Luciérnagas y una pista más

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Dejo que mis pies reposen en el arroyo mientras cierro los ojos y respirando hondo, dejo salir toda mi ira. Isaác me dijo que solo hay una cosa que puede empeorar tu ira, y es contenerla. Por eso, lo primero que debo hacer es drenar mi ira contenida, para saber controlar la que venga.

Pienso en todo aquello que me agobia. El no poder ver a mi familia, el no dar buenos resultados, el tener miedo todo el tiempo, el no ser lo que todos esperan, el no poder controlar mi ira, el no poder ver a Kenneth...

Siento como la ira comienza a fluir en mi pecho, haciendo que mi corazón lata más deprisa y sienta como cada uno de mis músculos se pone en tensión. De mis manos comienzan a salir las zarpas y siento como mis orejas desaparecen del costado de mi rostro para aparecer nuevamente sobre mi cabeza las orejas de lobo.

Abro los ojos, y puedo ver todo. Puedo aumentar mi visión hasta llegar a ver las rocas que están hasta lo profundo del arroyo, o puedo disminuirla hasta parecer que estoy a unos cuantos metros de distancia. Mi audición se vuelve más aguda y puedo escuchar las risas de los licántropos de la manada, que están a kilómetros del arroyo.

Eso es lo único bueno de la rabia que un licántropo llega a sentir. Los instintos llegan a su límite, aún sin transformarte completamente.

Huelo el ambiente y noto como mi corazón se acelera cada vez más.

El problema de la rabia sin control, es que tus instintos, te consumen por completo.

El olor llega antes de poder evitarlo, el olor a carne. Parece que algunos licántropos fueron a cazar antes de lo establecido. Y están muy cerca. Sigo el rastro del aroma. Parece que cazaron un mono. Y se ve muy apetitoso.

Pierdo el control, comienzo a gruñir mientras me levanto, preparándome para irme en busca del mono.

Maldita sea, esto no era el plan. Llevo tres días intentando mil veces serenarme con calma, pero nunca lo logro. Siempre termino, o volviendo a contenerme, o golpeando la corteza de un árbol hasta destrozarla.

Camino entre la maleza, conducida por el exquisito aroma del mono recién cazado. Quizá pueda robárselos sin hacerles daño. O quizá tenga que hacerlo. O quizá no...pero quiera hacerlo.

Escucho un ruido, deteniéndome. Me giro de golpe, y me topo de frente con Kenneth. La impresión es tan grande que salgo de mi semi-transformación con rapidez.

-Kenneth.-le digo. Me mira completamente serio. Parece agotado, con unas ojeras muy profundas bajo sus ojos.-¿Qué estás haciendo aquí?

-Creo que yo debería preguntarte eso.-me dice, cruzado de brazos. Miro a mi alrededor. ¿Qué hago aquí? ¿No estaba en el arroyo? suspira, tomándome de la mano con suavidad.-Vamos, te llevaré de vuelta.

Elvira

Mis padres se van a una conferencia fuera del país, por lo que aprovechamos Sam y yo para no ir a la escuela e investigar lo que se pueda en la semana que mis padres no van a estar. Lo cual, significa quedarnos en mi habitación, saliendo únicamente para ir al baño, o llevar la pizza a la habitación.

-Bien.-dice Sam, escribiendo en un pizarrón que compró al inicio de la semana para apuntar nuestras dudas, hipótesis, y respuestas, mientras que a la par, se encuentran las fotografías de Kenneth y Tara, una a la par de otra, con flechas que las unen con otras hojas llenas de preguntas, y la fotografía de la herida de mi brazo con su mensaje, mientras tiene una pregunta: ¿Quién quiere que no encontremos a Tara?-Por ahora hemos llegado a la conclusión de que Kenneth está con Tara ya que no está. Pero ¿Cómo podemos descartar que fue él quien te hizo eso en el brazo?-Dice, señalando la fotografía, mientras se rasca el rostro, en el área donde comienza a formarse una pequeña barba.

El aullidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora