Capitulo 3

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Duro.

Tan duro que,

Miraré la cima, sentiré como he ganado, como todo va bien, como lo logré,

Miraré mi propia victoria tan cerca, tan cerca,

Y caeré,

Duro.

Tan duro que,

No querré tener ganas de seguir. Porque es el mismo error, una y otra vez, una y otra vez, vuelve a ocurrir y pienso que, cada vez me sorprende menos, cada vez se vuelve más común sentir la derrota en mi lengua. Me sumerjo en el mar de mi sangre. Y me encantaría decir que, si estoy acostumbrada entonces, llega el momento que no dolerá. Pero no. No. Nunca es así. La derrota es un golpe duro, tan duro que deseo que esta vez me desangre y me ahogue de una vez.

Y es duro, tan duro.

Es tan duro el piso en el que me encuentro.
Que no confío seguir aquí.

He dejado de gritar hace unos segundos. Aún creo que mi brazo se come a sí mismo en vida.
Me inclino y apoyo sobre mi brazo bueno, me siento y levanto, sin intentar ver su cara. No soportaría el recuerdo de mi dolor cuando supe que había perdido.

Tomo mi mochila y espero a subir las escaleras para abrirla.
Me siento en el último escalón. Tomo el agua oxigenada limpio las heridas de mi cabeza cuando cayo y sangro en el suelo, mi sangre debe ser en el piso. Arde mucho cuando toca mi piel. Tengo moretones en mis brazos doliendo como el infierno, tomo la crema fría y la aplico en todos ellos, el dolor disminuye lentamente.
Me preparo para la parte más dura.
Tomo una gasa y la coloco en mi boca, volteo a ver mi brazo y luce tan espantoso que aparto la mirada, sin pensarlo tomo mi hombro y lo posiciono en su lugar. Grito desgarradoramente mordiendo la gasa con todas mis fuerzas, mi mandíbula me duele de la presión.

Respiro de forma agitada, tragando aire con la boca abierta. El dolor me marea.
Guardo las cosas en la mochila y me levanto para irme. El guardia me ha estado mirando con el ceño fruncido. Le devuelvo el gesto.

- Me iré a pie – digo en una llamada a Malet, no dejo que hable y corto. Respiro hondo y camino hacia afuera.

Ningún alma en las calles.
Camino y pienso. Pienso mucho, no recuerdo en que. Perdí las ganas de saberlo. Mis pies se mueven por sí solos, mi mente tan agotada no se atreve a decirles a donde ir. Hace mucho frío.
Miro al camino mientras, las calles de Alta Montaña no son transitadas, principalmente porque nadie necesita venir al centro del circuito a menos que hagas “ La ley de Queda

Retiro la idea de mi mente, antes de vomitar.

Me concentro en ver el paisaje de las hermosas colinas, se ven tan lejanas, pero están tan cerca, casi las podría tocar. 
Vivo en una de esas colinas.
Recuerdo correr detrás de Malet mientras ambos sabíamos que caeríamos hasta el final de la colina y nos golpearíamos mucho.

Pero en ese momento, caer no era tan malo.

Llevo al menos una hora con ese recuerdo en mi mente y ayuda un poco, pero la nostalgia siempre termina atacando.

Veo a mi árbol y algo de vida regresa a mí. Porque es el único lugar en el mundo que nadie nunca dañará, aquí podría quedarme hasta que me desaparezca. Me recuesto sobre las raíces del árbol y cierro los ojos.

No para dormir.

No para pensar.

Solo existir.

Un rato.

Hay mucho viento hoy, mueve mi cabello que me hace cosquillas en la nuca, una pequeña sonrisa me sale. Imagino que el árbol me abraza y aunque no lo merezco no soy valiente para negarlo.
Imagino aves volando, con sus alas desplegándose, sobre todo, pienso que deben ser preciosas. Pienso que deseo conocer una. De cerca, poder tocarla en vez de observarla desde lejos deseando y deseando.

El recuerdo de los susurros vuelve. Nítidos. Cada vez más claro, pero escucho otra cosa, “Auge” “Auge” “Auge”
“Dime, ¿me necesitas?”
No contesta.
“Auge”
Sé que hacer.

Imagino las hojas del árbol flotando encima de mí. Ellas se divierten cantando al viento, se divierten por como yo las muevo. Imagino.
Pero cuando abro mis ojos, están levitando en verdad. Me asusto.
Las hojas caen.

Escucho pasos.

Tomo mi cuchilla y cuando su presencia es más cercana. La lanzo a la mano de mi adversario. Escucho su hermoso grito de agonía.
- ¡Maldición! – es una chica – Auge

Estoy a punto de lanzarle una más, pero…

- ¿Por qué sabes mi nombre?

- Auge – repite y arranca la cuchilla de su mano, la sangre baja como un hilo sobre su muñeca – soy Marella – dijo como si eso respondiera mi pregunta.

- ¿Qué quieres?

La chica no habla, la veo retorcerse de dolor. Es rubia y usa un vestido rojo. Tiene los ojos cerrados, apretados fuertemente. Ella está seriamente preparada pues saca un spray que sella la herida.

- ¿quién carajos eres?

- Marella – repite y cuando lo digo en mi mente, el nombre de repente se siente común, como si mi boca ya lo hubiese dicho. Como si ella lo hubiese colocado ahí – debemos hablar

- ¿Cómo lo hiciste?

- Puedo hacer más

Ella mueve sus manos, sus ojos están cerrados. Sus manos contornean un círculo, como si en sus manos hubiese una pelota. Pequeñas gotas de agua, se acercan a ella. Es ridículamente fascinante. Las cuencas de sus ojos tienen una luz azul, el color de sus propios ojos.

- Auge – me dice ella cuando abre los ojos, con voz dulce continua – ¿aún tienes esperanza?

Podría ser fácilmente la pregunta más estúpida y más importante que jamás me hayan hecho.

AugeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora