Kenneth
Me despierto con algo suave bajo mi cabeza, y un escozor fastidioso en mi abdomen. Miro a mi alrededor un poco confuso, mientras recojo el objeto suave que tengo como almohada debajo de mi cabeza, hasta tener en mis manos un nudo de un sudadera de chica, manchada de sangre, pero con un aroma a flores silvestres impregnado en la tela. Cuando sostuve a Tara en mis brazos al asesinar a Jordan, pude sentir aquel aroma tan intenso, proveniente de ella, de su cabello, su ropa, su piel. Observo la sudadera perplejo. Los licántropos tendemos a poder reconocer aromas de todo tipo, siempre y cuando los hayamos olfateado antes. Me sorprende la facilidad con la que pude adivinar que esa sudadera era de Tara con solo reconocer el aroma de su perfume. No suelo asociar aromas con personas. Eso lo vuelve muy...íntimo.
Me levanto lo más rápido posible y salgo del auto, observando a mi alrededor. Me encuentro con la imagen de una gasolinera junto a la carretera, con un restaurante y una golosinería a la par, y varias personas alrededor. Nadie parecía percatarse de mí, por lo que me doy cuenta que mi ensangrentada camisa rota fue oculta por una sudadera grande, que Tara me debió haber puesto antes de bajarse.
-Despertaste.-exclama una voz detrás mía. Tara está apoyada en el baúl del auto con un mapa sobre el, usando una blusa de tirantes azul, y una camisa de cuadros azul y blanco de botones abierta sobre la de tirantes, con unos jeans negros y unos botines marrón. Su voz suena aliviada de poder pronunciar esas palabras.-Me alegro. Ordené unos platos de comida en el restaurante, espero haber acertado en lo que querías, no tengo idea de qué hubieras pedido si hubieras estado despierto.
La observo aliviado. No parece estar herida, aunque si algo cansada. Debió haberse quedado despierta toda la noche. No la culpo, también yo me hubiera quedado alerta toda la noche luego de haber asesinado a un licántropo que sin duda no iba solo, y su maldito protector estaba completamente dormido sin fuerzas para pelear.
Aprieto los dientes, soltando una maldición. Soy un idiota, de verdad que soy un inútil. ¿En serio me venció tan deprisa un maldito pedazo de metal?
-No es tu culpa.-me dice de repente Tara, lanzándome un bulto de tela, que atrapo al vuelo y desenrollo al instante, revelando una camisa limpia, de manga corta y roja.-Creo que es de tu talla.
-Gracias.-le respondo, y me quito la sudadera con la camisa rota incluida, tan rápido que puedo observar como Tara me observa boquiabierta antes de ruborizarse completamente y darse la vuelta para darme "privacidad", aun cuando estamos en medio de la calle. Su acción me arranca una sonrisa divertida, y no puedo evitar pensar que se vio demasiado adorable ruborizada. Como una niña pequeña avergonzada de haber hecho algo malo. Me pongo la camisa hasta cubrir los pectorales, para poder observar la nueva herida del abdomen.
La herida ya no está, solo es una cicatriz con un tono rojizo en la piel. No esperaba más, siempre es así con mis heridas más graves. Las leves sanan por completo, pero las más graves se convierten en cicatrices, cada vez más pronunciadas dependiendo de su gravedad. Me termino de bajar la camisa y me acerco al mapa que tiene Tara extendido por encima del baúl.
-¿Qué estás buscando?-le pregunto, para que sepa que puede darse la vuelta. Tara lo hace, y se me acerca.-¿Algún atajo?
-Si, pero también buscaba...alguna forma de escapar de la policía en las fronteras del país.-me explica, señalando la frontera del Norte.-No creo que podamos evadirla, así que creo que debemos hacernos papeles o busquemos alguna otra forma de salir del país...
-Iremos directos a la frontera Norte.-le corto, haciendo que Tara me mire interrogante.-En auto. Justo como lo hemos estado haciendo.
-¿Pero qué piensas hacer con la ley?
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El aullido
FantasyTara Rogers de 14 años de edad vive una vida de adolescente con problemas bastante complicados. Aunque ella vive feliz a pesar de sus problemas junto a sus amigos, siente que su vida no se limita a eso y nada más. Un día, Kenneth Sloan de 17 años ll...