Capítulo 8

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-Gracias por avisarme, Potter. Le honra mucho.

La señora McGonagall me miraba tras su escritorio con una mirada orgullosa. Sin embargo, intuía que mis esfuerzos no habían dado mucho fruto.

-Señora, con el debido respeto -comencé -tengo razones para pensar que no es la primera vez, ni será la última, que le ocurre eso a Malfoy -hice una pausa, esperando su reacción, pero aparte de su semblante, un poco más serio, no hubo ninguna. -Creo que los alumnos lo están mortificando.

La directora respiró profundamente, sin dejar de fijar la vista en mí, antes de hablar:

-Bien, francamente parece imposible que suceda algo en esta institución de lo que usted no se entere. Está en lo cierto, Malfoy ha sufrido ya varias vejaciones este curso -abrí la boca para replicar, pero ella me fulminó con la mirada y continuó: -de las que me he enterado gracias a Poppy. Malfoy no ha pedido ayuda ni una sola vez.

-¡Eso no es excusa para no hacer nada!

-¡Señor Potter! -exclamó ella, levantándose de su silla. -No le consiento que dude de mi buena fe y del vínculo que comparto con mis alumnos. ¿¡Se cree que me iba a quedar ahí como un pasmarote mientras maltratan a uno de los nuestros!? He intentado hablar con él cientos de veces pero no me permite acercarme, e incluso, mantendrá usted mi secreto, que se me ha cruzado por la cabeza lanzarle encantamientos protectores sin su consentimiento, pero como sabe, eso es ilegal en mayores de edad como son ustedes -hizo una pausa. Ciertamente, me sentía avergonzado por haberlo dudado, pero entonces, ¿qué iba a pasar?- Lamentablemente -continuó ella, en un tono más afectado-, si alguien no quiere ayuda no puede recibirla, sobre todo si la evita activamente.

Fruncí el ceño, sintiendo el peso del libro en mi túnica. Eso no podía ser cierto. Sencillamente, no podía serlo.

-Potter -me apeló la directora. Levanté la vista hacia ella y vi que su expresión era más suave -, por desgracia, la vida nos enseña que no se puede salvar a todo el mundo -miró el gran retrato que colgaba en el despacho, y volvió a dirigirse a mí. -No se culpe por ello. No todo es su responsabilidad.

Bajé la cabeza, sin ser capaz de mirar el retrato, y dije sin convicción:

-Gracias, señora McGonagall.

Salí del despacho pisando fuerte, airado, aún sintiendo el desprecio en mi interior.

So close (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora