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Su hogar era la casa más grande de la ciudad: dos piscinas( una cubierta y otra cerrada), jardín, pista de tenis, canchas de baloncesto... No era un sitio modesto que digamos.

Por dentro más de lo mismo, un salón impoluto junto a una mesa bastante grande para la hora de la comida, una cocina inservible que era de decoración y no servía prácticamente para nada, lámparas de más de 15.500$, dos baños cuyos pestillos eran de oro, unas ventanas que cubrían toda la pared que daban a la terraza del jardín y en el piso de arriba cinco habitaciones; otro baño y una sala especialmente para niños que ya no usaban porque eran adultos.

En su casa todo era lujoso por dos cosas: la apariencia y la comodidad. Él y su hermana no estaban acostumbrados a la vida cotidiana, y mucho menos a vivir sin llegar a fin de mes. Lo tenían todo en la palma de la mano, llevaban treinta años con la misma sirvienta y no podían ser más felices, pero un día se les cruzaron los cables.

–Buenos días Jaina, usted cada día está mejor ¿eh? –preguntó con una sonrisa aparentando burlarse de ella.

–Señor Skywalker,

–Llámame Anakin, ya sabes que soy de confianza.

Eso vino con un guiño.

–Sí, eh... Verá, yo... ya estoy muy mayor, y... me gustaría poder ver a mi hijo por segunda vez en la vida. Tiene treinta y cinco años y la última vez que le vi fue en el parto...

La mujer aparentaba cansada, dolorida, no podía tener más ganas de ver a su hijo que por mucho que hablase con él por teléfono nunca lo había visto.

–Ya lo sé Jaina, sé lo de su hijo, pero no puede permitirse ese lujo si quiere seguir con el puesto.

La amenaza disimulada de él la llevó al llanto, quería ver a su hijo, lo tuvo a los cincuenta y dos años de edad y nunca le pudo tocar la cara.

–Se lo ruego señor Anakin, usted también es padre, entienda que con solamente cinco minutos me alegraría la vida... –sollozó.

–Lo que no puede ser no puede ser Jaina, lo siento.

El joven millonario abandonó el pasillo y ella siguió limpiando con lágrimas en sus ojos hasta que cayó rendida al suelo. Su vida había sido una auténtica ruina llena de esclavitud por esa familia y para colmo nunca pudo despedirse de su hijo, ya que a las siete y cincuenta y ocho de la mañana, Jaina Solo se despidió de ese mundo de la manera más triste posible: trabajando.

‹‹SkySolo›› Te amo, pero no se lo digas a nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora