*Capítulo 40: ¿Se abre o se cierra?*

81 3 4
                                    

(Rose)

Yace tirada en el suelo frío abrazando una manta que ella cree es su hijo, el coraje y la rabia que siente no ha disminuido ni con el paso de los días, sino que ha aprendido a lidiar con ello, con ese dolor impenetrable que no la deja respirar adecuadamente. Su rostro es pálido con ajeras, similar al de un lémur, de no ser por el maquillaje luciría mucho peor, pero, ¿importa eso ahora que está tendida en el piso recordando con dolor el secreto de su pequeño hijo?

''¿Dónde estuve todo ese tiempo?'' es lo que se recrimina cada día desde aquella revelación.

Se siente una vil e inútil basura, pues no pudo educar bien a ambos hijos.

Todos sus recuerdos se reflejan en cada situación, con mayor frecuencia cuando se pone las manos en la cabeza a modo de desesperación, pues ve en su mente el rostro de su pequeña criatura que no supo proteger del todo (o es lo que ella opina).

Con la puerta de su habitación abierta, percibe a su hijo mayor: Tom, está ahí parado frente a ella, observándola con detención.

Su corazón palpita y sus manos se tornan frías, no sabe cómo reaccionar o, qué hacer, solo lo mira con impotencia. Más, sin embargo, ya no habrá más, está cansada de lo que ha estado viviendo durante días, meses y años, tener que lidiar con la violencia es el camino más difícil de la vida de una persona, más cuando sientes que no hay una armadura que proteja tu delicada piel.

Poco a poco se levanta sin despegarle la mirada a Tom; una mirada fría y agonizante que con la más mínima acción podría colapsar. Descansa un poco a gatas, pero rápidamente sube y regresa a su característica postura; la de la mujer que no se deja.

—Tom, hijo mío, anhelo que oigas mi corazón por primera vez en esta vida, sino te importa deja que me acerque un poco. —suelta en seco, con la voz más temblorosa y cálida que alguien pudo haber escuchado jamás.

Él, desconoce a esa mujer, porque no sabe cómo leerla ni cómo interpretar su carácter ahora mismo, porque podrá tener su postura, pero su nueva mirada es la que lo desconcierta y penetra su ser.

Rose por su parte no duda en caminar algo erguida y cojeando poco a poco, pareciera herida y a punto de abandonar la batalla.

Toma a Tom de su rostro con ambas manos temblorosas, lo dirije a sus ojos y a pesar de estar retirados el uno del otro decide hablar:

—No sé qué fue lo que pasó, ni me quiero imaginar todo lo que me has ocultado, pero... —y lo abofetea como jamás se había abofeteado a una persona, Tom cae al suelo.

Ella se paraliza y con lento paso se agacha para decirle con el tono más cálido.

—Mi hijo me ha contado todo lo que necesitaba saber de ti, digo, creo que lo que hice fue menos a comparación de lo que tú has hecho en toda tu vida.

—¿M-mamá?

—No soy tu madre, no eres mi hijo, ¡y ahora con todo el dolor de mi puta alma te pido que te largues de mi vida para siempre! —Exclama desgarrando su pecho.

—P-pe-pe-pero no sé qué he hecho.

—¡Tú y tu padre son los que han hecho de nuestra vida un infierno! ¡Lárgate y lárgate, que no quiero volver a verte! ¡Lárgateeeee de nuestras vidas!

Tom se levanta agarrando su mejilla.

—¿Qué te dijo?

—¡Tú! ¡Tú tomaste a mi hijo y lo revisaste para ver quién lo hizo homosexual! ¡¿Eso te parece poco, maldito ingrato?!

—Madre... yo.

—¡Nada, Tomás! ¡Absolutamente nada! ¡Ya eres lo suficientemente mayor como para que te las arregles tú solo! ¡Largo, Tomás! ¡Largo! —Exclama apuntando con el dedo las escaleras de su hogar—. ¡Sé que eres malvado, pero nunca te creí capaz de tocar a mi hijo! —Se abalanza contra él.

delicado; reflejos © [LIBRO 1# Saga DELICADO] (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora