|•Capítulo 7: Llévame al pecado🥀|

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Jano había vuelto al convento para no levantar sospechas, pero también para informar que "había decidido cambiarse de congregación" e investigar un poco sobre qué estaba ocurriendo en el lugar mientras Sofía había desaparecido

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Jano había vuelto al convento para no levantar sospechas, pero también para informar que "había decidido cambiarse de congregación" e investigar un poco sobre qué estaba ocurriendo en el lugar mientras Sofía había desaparecido.

-Si, joven...estamos tan preocupadas. Ella no conoce la ciudad, no sabemos si tal vez salió por algo y no supo cómo volver- dice con angustia la madre superiora.

-Disculpe mi falta de discreción, madre, pero una monja no debe de romper su voto de claustro; hacerlo sería un insulto, por lo que dejaría de merecer la gracia del señor- comentó Jano con seriedad.

-Pues es muy insolente al insinuar tal cosa, mucho menos sin conocer a la hermana Sofía. Así que lo invito, padre, a que se retire- responde la señora con aire ofendido.

"Nadie la conoce más que nosotros"

"Asesinala"

Apretando los puños y tomando con disimulo una profunda respiración, el joven educadamente se disculpó y salió de la habitación.

Al parecer, y según lo que escuchó de los oficiales de policía, estaban buscando a Sofía pero con la sospecha de que había sido un escape de parte ella, ya que la hipótesis de secuestro había quedado descartada al saber que al convento no había ingresado ningún extraño o alguna persona con actitudes sospechosas.

Además con los testimonios de las hermanas, la sospecha más fuera era que la rubia tal vez había escapado o había salido por algo importante sin avisar y no sabía cómo volver.

En conclusión, y para alivio de Jano, la policía está buscando a una hermosa e inocente monja que salió en medio de la noche y no volvió, sin siquiera sospechar que un noble aspirante de sacerdote la secuestro para tenerla solo para él.

Sonriendo malévolo, arrancó de un tirón el Rosario que colgaba de su cuello y lo arrojó al suelo, al mismo tiempo que subía a su auto, que a diferencia de los demás que tiene este era simple y se camuflaba con los demás, para no levantar sospechas.

Estaba por encender el vehículo, cuando de repente su celular último modelo comenzó a sonar.

-¿Hola?- contestó dudoso al ver que el intermitente es desconocido.

Jano no se daba el lujo de darle su número a cualquiera, y los pocos que tenían ese pequeño honor sabían que no debían molestarlo sin dejar un mensaje antes, así que nadie lo llama si no es de suma importancia.

-¿Hablo con...Jano Callister?- pregunta una voz femenina.

-¿Quién pregunta?

-Soy Paula, la médica cabecera de su tío. Me tomé el atrevimiento de conseguir su número telefónico para informarle sobre el delicado estado de salud de dicho familiar ¿Es usted con quién hablo?

La sonrisa del pelinegro solo se ensanchó y aclaró su voz para que sonara angustiado.

-Oh...sí, soy yo. ¿Qué le ocurre, señorita?

Sabiendo perfectamente la respuesta, ya que desde hace mucho él estaba al tanto de la vida de su única familia que está en vida, esperó con ansias.

-Desde hace un tiempo fue diagnósticado con cáncer al pulmón, ayer tuvo un accidente doméstico debido a una recaída y ahora está internado en emergencias. Estamos al tanto de que usted es el único pariente que tiene, así que le agradecería que estuviera presente aquí para chequear un par de cosas.

"El maldito obtuvo su merecido"

"Fue una buena idea dejarlo vivo, para que solito sufriera"

-Es una lástima que yo no lo considere pariente mío- contestó con amargura y su frío tono de voz regresó.

-¿Disculpe?- extrañada la doctora frunció el ceño desde la otra línea.

-Que me importa una mierda lo que le ocurra a ese señor. Solo dígale una cosa: Ojalá sufra hasta el último aliento como lo hicieron mis padres, algo, que por cierto, él aprovechó para deshacerse de mí- gruñó apretando con su mano libre el volante -Y agregue que algún día nosotros dos nos encontraremos en el infierno y podré cobrar cuentas con él.

Sin agregar más nada cortó la llamada y dejó el aparato sobre el asiento a su lado.

-La única persona especial que me queda, eres tú Sofía- susurró acariciando la foto que tenía en la guantera -Y nunca te dejaré ir, no como lo hice con ellos.

(...)

Un par de chicas se encontraban riendo en una de las tantas habitaciones de la lujosa mansión de Jano.

Arlet cantaba y saltaba sobre su cama al ritmo del Rock and Roll, mientras Sofia reía a carcajadas por las expresiones que la peliblanca hacía al sacar la lengua y mover su cabello con locura.

-¡Vamos monjita! Sé que también puedes mover el bote- dice guiñandole un ojo.

-Arlet, baja de la cama. Estás haciendo mucho ruido, los vecinos se quejarán- advirtió la rubia con gracia.

"No hay vecinos" se contuvo a responder la nombrada, pero bajó de un salto de su cama y se acercó a su nueva amiga.

-¿Divertirse es un pecado?- preguntó tocando la pálida nariz de ella como si de un botón se tratara.

-Pues...las hermanas siempre dicen que hay que divertirse con prudencia, discreción y educación- recitó ella de memoria.

-No puedes poner la palabra "divertirse" y "prudencia" en la misma oración, mujer- se queja poniendo los ojos en blanco.

Sofía se encogió de hombros y se alejó de Arlet. A pesar de que habían empezado a tener confianza, la cercanía de las personas aún le incomodaba.

-¿Por qué Jano se tarda tanto? Pensé que iríamos al convento a despedirme- bufa la ojiverde acercándose la ventana.

-No lo invoques- rodea sus hombros con su brazo.

Al hacer a un lado la oscura cortina, las chicas se percataron de un auto que ingresaba por el gran portón frente al jardín.

-Ya es tarde. El monstruo llegó- dice Arlet alejándose -Esto se pondrá interesante...si pregunta diré que somos mejores amigas.

El tono burlón de ella confundió a Sofía, pero se mantuvo en silencio y la siguió para bajar y recibir a su amigo.

-¡Hola estrellita! ¿Cómo estás?- con agilidad se subió al barandal de la escalera y se deslizó por él hasta saltar y caer de piel frente al confundido Jano.

Sofía soltó una carcajada sin poder evitarlo y bajó las escaleras con lentitud.

Fascinado el hombre examinó el sonriente y luminoso rostro de su mayor pecado.

Hacía tanto que no escuchaba su risa, que su encanto le restara importancia a la vestimenta que tenía ahora. Por lo que como si una extraña entidad lo empujara hacía la joven, se acercó a Sofía y la besó.

Fue en ese momento que Jano sintió en su pecho algo que nunca nadie había producido: amor.

Llévame al PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora