Empieza la mejor semana del año.

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Sólo el rector de mi colegio planea un viaje un miércoles en la tarde, a eso de las 12 de la tarde. En semana de clases. Con el descaro tal de exigirnos que teníamos que ir a la escuela para tomar la clase de la mañana. Sobra decir que se pueden contar con los dedos de la mano las personas que acataron esa norma, yo por mi parte, me levanté temprano y me fui con mi madre a la peluquería para los detalles finales y como mujer más importantes, la depilación. Mi hermano había insistido en ir con nosotras, así que luego de jurarle a mi mama de que iría sólo, se colocó zapatos y con la misma ropa de ayer nos acompañó.

Mi madre nos dejó en la peluquería en la esquina de su oficina, Nicolás empezó a hacerle la visita a una de las muchachas que ahí trabajaba que aunque era bonita le llevaba un par de años. Entré en el pequeño cuarto junto con una señora cuarentona, quien me pidió quitarme los pantalones y la camisa, una pulsada de vergüenza alcanzo a molestarme pero la ignore haciendo lo que decía, esta señora también era mujer así que no había nada nuevo que fuera a ver. Acostándome en la camilla conté hasta diez antes de soltar el aire acumulado en mis pulmones y luego rellenarlos lo más rápido posible, mantener la respiración y soltarla de nuevo junto al tirón y un pequeño quejido. Y de nuevo, y otras vez, y otra, luego me giraron y siguieron con la parte trasera de mis piernas, ya se había liberado un poco la morfina natural de cuerpo que ayudaba a que no doliera tanto, pero mientras más se acercaba a mi trasero más nerviosa me ponía. Al acabar tomó una pinza y a últimos tirones lograron acabar con mis piernas.

–¿Todo bien allá adentro? – pregunto la señora que antes hablaba con mi hermano entre abriendo la cortina.

– Perfecto – respondimos al mismo tiempo.

–¡DIOS MÍO LAURA, quien diría que tenías piernas bajo esa capa peluda! – río mi hermano apareciendo sobre la cabeza de la señora.

–¿Envidia? Pecho lampiño – le pregunte sin abrir los ojos. Definitivamente esta maricada dolía como los mil demonios – bueno ya largo, aún no acabamos – la señora que acompañaba a mi hermano lo empujo fuera y cerro de nuevo la cortina.

–¿Lista muñeca? – me pregunte la señora junto a mi alistando las cosas necesarias para mis axilas. Asentí y repetí los ejercicios de respiración para luego gritar cuando dio el primer jalón. Esta parte sería un poquito más complicada.

Faltaban menos de una hora para que sea la hora de ir al aeropuerto, mi mama se despedía de su jefe mientras mi hermano y yo la esperábamos en la sala de juntas. Frotaba mis manos por mis piernas que aún tenían aceite y trate de quejarme lo menos posible. No había manera de que uno se acostumbrará a esta tortura china, Nicolás se reía a mi lado, tenía los brazos cruzados y una cara de sueño con la que no podía.

–¿Para qué mierda viniste? – le pregunte luego de mirarlo mal sin causarle la más mínima incomodidad.

– Sonaba más tentador que quedarme durmiendo en casa – respondió mi hermano entre risas – además sin papa es aburrido quedarse en casa – y eso era condenadamente cierto. Mi padre había tenido que viajar a USA por una semana dado que surgió una emergencia en su trabajo. Trague saliva y clave mi mirada en el reloj. 57 minutos para la hora pactada para estar en el aeropuerto – tranquila estaremos a tiempo.

Tuve que esperar otros diez minutos antes de que mi tío y mi abuela llegarán por nosotros para ir al aeropuerto, entré a las carreras, y en el camino repase por millonésima vez la lista de cosas necesarias para el paseo. Por ultimo en cuanto llegamos, todos se bajaron conmigo, realmente habíamos llegado una hora antes de lo pactado pero esa era de las mentiras necesarias que le decía a mi familia para llegar a tiempo a los lugares, almorzamos y espere por el mensaje de María avisándome que ya habían llegado. Algunos de mis compañeros fueron llegando con sus familias mientras que otros habían preferido llegar al colegio y tomar el bus que este iba a usar para transportar a los profesores.

Síndrome de la página en blanco - Finalizado-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora