Siento mi alma desgarrada por verlo partir, no puede hacer que el destino cambiará de opinión.
Verle allí sobre el lecho, pálido y con los ojos cerrados me hace querer tomar su lugar. «¿Por qué no fui yo? ¿Qué mal hizo él?» Son preguntas que sin dudas llegan a mi triste pensamiento.
Todas sin respuestas, y me atacan sin cesar.
Lentamente sin mirar más allá de su cuerpo inerte, me acerco a la repisa donde dejé todo preparado para cuando éste momento llegara.
Aún cuando quise ser positiva y pensar que lograría superar la maldita enfermedad, dejé una segunda oportunidad de estar juntos.
—¡No te dejaré sólo ni en la muerte! —fueron mis palabras, una promesa que no estoy segura si llegó a escuchar antes de finalmente partir.
Tomé la daga, observando la belleza de su diseño, lamenté interiormente que mi sangre sea la causa que opaque su hermosura. Sus detalles vicentinos en oro y plata le hacían maravilla.
—Tal como mi amado —dije en voz ténua.
Con ella en mano, volví sobre mis pasos. Me senté a su lado, y luego de revisar todo con una sola miranda, asegurando que nada esté fuera de lugar, me recosté con suavidad.
Tomé con ambas manos la empuñadura, con el filo en dirección a mi cuerpo y fuertemente la impulsé.
Sentí el dolor de la carne al ser penetrada, pero ¿Qué es ése dolor en comparación al de mi amado? Nada.
Repetí ese acto las veces que mi adolecido cuerpo me permitió.
Allí agonizando, con las manos manchadas y la mirada en su cuerpo, tomé su mano y junté mis dedos con los de él.
—Ahora sí, juntos por siempre, mi amor —Le dije al cadáver a mi lado.
Mariangeles💖
