20: Un dulce despertar

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Narrador:

En Berlín, Alemania, corría presuroso por las calles un joven y apuesto muchacho, buscando alguna tienda abierta para poder comprar un obsequio que darle a ___________ una vez que estuviera de regreso en Londres, y para eso faltaba muy poco tiempo; si mucho unas tres horas.
Todas las boutiques del área metropolitana estaban ya cerradas.
Después de caminar y caminar con mucha suerte se topó una abierta, sin pensarlo dos veces decidió entrar pues estaba decidido sería esta su única salvación.

Habían muchas mujeres ahí, al parecer otras cuantas que habían dejado también para última hora sus compras personales. Eran la mayoría muy bellas y jóvenes, pero Terry era lo último que le importaba en esos momentos; y aunque no fuera así el sólo tenía ojos para la bella americana que él había apodado la Señorita Lunas. En tan solo meses había logrado ocupar un puesto muy importante en el corazón del solitario inglés, y vaya que era más fácil que todos los planetas se alinearan y el mar se quedara seco, a que alguien pudiera ganarse el cariño del primogénito de los Grandchester. Las señoritas que estaban observando a Terry se sonrojaban por el hecho que un hombre estuviera ahí, ya que lo más seguro es que estaba en busca de un regalo para su prometida o esposa, era raro ver a hombres por esos lares. «Qué suerte debe tener su prometida, no cualquiera hace eso» cuchicheaban entre ellas con los ojos deleitados. Terry era joven, pero eso no significaba que no tuviera porte y galantería. Se hacía notar donde estuviera que fuera.

Enfocado en su misión buscaba algo que pudiera ser del agrado de su _________, pero estaba entrando en desesperación al ver que todas las cosas que habían ahí (desde ropa hasta accesorios) era en exceso ostentosa y muy llamativa, todo lo contrario al estilo de __________ y no es que a la chica no le gustara vestir coqueta, pero eso era una exageración para su forma de ser. Sin éxito salió de la tienda con las manos en los bolsillos de su saco en señal de perdición. Todas las señoritas corrieron a las ventanas del locas a observarlo, quizá esa era la primera y última vez que verían a ese caballero de tan buen ver.

Terry iba con paso más calmado por las calles de la hermosa ciudad. No quería darse por vencido, pero tampoco habían muchas opciones por dónde escoger. Quizá su última opción sería regalarle un ramo de flores, pero el quería darle algo que durara más tiempo y que no fuera tan desechable. A todas las mujeres nos encanta que nos regalen flores, pero si somos sinceras, es algo que dura muy pero muy poco tiempo.
Dejando de lado sus propios pensamientos, paró en seco a mitad de la acera, escuchó de lejos la melodía de una canción tradicional, la cuál estaba muy seguro haber escuchado a __________ cantarla con normalidad. Apurando el paso se perdió entre los callejones siguiendo la dulce melodía. No estaba muy lejos, ya que era una música muy suave que se podía escuchar cerca. Llegó a una plaza con una pequeña fuente en el centro, donde había un vendedor deambulante sentado en una banca, con una mesa repleta de joyeros, cajas musicales y otras cuantas cosas.

—Buenas tardes, señor. —saludó Terry acercándose al anciano, como pidiendo permiso para ver lo que vendía.

—Pasa hijo, pasa. Puedes preguntar por lo que quieras —respondió el señor de larga barba, apoyando sus manos en un bastón.

Terry asintió tratando de distinguir cuál de todas las cajas musicales era la que tocaba la melodía de _________. Agudizó su oído y pudo percibir que la que tocaba la sonata era una pequeña caja negra con rojo y bordes dorados y una bailarina de la obra teatral "el cascanueces". Era esa la canción que él buscaba entre todas. No pudo evitar esbozar una sonrisa de oreja a oreja al saber que no regresaría con las manos vacías. A parte, conocía a la perfección los gustos de __________ y sabía que eso le iba a gustar.

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Primaveras en Diciembre (INCOMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora