|•Capítulo 4: Llévame al pecado🥀|

531 49 0
                                    

-¿Qué estás haciendo?- tartamudeó la rubia con nerviosismo -Por favor, déjame ir

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

-¿Qué estás haciendo?- tartamudeó la rubia con nerviosismo -Por favor, déjame ir. Podemos hablar si quieres, pero no aquí...

-Preciosa, lo menos que quiero hacer contigo es hablar– río levemente.

Jano caminó lentamente hacia la cama y se sentó en ella cruzando los brazos.

-Pero si eso es lo que quieres, está bien. Hablemos.

-¿Por qué me secuestraste? Pensé que éramos amigos...- dijo bajando la mirada hacia el suelo.

-Pensaste mal- contesta con aire ofendido -Tú y yo estamos destinados a ser algo más que amigos, solo es que estás confundida.

Inmediatamente Sofía negó acercándose a él y tomó la foto que había encontrado hace un rato.

-¿Qué pasó con ese Jano? ¿Eh? ¿Dónde está el dulce y sensible niño que amaba dibujar?– preguntó señalándolo en la foto.

-No lo entiendes, Sofi- susurró levantándose -Eres tan inocente que nunca te diste cuenta...

El pelinegro rodeó la cama y se acercó a su mesita de noche, abrió el cajón en ella y sacó un cuaderno.

Sofía lo reconoció al instante: uno de los tantos cuadernos que él repletó de bellos dibujos y garabatos, en el tiempo en que estuvo en el orfanato.

-Ese niño que mencionas siempre estuvo enamorado de ti.

Jano le entregó el cuaderno y miró expectante como ella comenzaba a hojearlo.

Todas las hojas estaban ocupadas con dibujos de muchos tipos y tamaños, pero todos en blanco y negro y representando un único rostro: el de ella.

El último, y más elaborado, muestra a una hermosa joven de espalda, con un libro en la mano y sonriendo mientras su mirada está fija en él.

Sofía se llevó la mano a la boca del asombro.

Los dibujos eran exactos e idénticos a ella, algunos la mostraban sonriente y en otros solo seria pero cada uno de ellos mostrando un talento inigualable con el dibujo.

 -Dios mío, Jano...- se limitó a decir casi sin palabras.

-Desde el día que te vi por primera vez, has estado en mi mente...por más que intentaba pensar en otra, tú estabas ahí siempre ¿entiendes?- los enigmáticos ojos de Jano se clavaron en lo de ella.

Le quitó el cuaderno de las manos y lo arrojó a la cama, para después acunar el rostro de la rubia con sus dos manos.

-¿Alguna vez te he dicho que tienes la piel muy suave?- susurró acariciando sus mejillas sonrojadas.

-¿Qué...qué estás haciendo? esto no está bien-susurró ella tratando de alejarse.

-Mi obsesión por ti no está bien- gruñó tomándola de la cintura y acercándola bruscamente.

El pelinegro estampó sus labios con los de ella en un apasionado beso lleno de hambre y lujuria.

Escandalizada, Sofía trató de empujarlo pero solo logró que él la mordiera y llevara sus manos hacia sus muslos, levantando el borde de su corta falda.

-¡Jano! ¡no!- chilló haciendo a un lado su rostro.

-Por favor...ayúdame a sacarte de mi mente- susurró agitado sobre su cuello.

-Déjame ¡tu no eres así! quiero irme- lloriqueo golpeando sus hombros, sin conseguir que él se moviera un solo centímetro.

-No, no, no- negó con rapidez -Tu no quieres irte, estás confundida. Esas estúpidas monjas de seguro llenaron tu cabeza de tonterías, pero aquí estoy yo para demostrarte que...

Antes de que terminara de hablar, Sofía lo interrumpió dándole una bofetada. Esta misma hizo que con sorpresa el pelinegro se alejara y tocara su mejilla adolorida.

-No te atrevas a hablar mal de ellas ¡nos criaron!- dijo con rabia mientras lágrimas mojaban su bello rostro -¡Mientras que tú me secuestraste! no sé que te hicieron a ti, pero este no eres tú.

Jano, lejos de enfadarse por el golpe y la acusación, sonrío de oreja a oreja.

"La pequeña princesa quiere que nos pongamos rudos"

-¿Estás segura que quieres conocer cómo de verdad soy?- susurró mirándola de arriba hacia abajo con descaro -Porque con esa ropita, puedo mostrarte muchas cosas que no conoces de mí.

-Eres un asco- atacó moviéndose en dirección a la puerta para abrirla.

Antes de que llegara a ella, Jano la detuvo agarrando su mano y la empujó hacia la cama.

-Quiero hacer las cosas bien, Sofía. Pero me obligas a ser malo contigo.

Del bolsillo de su pantalón sacó un par de esposas, una la colocó en su muñeca derecha y la otra la engancho al respaldar de la cama.

Jano se sube sobre sus piernas al ver las intensiones de su chica de patearlo, luego colocó sus manos sobre su falda y la amenazó diciendo:

-¿Aún quieres verme enojado, linda?

Su cabeza se agita rápidamente dando una respuesta negativa.

-Eso pensé- dice el pelinegro levantándose.

-¿Me dejarás atada?- gimotea tratando de bajar la falda con su mano libre.

-Es eso o quedarme contigo para que me ayudes con esto- señala el bulto en su pantalón.

Sofía tragó grueso con miedo y desvió la mirada avergonzada.

No podía creer en lo que su amigo se había convertido.

Con la respiración agitada, Jano salió de la habitación y cerró con llave nuevamente.

Debía no caer en la tentación de volver a entrar en la habitación hasta el otro día, sino no podría resistirse ante su deseo y ansias de corromper la pureza de Sofía.

"Si esperas, otro la tomará"

-No, no, no, debo esperar...si la tomo ahora me odiará por siempre- susurró para sí mismo.

"Ya llegará el momento"

-Arlet- llamó a su habitación dando varios golpes, pero al no recibir respuesta entró -¿Pero que..?

Suspirando se llevó una mano a la cabeza.

Lo había echo otra vez.

La joven de cabello blanco se encontraba boca abajo en su cama, su brazo extendido y una jeringa en el suelo.

-No estoy de humor para esto, maldita sea- gruño acercándose para verificar la magnitud de su estado.

-Estoy bien...solo fue un poco- río ella levantando su pulgar.

-Mírame- exigió él sentándose en la cama.

Gruñendo Arlet obedeció.

-Necesito que tengas esta llave por mí esta noche y la escondas. Si llego a mitad de la noche y te la pido no me la des ¿Está claro?

-Eso que tienes ahí...¿Es una erección?- señaló con gracia.

-Arlet ¿Estás escuchándome?

-Si quieres te puedo ayudar con eso- sonrío coqueta.

-¡Contigo no se puede hablar razonable!- rugió levantándose y llendo hacia la puerta.

Se dirigió de prisa hacia su estudio personal y buscó una botella de vino.

Esta sería una noche muy larga...

Llévame al PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora