1 • Un Milagro

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Los milagros se dan entre aquellos que creen en ellos. Eso es lo que mi madre siempre decía. Desafortunado fue para ella cuando crecí y dictamine mi no creencia en Dios.

No fue una maniobra de rebeldía hacia ella ni nada parecido, sencillamente no creía en todo aquello. La religión era una excusa para los débiles y maltratados de encontrar una salida a la felicidad. ¿Creía que mi madre era débil? Si, a veces lo creía. Pero no la juzgaba.

Todos tenemos aquellas cosas que nos sacan de la miseria. Para mi madre era Dios, y para mi eran los libros.

Mi método era un poco mas realista, pero no me cabía la menor duda de que gente como ella diría lo contrario. Dirían que estoy negada, que le cerraba las puertas a él, que vivía en una fantasía que nunca seria real.

La diferencia es que yo sabía que las historias en mis novelas eran solo eso, historias. Reales o ficticias. Obras de arte en su mayoría. Pequeños textos que me llevaban a un mundo alterno donde yo podía esconderme, aunque sea por unos minutos.

Mi madre creía en algo que nunca había visto, pero ella decía sentir. Intentaba no discutir sobre el asunto, cada uno vivía su vida a su manera y yo no era quien para sacarle las esperanzas a nadie. Aunque ella siempre buscaba la forma de hacerme ver que estaba equivocada, a pesar de que no lo estuviera en absoluto.

—Te lo dije Malía, te dije que el iba a salvarla —dijo mi madre exaltada del otro lado del teléfono.

—Mamá, no entiendo a qué te refieres, tranquilízate y explica —dije un poco exasperada. Realmente no estaba de ánimos para uno de sus discursos moralistas.

Espere unos segundos a que dijera algo, pero un silencio abrumador fue mi respuesta.

—Mamá, responde, me estas poniendo nerviosa.

—Hola extraña —dijo una voz que hizo que saltara de la cama.

—¿Amy? —dije con voz temblorosa deseando que esto no fuera un sueño.

—La misma. Ponte los pantalones, que sé que estas en bragas, y ven a verme. Y no quiero excusas sobre la lluvia, un poco de agua no te matara.

—Ya voy —dije y sin mas me vestí a toda prisa.

Me ate el cabello rápidamente en una coleta y me redireccione hacia el garaje a buscar mi bicicleta. La ruedas necesitaban un poco de aire, pero me aguantarían hasta el hospital. Luego volvería con mamá en el carro asique no corría riesgos.

Sali de mi casa montando la bici rápidamente hasta el borde de la acera, y justo cuando estaba por tocar la calle, esta se trabo haciéndome caer en el proceso. Un auto paso aceleradamente frente a mi haciendo que me tirara un poco para atrás, y agradecí mentalmente que mi pequeña chatarra hubiera decidido desplomarse en aquel momento. Vale, vaya susto.

No me levante de inmediato, sino que me quede allí sentada en la acera unos segundos procesando la información. Debía calmarme, eso estaba claro. Amy estaba despierta, eso también lo estaba. Tome un respiro en un intento de tranquilizarme cuando una sombra se posó sobre mí.

—¿Estas bien?

Levante la mirada para encontrarme con un castaño aproximadamente de mi edad que me veía desde arriba.

—Si, solo que mi bicicleta decidió morir y llevarme con ella en el intento —dije mientras que me ponía de pie y notaba un pequeño rasguño en mi codo. El chico rio detrás de mi y me voltee a observarlo.

—Parece estar viva, deben haber sido las cadenas, deberías darles un cuidado antes de montarla —dice y me giro a observarla confirmando que efectivamente mi bicicleta estaba en perfecto estado.

Delirios [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora