XIX

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Frunció el ceño al mirar su celular, y comprobar una vez más, que Beraelt no le había contestado. Ya había pasado un día desde la última vez que habían hablado.

Se suponía que él iba a decirle que pensaba al respecto de lo que ya llevaba escrito, pero el rubio nunca había contestado.

Es por eso, que luego de salir de clases, Giselle se fue hasta la casa del rubio, para saber si se encontraba bien. Era extraño que él no le hablara.

Tocó timbre, y esperó paciente del otro lado del portón, sin recibir respuesta luego de varios minutos. Insegura, miró hacia arriba de las rejas, y se mordió suavemente el labio inferior.

¿Qué tan malo sería hacer aquello?

Caminó varios pasos hacia atrás, y luego se impulsó hacia adelante, saltando el portón para pasar hacia el otro lado.

Miró la casa de Beraelt, y se apresuró a caminar hasta ella.

—Señor Athana, lamento ingresar a su hogar sin permiso, y de este modo, pero pensé que quizás necesitaba ayuda, que no estaba bien. Me parece extraño que no respondiera mis llamadas —habló al llegar a la puerta, antes de golpearla—. Señor Athana ¿Está aquí?

Bajó suavemente el picaporte, y comprobó que la puerta estaba abierta, por lo que ingresó.

—¿Señor Athana? ¿Está aquí?

Caminó con pasos lentos, cautelosos por la sala, y a través de su sensible olfato, buscó el aroma de él, comprobando que el muchacho sí estaba en alguna parte de la casa.

—Señor Athana.

Subió las escaleras, y su sentido del olfato la llevó hasta una habitación, que tenía la puerta entreabierta. Al entrar, notó que Beraelt estaba acostado en la cama, mirando hacia el techo.

—Señor Athana ¿Está bien? Lamento mucho haber entrado a su casa sin permiso —se disculpó en un tono suave.

Se acercó hasta la cama, ya que él no se movía, y comprobó entonces qué estaba con los ojos abiertos, pero con la vista pérdida en algún lugar del techo.

Pasó su mano suavemente por encima de su rostro, y él desvió la mirada hacia ella.

—¿Qué estuviste consumiendo esta vez? —preguntó en un tono bajo.

Él la miró, sin poder gesticular nada. Giselle se sentó en el borde de la cama, y tomó una de sus manos, moviendo suavemente su brazo.

Sus músculos no estaban rígidos, así que si él no podía moverse o hablar, era una cuestión nerviosa.

—¿Por qué haces esto, Zhanda? —pronunció bajo.

Él cerró los ojos, y Giselle vio como se marcaban sus venas al costado de su cuello y brazos. Sí, sabía muy bien que no le gustaba que lo llamaran así, pero ese era su nombre.

Ima to e zhanda (yo vi al sol) te hae iso keisha (pero no su brillo) —pronunció la castaña lentamente en malapeptita.

Beraelt abrió nuevamente sus ojos, mirándola aturdido.

—Tienes un nombre precioso, y suplicio (Beraelt) no te corresponde. Tú más que nadie debiste entender su partida, Zhanda. ¿No estamos todos de paso aquí? ¿No es parte de la vida, morir? Ella ahora está con Kanat'ma, es parte de todos, volvió a nuestra madre, así como tú y yo también lo haremos.

Apoyó una de sus manos en la mejilla de él, y vio sus ojos azules con lágrimas.

—Algunos se van antes, otro más pronto, pero tu abuela tuvo la fortuna de vivir muchos años, de estar mucho tiempo contigo, Zhanda. Y hasta donde sé, ella fue muy feliz, y se fue del mismo modo. Recuérdala con cariño, pero no con dolor, ni culpa. Ya deja de hacerte daño a ti mismo.

—N-No pu-pude salvar-la —pronunció con dificultad, derramando algunas lágrimas.

—Cuando nuestro momento de partir llega, ni el mejor médico del mundo podría evitarlo —le dijo en un tono suave, acariciándole la mejilla, subiendo su mano hacia su cabello.

—¿P-Por qué es-tás aquí?

Ella negó con la cabeza.

—Sentí que debía venir a verte, no lo sé.

...

No me dejesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora