CAPÍTULO 7

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Estoy dormido como un tronco cuando oigo el sonido de la puerta de mi casa al abrirse. Salto de la cama ¿Qué hora es? Miro el reloj de mi mesilla. Las once y siete.

Me tumbo de nuevo en la cama. No quiero saber quién es hasta que, de pronto, una pequeña bomba cae sobre mí y grita:

—¡Hola, Tiooooooooooooo!

Mi sobrina jina.
Maldigo en silencio, pero luego miro a la pequeña y la agarro para besarla con amor.
Adoro a mi sobrina. Pero cuando mis ojos se cruzan con los de mi hermana, mi mirada dice de todo menos bonita. Veinte minutos después y recién salida de la ducha, entro en el comedor en pijama. Mi hermana está preparando algo de desayuno mientras mi pequeña Jina, espachurra entre sus brazos al pobre Gigi y
ve los dibujos de la televisión.
Entro en la cocina, me siento en la encimera y pregunto:

—¿Se puede saber qué haces en mi casa un sábado a las once de la mañana?

Mi hermana me mira y pone un café ante mí.

—Me engaña —cuchichea.

Sorprendido por sus palabras, me dispongo a contestarle, pero ella baja la voz para que Jina no la oiga y prosigue:

—Acabo de descubrir que el sinvergüenza de mi marido ¡me engaña! Me paso media vida a régimen, yendo al gimnasio, cuidándome para estar siempre estupenda y ¡ese desgraciado me engaña! Pero no, esto no va a quedar así. Te juro que voy a contratar al mejor abogado que encuentre y le voy a sacar hasta el hígado por cabrón.

Necesito un segundo. Tiempo muerto. Levanto la mano y pregunto:
—¿Por qué sabes que te engaña?

—Lo sé y punto.

—No me convence esa respuesta —insisto cuando la pequeña entra en la cocina.

—Mami, voy al baño.
Irene asiente y dice:

—Oye, no te olvides de limpiarte con papel, ¿vale?

La pequeña desaparece de nuestra vista.
—Ayer la madre de una compañera de jina—continúa—, me confesó que
descubrió que su marido la engañaba cuando éste comenzó a comprarse él mismo la ropa. Y justamente, sehun hace dos días se compró una camisa ¡y unos calzoncillos!

Eso me deja extrañado. No sé qué decir. Efectivamente, se dice que uno de los síntomas para desconfiar en un hombre es ése. Pero claro, tampoco se puede decir que eso sea una tónica general en todos. Y menos en mi cuñado. Que no, me lo imagino.

—Pero, Irene, eso no quiere decir nada mujer…

—Sí. Eso quiere decir mucho.

—¡Anda ya, exagerada!—río para quitarle importancia.

—De exagerada nada, kookie. Me mira de forma extraña… como si quisiera
decirme algo y… cuando hacemos el amor, él…

—No quiero saber más—la interrumpo. Pensar en mi cuñado en plan caliente no me apetece.

Entonces, mi sobrina irrumpe en la cocina y pregunta:

—Tio… ¿por qué este pintalabios no pinta pero tiembla?

Al escuchar eso creo morir. Rápidamente miro a la pequeña y veo que trae en las manos el vibrador en forma de pintalabios que taehyung me ha regalado. Salto de la encimera y se lo quito. Mi hermana, como está en su mundo, ni se entera. Menos mal. Me guardo el jodido pintalabios en el primer sitio que encuentro. En las los bóxers.

—Es un pintalabios de broma, cariño. ¿No lo has visto?

La pequeña suelta una risotada y yo me parto. Bendita inocencia. Mi hermana nos mira y mi sobrina dice:

—Tío kookie, no te olvides de la fiesta del martes.

—No lo haré, cariño —murmuro, mientras le acaricio la cabeza con ternura.

Mi sobrina me mira con sus ojitos castaños, tuerce la boca y dice:
—He discutido otra vez con Alicia. Es tonta y no la pienso ajuntar en la vida.

Alicia es la mejor amiga de mi sobrina. Pero son tan diferentes que no paran de discutir, aunque luego no pueden vivir la una sin la otra. Yo soy su intermediaria.
—¿Por qué habéis discutido?
Jina resopla y pone sus ojitos en blanco.

—Porque le dejé una película en su casa y ella dijo que era mentira —cuchichea—. Me llamó tonta y cosas peores y yo me enfadé. Pero ayer me trajo la película, me pidió perdón y yo no la perdoné.

Sonrío. Mi niña y sus grandes problemas.

—cariño, sabes que siempre te digo que cuando quieres a una persona hay que intentar solucionar los problemas, ¿no? ¿Tú quieres a Alicia?

—Sí.

—Y si te ha pedido perdón por su error, ¿por qué no la perdonas?

—Porque estoy enfadada con ella.

—Vale, entiendo tu enfado, pero ahora debes pensar si tu enfado es tan
importante como para dejar de ser amiga de una persona a la que quieres y que encima te ha pedido disculpas. Piénsalo, ¿vale?

—De acuerdo, tio. Lo pensaré.

Segundos después la pequeña desaparece en el interior de mi piso.
—¿Se puede saber qué te has guardado en el pantalón? —pregunta Irene.

—Ya lo he dicho. Un pintalabios de broma —río al recordar que está dentro de mis boxers.

Convencida o no, acepta lo dicho y no pide más explicaciones. Eso me alegra.

Media hora después, tras haber hablado todo lo habido y por haber contra mi cuñado, mi hermana y mi sobrina se van y me dejan tranquilo en casa.Miro el reloj. Las doce y cinco minutos.
Entonces recuerdo que Tae me vendrá a buscar y maldigo. No pienso salir con él. Que salga con la que tuvo la cita anoche. Voy a mi habitación, cojo mi móvil y, sorprendido, me doy cuenta de que tengo un mensaje. Es de taehyung.

«Recuerda. A la una paso a buscarte.»

Eso me enfurece.
Pero ¿quién se ha creído éste que es para ocupar mi tiempo? Le respondo:

«No pienso salir.»

Tras enviárselo, suspiro aliviado, pero mi alivio dura poco cuando el teléfono suena y leo:

«Pequeño, no me hagas enfadar».

¿Que no lo haga enfadar?
Este hombre es de todo, menos bonito. Y, antes de que le conteste, mi móvil pita de nuevo.

«Por tu bien, te espero a la una.»

Leer aquello me hace sonreír.
¡Será impertinente…! Así que decido responderle:
«Por su bien, señor kim, no venga. No estoy de humor».

Mi móvil inmediatamente pita de nuevo.
«Señor jeon, ¿quiere enfadarme?»

Boquiabierto, miro la pantalla y respondo:
«Lo que quiero es que se olvide de mí».

Dejo el móvil sobre la encimera, pero suena de nuevo. Rápidamente lo cojo.
«Tienes dos opciones. La primera, enseñarme Seúl y disfrutar del día conmigo. Y la segunda enfadarme y soy tu JEFE. Tú decides.»

Me atraganto. Su abuso de autoridad me enardece pero me excita.

¿Seré imbécil?

Con las manos temblorosas, vuelvo a dejarlo sobre la encimera. No pienso
contestarle. Pero el móvil pita de nuevo y yo, curioso de mí, leo lo que pone:
«Elige una opción».
Enfadado, maldigo por lo bajo.
Me lo imagino sonriendo mientras escribe aquello. Eso me enfada aún más. Suelto el teléfono. No pienso contestar y tres segundos después vuelve a pitar:

«Estoy esperando y mi paciencia no es infinita».

Desesperado, me acuerdo de todos sus antepasados. Y al final contesto:
«A la una estaré preparado».

Espero su respuesta, pero no llega. Convencido de que me estoy metiendo en un juego al que no debería jugar, me preparo otro café y, cuando miro el reloj del microondas, veo que marca la una menos veinte. Sin tiempo que perder, corro por
la casa.

Mi Jefe El Sr. kim       (TAEKOOK) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora