Kiara nos acompaña hasta que nos subimos al Yate. El dueño, un licántropo bastante viejo, comienza a prepararlo para el viaje, mientras que Kenneth y yo nos despedimos de Kiara. Ella se dirige hacia mí, y me extiende la mano, la cual estrecho firmemente. Ella hace un sonido de sorpresa.
-Vaya, sí que tienes fuerza.-me comenta.-Espero que puedas hacer más que tan solo un buen apretón de manos. La manada depende de ello.-me pongo seria y lo observo fijamente, asintiendo decidida.
-Cuenta con ello.-le respondo. Kiara sonríe, y saca algo de su bolsillo, que me pone entre mis manos. Mis ojos se abren de golpe al ver un teléfono satelital entre mis dedos.
-Cuando termines, destrúyelo.-me dice.-Solo te alcanzará para una llamada. Procura llamar a una hora en la que ellos no estén, te será más sencillo, créeme. Elige bien a quien llamarás.
La veo con lágrimas en los ojos de gratitud. Quiero abrazarla, pero sería extraño, y con esto, nos soltamos. Kiara se dirige a Kenneth, a quien abraza con fuerza, mientras este le corresponde con la misma, o con más fuerza. Me aparto para dejarlos solos, y me voy hacia el frente del Yate, observando el teléfono entre mis dedos.
Kenneth
Kiara y yo nos abrazamos con fuerza, recordando los momentos que hemos pasado juntos, y cuantos nos hemos perdido por estar en lugares distintos. Ambos estamos felices en donde estamos actualmente, con nuestras misiones y todo por el bien de la manada, pero distanciarte de alguien que ha sido tan especial en tu vida...
Cuando mis padres murieron, estaba ahogándome. No podía, o al menos me rehusaba, a respirar un aire de un mundo donde mis padres no estuvieran. Donde mi madre no estuviera para sonreír y cantar con su hermosa voz una canción que escribió para mí, donde yo le hiciera coro, y mi padre bailara con ella con su habilidad de pies ligeros para elevarla por los aires, y luego cenáramos e hiciéramos carrera de quién comía más rápido donde siempre ganaba papá. Me negaba a hacerlo. Ese mundo era perfecto. Sin mis padres, el mundo en el que estoy viviendo, es un asco.
No quería vivir, me decía que ya nadie de mi manada estaba viva, ¿Qué más daba si moría uno más? Traté de hacerlo, traté de matarme muchas veces, pero el recuerdo de mis padres, su voz, sus risas, siempre aparecían en el momento exacto, que me hacían detenerme. La última vez que lo intenté, lo habría conseguido, de no ser por Kiara.
Tenía trece años. Corría lejos de la manada, donde todos me miraban con pena y algunos con furia. Me creían un cobarde por no haber ido a pelear. ¿Qué más daba si mis padres me habían hecho prometer que no iría? mi deber como licántropo era defender a la manada, no importaba mi edad, no importaba el costo. Llegué a la orilla de una catarata que había encontrado tiempo atrás. Estaba tan alta, que apenas podías ver el punto de quiebre entre la catarata y la continuación del río hasta abajo. Respiro dolorosamente el aire del mundo podrido donde ya no puedo estar junto a mis padres, mientras me quito los zapatos, los calcetines, la chaqueta...
-¿Vas a nadar?-me preguntó una voz más aguda entre los árboles. Pegué un respingo antes de gruñirle ferozmente. Entre los árboles, salió una niña de cabello rizado y negro, ojos castaños oscuros y grandes, piel morena y tersa. Ya la había visto entre la manada, pero no le había hablado anteriormente. La niña se me acercó hasta que volví a gruñirle. Aún no tenía los instintos licántropos desarrollados, pero algunas facetas de la licantropía como gruñidos, e instintos de supervivencia, nacen contigo. La niña se sentó frente a mí y me observa con curiosidad, ladeando la cabeza ligeramente.
-¿Vas a nadar?-me preguntó de nuevo, mientras que me volvía a poner cara a la catarata. Negué con la cabeza.
-No.-le respondí quitándome la camisa, dejando mi pecho flacucho al descubierto, mientras titiritaba de frío.-Voy a saltar.
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El aullido
FantastikTara Rogers de 14 años de edad vive una vida de adolescente con problemas bastante complicados. Aunque ella vive feliz a pesar de sus problemas junto a sus amigos, siente que su vida no se limita a eso y nada más. Un día, Kenneth Sloan de 17 años ll...