Capítulo 7

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El sábado de aquella semana decidí que podía relajarme un poco.

No es que llevara al día las tareas, pero me apetecía tanto disfrutar de la paz de la que todos hablaban que me concedí un descanso. Y como yo, Ron, que se tranquilizaba mucho cuando yo estaba tranquilo.

Estábamos en la sala común y Ron enseñaba a Hermione a jugar al ajedrez mágico mientras ambos competían contra mí. Hermione era una rival muy fácil, aunque los consejos que le daba Ron hacían que se me complicara el asunto, pero aun así podía permitirme distraerme a ratos.

No dejaba de pensar en los pequeños encuentros que había tenido con Malfoy durante aquellas semanas: en la biblioteca un par de veces, luego en la enfermería y nuevamente en la biblioteca. En todos aquellos momentos me había parecido que no estaba a la defensiva como de costumbre, sino como si le pasara algo más que creía que intuía. Aun así, en todas aquellas ocasiones, en cuanto yo había sido ligeramente amable con él, él se había sorprendido y casi vuelto a la normalidad. O más bien, a una normalidad distinta en la que no éramos tan rivales.

-Harry -dijo Ron. -Te toca mover.

-Ah -murmuré, y moví un peón sin pensarlo demasiado, simplemente para volver a mis razonamientos. Escuché cómo Ron reía por lo bajo y devolví mi atención a él, pero Hermione ya había destruido el peón que yo acababa de mover.

-¿Y ese movimiento, tío? Ha sido muy estúpido hasta para ti.

-¿Podemos dejar de jugar ya al ajedrez? -se quejó Hermione. -Es un aburrimiento.

-Sí, creo que el único que se lo está pasando bien soy yo -reconoció Ron. -Harry está muy distraído, ¿a que sí, Harry? Llevas una semanita... que estás en el quinto cielo de Merlín.

Fruncí el ceño. ¿Era cierto?

-¿Qué dices, Ron? Estoy normal.

-Estás verdaderamente despistado -intervino Hermione. -El otro día en Defensa Contra las Artes Oscuras casi me quemas el pelo, ¡y se te da bien esa asignatura!

-¿Es que acaso hay una chica? -dijo Ron con voz cantarina. Imaginaba que mis dos amigos ya estaban al corriente de mi situación con Ginny, y no era difícil imaginar el circuito de información: Ginny se lo habría contado a Hermione y Hermione a Ron, y casi lo prefería, pues así no tenía que hacerlo yo mismo.

Pero aquello no era excusa para estar avergonzándome de nuevo. Puse los ojos en blanco y suspiré.

-No, Ron.

-Ron, no deberías cotillear, el pobre Harry también tiene derecho a tener secretos -dijo Hermione levantando una ceja. Luego se volvió hacia mí y añadió: -Pero ya sabes que somos tus amigos, puedes contarnos lo que quieras.

-Gracias, Hermione, pero no hay chica, ¿vale? -vi de reojo que Ginny cruzaba la sala en ese momento y sentí calor en las mejillas. Seguro que me estaba sonrojando, me pasaba demasiado fácilmente para ser un mago famoso... -¿Sabéis qué? -me levanté de la silla y dije: -Seguro que os apetece estar un rato a solas, ¿a que sí? ¿Por qué no vais a Hogsmeade un rato? Os alcanzaré luego, después de comer. Quiero estar un rato... solo.

-Harry, ¿te has enfadado? -Hermione también se había levantado y me agarraba el brazo, preocupada. Me apresuré a replicar antes de que se hiciera peores ideas:

-No, no, de verdad. Lo decía en serio, pasadlo bien. Luego voy yo.

Hermione puso una mueca extrañada, pero Ron la agarró suavemente de la mano y tiró de ella, encogiéndose de hombros.

-Luego te vemos entonces -me dijo. Asentí. -En Las Tres Escobas.

Me alejé de allí respirando hondo. Aún oía prácticamente la voz cantarina de Ron preguntándome si había una chica porque últimamente estaba distraído. Sacudí la cabeza y salí de mi sala común, con un rumbo muy claro.

Me preguntaba si hoy podría hacerle alguna pregunta más seria o si la situación sería igual de rara que hasta entonces. Deseaba preguntarle por qué hablaba de Goyle en la enfermería y... bueno, qué tal estaba, y estaba a punto de llegar al pasillo de la biblioteca cuando escuché un ruido extraño.

Venía del pasillo. Apreté el paso para ver de qué se trataba y la escena hizo que las entrañas me ardieran nuevamente, pero esta vez de ira: un alumno de Ravenclaw, alto y con cara de pocos amigos, agarraba por el cuello de la camisa a Malfoy mientras clavaba su varita en el cuello del chico, y otro alumno, éste de Gryffindor, le sujetaba las muñecas, imaginaba que para que no pudiera sacar su varita.

-¡Qué valor tienes caminando por aquí como si nada, mortífago asqueroso! -alcancé a oír gritar al Ravenclaw. -¡Después de todas las vidas que se perdieron por vuestra culpa!

-¿Qué tal saben las suelas de tu Señor Oscuro, eh? ¡Seguro que no parabas de lamerlas como hacías con el otro idiota de Snape! -dijo el Gryffindor. Malfoy no decía nada, simplemente miraba a los ojos de los otros dos cuando hablaban.

Yo sólo sentía que la ira me controlaba. Comencé a correr por el pasillo. Extendí el brazo, varita en mano, y grité con todas mis fuerzas:

-¡Expelliarmus!

Mi hechizo desarmó al Ravenclaw y mi grito los alertó a ambos, que miraron en mi dirección, momento que aprovechó Malfoy para sacar su varita y gritar:

-¡Petrificus totalus!

Los dos alumnos cayeron al suelo, petrificados. Malfoy me miró un segundo, el terror de sus ojos me removió algo por dentro, y a continuación salió corriendo por el pasillo.

Me acerqué a los dos alumnos. Mientras contenía las ganas de darles una patada, vi algo en el suelo entre ellos, y me agaché para recogerlo. Alquimia, antigua arte y ciencia. Me guardé el libro en mi túnica y me dispuse a avisar a la directora McGonagall de lo que había pasado: no porque aquellos dos alumnos me importaran lo más mínimo, sino porque no quería que le echaran la culpa a Malfoy.

So close (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora