Mi técnica

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Elvira

Sam y yo nos turnamos para usar la ducha y ponernos "presentables" para ir a la clínica.

-¿Cual es el plan?-me pregunta Sam, saliendo de la ducha, con una toalla alrededor de la cintura y dejando su abdomen plano al descubierto. Lo veo despreocupada, mientras yo misma busco mi pantalón en ropa interior. Como nos conocemos desde niños, hemos hecho miles de cosas juntos, a pesar de que algunas personas no lo consideran moralmente apropiado. Como el vestirnos juntos y dormir juntos. No hay nada que tenga Sam que no haya visto. Y yo no tengo nada que él no haya visto, sobre todo al haber tenido novia y haber pasado la noche con ella el año pasado. Ni siquiera el tatuaje que tengo en mi hombro es algo desconocido para él. Al fin y al cabo él fui quien me acompañó a hacérmelo, un día que nos habíamos escapado de la escuela, y nos sentíamos muy rebeldes, a pesar de solo tener trece años.

Pero jamás me he arrepentido de haberme tatuado. A pesar de que mis padres me dieron una tremenda riña.

-No creo que sea fácil el tener acceso a las cámaras.-le digo, cerrándome el cierre del pantalón.-Así que se necesitará algún tipo de distracción. Una que de tiempo para que alguno de nosotros encuentre el sistema de grabación de seguridad, y copie la grabación de esa noche. No creo que nos de para más.

-Si, tienes razón.-murmura él, acariciando su barbilla recién afeitada.-Supongo que, quién haga la distracción dependerá de la situación.

-¿A qué te refieres?-le pregunto, mientras se coloca la camisa por encima de su cabeza.

-Pues, si resulta que hay una chica bonita como recepcionista, a lo mejor podría coquetearle.-me dice, con aire coqueto. No puedo evitar soltar una carcajada.

-A menos que la chica tenga tu edad, lo cual lo dudo, te va a funcionar eso.-le digo.-Pero tienes razón, dependerá de la situación.-lo miro.-Prepara tus encantos por si acaso, Romeo.

Finge peinarse el cabello con las manos, mirándome con una sonrisa pícara.

-Si, madame.

Suelto otra carcajada.

Tara

Cuando regreso con la manada, Isac e Isaác me reciben con un abrazo, corriendo hacia mí tan deprisa que caemos al suelo. Me río con ellos, sin ganas de gritar, sin rabia que contener. Lo había dominado.

-Eh, veo que has dominado tu rabia ¿Eh, chispita?.-dice Isaác, pellizcándome una de mis mejillas. Le sujeto la mano y la aparto con suavidad.

-Si, lo he dominado.-le digo.-Pero no significa que no pueda enojarme.

Isaác entiende la indirecta, y se aleja tres metros escondiéndose detrás de Kenneth. Quién se alarma cuando se le sube por la espalda, enredando sus piernas en su cintura.

-¿Pero qué...?

-Kenneth, protégeme-dice Isaác, fingiendo ser una chica en apuros.-Va a matarme.

-Pues que que te mate.-dice Kenneth sin más, haciendo que Isaác se tire al piso, fingiendo estar herido.-Lo tienes merecido. Ella es la licántropo más fuerte que conozco.

Me ruborizo, y él me lanza una sonrisa con un guiño, al cual yo sonrío, y su rostro cambia de ser pícaro, a maravillado, embobado con mi boca torcida en una sonrisa. Me ruborizo de nuevo.

La noche anterior, Kenneth se quedó a dormir conmigo, y mientras entrelazaba una mano con la mía y acariciaba mi cabello con la otra, me dijo que yo tenía que encontrar mi propia técnica para controlar mi rabia. No era solo desahogarla, todo licántropo debía hacerlo cada cierto tiempo. Era saber controlarla. Contenerla sin ningún problema hasta poder desahogarla.

El aullidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora