Acompañada pero sola

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Las personas dicen que la edad más preciada de la vida es la adolescencia. Las fiestas, el alcohol, las borracheras despreocupadas, las únicas angustias de pasar los exámenes, los novios, los amigos, una vida despreocupada del sueño. Yo digo que la mejor etapa de la vida es la niñez. Cuando eres niño, todo a tu alrededor son risas, juguetes, cariño, abrazos, arrullos, besos mágicos de mamá en las heridas que lo curaban todo. Los brazos protectores de papá atrapándote en la piscina cuando saltabas de la orilla al agua. La ignorancia que se tiene de todo el resto del mundo, y sus problemas. En la adolescencia, todo esto cambia. Y esa ignorancia, desaparece.

-Tara-me llama la maestra, la miro confusa.-¿Podría dejar su cuaderno a un lado y volver a la tierra con nosotros?

Se oyen risas acompañando su comentario desde el fondo del salón. Miro mi libreta de nuevo. No es la primera vez que me sumerjo en mi cuaderno dibujando lo que pasa a mi alrededor, ignorando el resto del mundo. Mi madre siempre me regalaba pinturas y lápices para dibujar desde pequeña. Desde que me regaló mi primer lápiz y cuaderno de dibujo, me obsesioné con el dibujo. Tanto que cuando murió mi madre, me encerré en una burbuja de ficción que creé con mis dibujos, terminando las historias que mi padre me contaba por las noches, antes de abandonarnos a mi y a mi madre un día de invierno a mis 7 años. Con los dibujos, puedo pretender que tengo a mis dos padres juntos, educándome como desearían hacerlo, y teniendo una vida llena de armonía y respeto.

Un golpe en la cabeza me hace separar los ojos del dibujo de nuevo y mirar hacia arriba. Me topo con los ojos de la mujer que tanto me asusta. Miro al suelo rápidamente. el silencio inunda en el salón. La maestra ha salido.

-¿Qué miras, pequeña huérfana?-me dice Sandra Carranza, la chica con más poder en toda la escuela. Llevamos juntas desde pequeñas, pero ella comenzó a tratarme como el suelo que pisa pocos días después de que se fue mi papá. Me sujeta el cabello con fuerza y tira de el hacia arriba, haciendo que levante mi cabeza violentamente, y la mire.-Dije, ¿Qué miras?

Me limito a mirar a un punto fijo lejos de su rostro. Este juego le encanta jugarlo. Si la veo, me golpeará el rostro en el escritorio para romperme la nariz. Y sino la veo, me golpeará la sien de la cabeza contra la mesa para hacerme sangrar. Y entre esas dos cosas, prefiero que mi sien sufra todo el daño a mi nariz. La última vez que mis padrastros me vieron así, hicieron un gran escándalo buscando al culpable, y se enfurecían más cuando no les decía su nombre. Miro todo el tiempo el reloj, esperando a que Sandra se canse de insistir y haga su jugada de una vez, mientras siento su aliento en mi mejilla.

-Nunca aprendes, ¿verdad?-me susurra, dándome a entender que está por pasar. Cierro los ojos con fuerza, esperando el golpe.

La mano de Sandra que me sostiene la cabeza baja violentamente hacia el escritorio, volteándome la cabeza de lado, pero se frena de un tirón repentino. Abro los ojos, y la miro. Frente a Sandra, están Samuel Corch y Elvira Sánchez, que la miran fulminante mientras la fuerzan a que suelte mi cabello y se aleje. Vaya suerte. Pero no será por siempre.

La campana suena, Sandra se va del salón por un pasillo, y yo me voy, seguida de Sam y Elvira, por el pasillo contrario.

Sam y Elvira han sido mis mejores amigos desde pequeños. Vivíamos en el mismo vecindario y éramos los únicos niños del lugar, por lo que nos juntábamos a la fuerza para jugar. Pero la cosa es, que nos forzaron a juntarnos, pero ser mejores amigos, fue nuestra elección. Ellos dos han sido mi soporte desde que mi madre murió y mi padre se fue, y siempre puedo contar con ellos cuando lo necesite, así como ellos pueden contar conmigo cuando lo necesiten. Ellos hacen lo que pueden por ponerse en mi lugar, pero ambos tienen a sus padres con vida y juntos, y tienen cierto respeto por parte de los alumnos de la escuela, por lo que jamás se sentirán como yo.

Así que, no puedo quejarme de no tener compañía, porque tengo la mejor compañía del mundo. Y mis padrastros con mi hermanastra pequeña me hacen sentir bien y como parte de la familia. Pero ellos no pueden entender como me siento. Estoy acompañada en mi luto, pero sola en mi dolor.

Por lo que estoy acompañada pero sola. 

El aullidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora