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Los pequeños, y débiles, rayos de sol que se colaban por su ventana informaban que ya había comenzado un nuevo día, y él no había podido dormir el resto de la noche.


Siempre era lo mismo cuando se trataba de sus pesadillas, le era imposible volver a conciliar el sueño. Se sentía ligeramente estresado, la falta de sueño hacía que sus parpados se sintieran pesados, pero ya no tenía tiempo de dormir.


El reloj indicaba que faltaban cinco minutos para las cinco de la mañana, así que decidió ir a hacer algo productivo, y poder liberar la tensión que su cuerpo había acumulado desde que se despertó de la pesadilla.


Acomodó más las mantas sobre el cuerpo a su lado, dejando un beso sobre su frente cuando salió de la cama. Sabía que faltaban alrededor de tres horas para que despertara, así que podía volver antes de que eso pasara. Se dispuso a darse una rápida ducha, y luego de acomodar sus ropas, y su bata de Akatsuki, salió de aquella guardia.


Caminó a un lugar cerca de ahí, un pequeño bosque que solían usar para entrenar, sobre todo las técnicas nuevas. Iría a entrenar porque era la mejor idea que tenía, y sabía que le serviría para sacar aquel mal sentimiento que tenía posado en su pecho.


Al llegar acomodó unos pequeños tableros de tiro al blanco, que estaban ahí porque sus compañeros de Akatsuki solían entrenar ahí muy seguido.


Lazó el primer kunai, dando sin dudar al puto medio. No había olvidado hacerlo, su puntería seguía intacta. Y así siguió, aumentando el número de kunai lanzados, con la intención de que fuera cada vez más difícil.

Hacer aquel entrenamiento le recordaba a sus tiempos con Shisui, cuando era unos niños, y su actividad favorita era entrenar. Shisui le había enseñado una gran variedad de técnicas, que hasta el presente usaba, y que sabía que no dejaría de usar jamás.


La nostalgia lo invadía, como cada vez que recordaba sus pasados días en Konoha, antes de todo se convirtiera en un desastre, uno del cual no pudo evitar ser parte.


Lazó con más fuerza los kunai, aumentando la rapidez.


Era inevitable sentirse culpable, porque lo era. Sus pesadillas sólo eran producto de su mente recordándole todo lo que hizo, y de lo que no va a poder librarse nunca. Y lo asumía, ese era el precio que debía pagar por la vida de Shisui y Sasuke.


Realmente deseaba que todo estuviera bien, y que las dos únicas personas que le quedaban en Konoha, estuvieran a salvo. Esperaba que su sacrifico valiera la pena.

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