Kira
Vine sola a la biblioteca.
Jade no pasó por mi casa a las cuatro y al llegar a la biblioteca tampoco la veo.
—Kira, hola. —saluda Isabela para luego de yo responderle seguir anotando algo en la computadora que tiene en frente.
—¿Has visto a Jade? —Ella chequea la hora en la computadora y luego en el reloj de pared, arruga en entrecejo y niega con la cabeza.
—Es muy extraño, pero no.
Ella sigue escribiendo y yo me dirijo a la mesa de siempre, pongo mi cartera en la mesa y saco mi libreta negra. Miro a mi alrededor y hay más personas leyendo, cada quien sumergido en una historia.
Soledad, en un mundo tan lleno, yo me siento tan vacía, rodeada de personas en diferente sintonía, quisiera formar parte de su mundo un momento, o alguien del mío para que sienta lo que siento.
Plasmo en el papel de la libreta lo que pasa por mi mente, letras que luego uniré con otra hasta formar un canción. Dejo de escribir cuando alguien se sienta frente a mí, levanto la cabeza y me encuentro al chico de los rizos, el cual me sonríe justo cuando lo veo, y sin querer también sonrío.
—Hola Kiraisy.
—Hola, Gustavo. —De inmediatamente noto que no tiene ningún libro o cuaderno frente a él. —¿Qué haces aquí?
—Vaya, que ruda. —se acomoda, pone sus brazos sobre la mesa y cruza sus dedos entré sí, sin apartar su mirada de la mía en ningún momento. —Vengo a verte.
—Oh.
—Sí, es que tenía muchísimo tiempo sin saber de ti, ahora que vuelvo a encontrarte no te dejaré tan fácilmente.
Recuerdos de la conversación con Ben y mi madre invaden mi mente y no me dejan concentrarme en el Gustavo adolescente que está sentado frente a mí.
—Oh.
Él empieza a sonreír y yo me le uno sin pensarlo mucho.
—¿Ahora solo eso sabes decir?
—Puede ser.
No aparto la sonrisa de mi rostro y él tampoco lo hace. No voy a confundirme con lo que Ben y mi madre hablaron, puede ser que le gusté a Gustavo hace años, pero ahora es diferente. Lo que supuestamente sintió por mí, ya quedó en el pasado, y no voy a arruinar nuestra amistad actual por estar pensando en eso.
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La chica que veo a las 4
Short StoryY sin darme cuenta me acostumbré, a mirarte desde mi ventana todos los días. Inconscientemente esparaba con ansias las cuatro de la tarde solo para verte durante unos segundos que para mí eran más que suficientes. Pero luego no lo sentí así, no era...