatara a mi marido y seis hijos, me levantaría al día siguiente lista para comenzar una nueva colección.

Afectuosamente,

Judy

Papaíto piernas largasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora