La manada

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Llegamos a tierra firme, luego de unos minutos de apagar y acercar el Yate a la orilla. La tierra bajo mis pies desprende un aroma húmedo y fresco. A pesar de estar junto al mar, el clima se va haciendo frio a medida que nos adentramos más en el bosque. El dueño del Yate se fue navegando apenas Kenneth y yo pisamos tierra. Sin pagas ni nada, como si su trabajo fuera llevarnos a nosotros sin exigir nada a cambio. Aunque sospecho que Kiara tiene algo que ver en eso. Caminamos entre los árboles, la tierra y la humedad del ambiente. Pero el silencio tan tranquilo me pone los pelos de punta. Un bosque no es tan tranquilo, lo único que se oye es el tranquilo sonido que emiten los grillos con sus patas, que yacen esparcidos entre la hierba. Kenneth va caminando relajadamente, y aunque no comparto su tranquilidad, comprendo su actitud tan relajada. Al fin y al cabo este es su hogar, lo conoce como la palma de su mano. Sin embargo, hay una tensión en sus hombros que no me gusta. Quizá haya alguien que no quiere ver ahora. O quizá se fue de la manada con problemas.

De repente, Kenneth se detiene y hace una ademán para que me detenga también. Me tenso.

-¿Qué ocurre?-le pregunto, pero no me responde. Se limita a hacer un ademán para silenciarme, y luego cerrar los ojos, respirando hondo. Se encorva, mirando hacia el suelo, antes de soltar un aullido desde el fondo de su pecho. El aullido es increíblemente idéntico al de un lobo, que casi puedo ver a una jauría completa de lobos venir aquí ante su llamado. Recuerdo que cuando Kenneth y yo armábamos nuestro plan para irnos del país, le pregunté por qué lo llamaba manada, en vez de jauría. Él solo me miró, sonriéndome divertido.

-No somos lobos.-me contestó.-Pero tampoco humanos. Así que, como no estamos en ninguna de esas dos categorías, estamos en medio de ellas. Por lo tanto, somos lo que queramos ser. Y para mí, ser parte de una manada suena muy bien.

Se hace un silencio unos minutos después que Kenneth aullara, antes de escuchar unos pasos de decenas...no, docenas de criaturas, corriendo a una velocidad asombrosa, dirigiéndose a nosotros. Me acerco a Kenneth, y lo tomo del brazo. Noto como se tensa por mi contacto, pero no aparta mi mano. Por el contrario, la desliza hacia la suya y la aprieta con fuerza, entrelazando sus dedos con los míos. De repente, me inunda una sensación de tranquilidad.

Observo como tres docenas de lobos nos rodean con rapidez, haciendo que yo me acerque más a Kenneth, buscando más de esa tranquilidad que me brinda, aunque aún no sé la razón de esa tranquilidad. Los lobos, son enormes y de gran pelaje, con colmillos bastante afilados y los ojos...ojos iguales a los míos, salvo por ser más grandes, y más intensos en su color amarillo. Uno de los lobos se abre camino entre los demás, hasta quedar frente a nosotros. Es de pelaje gris plata, de gran estatura, aunque no tan impresionante como otros, que noto entre la manada. Se levanta en dos patas, y al instante, se convierte en una chica, de cabello rubio dorado intenso, ojos verdes, con un contorno de oro, que oculta detrás su licantropía. Es joven, de hecho, es menor que Kenneth, pero mayor que yo. Tendrá unos dieciséis. O al menos, tiene aspecto de tenerlos. En su brazo izquierdo, puede verse el símbolo del aullido que ella lleva, que es una luna negra en cuarto menguante, marcando la parte lateral del hombro.

La chica le sonríe abiertamente a Kenneth, con una sonrisa blanca, y llena de dientes afilados y curvados con puntas afiladas.

-Bienvenido de vuelta, Kenneth.-lo saluda, alzando su mano a Kenneth.-Me alegra que hayas regresado a casa.

Kenneth se acerca a la chica, tomando su mano, y llevándosela a los labios, dándole un beso como el que se le da a alguien de la realeza.

-Karina.-le saluda Kenneth, confirmándome mis sospechas sobre la identidad de la chica.-Como me has ordenado, he regresado con Tara Rogers, hija de Stuart Rogers.

El aullidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora