10

112 21 17
                                    

Las siguientes semanas transcurrieron como en un ensueño. En el trabajo me iba muy bien. Había impresionado a Pedro con el sistema de catalogación que había inventado el semestre que trabajé en la biblioteca de la universidad y que le facilitaba considerablemente el trabajo, usualmente tedioso, de organizar los libros.

Estela, mi compañera, también se había alegrado mucho de que le simplificara las cosas y, en poco tiempo, nos hicimos buenas amigas. Era mamá de una monada de niño de dos años. A pesar de ser madre soltera y de que no lo tenía nada fácil ocupándose de su hijo y de una madre muy mayor y enfermiza, siempre se le veía sonriente y amable.

Entre mis nuevas amistades también se contaba Nicolás, el sobrino de Pedro, que había insistido en que le enseñara a tocar el chelo, maravillado por mi actuación en el evento, y aunque yo no tenía mucha paciencia para enseñar, el muchacho demostró tener bastantes aptitudes. Los días tranquilos en la librería, le daba algunas lecciones y ya había conseguido aprenderse los primeros acordes de una canción. Estaba orgulloso como si de un concierto entero se tratara y yo me alegraba de serle útil a alguien.

Cuando no le daba clases a Nicolás, aprovechaba las horas muertas para escribir un poco. Había comenzado una novela, inspirada por el excesivamente cursi libro de Gabriela, que ya había terminado, y por los influjos de mi propio romance con Ulises.

Porque sí, seguía viendo a Ulises. Y la promesa hecha a mi amiga de que lo tenía todo bajo control comenzaba a flaquear.

¡Me sentía tan bien con él!

Nos veíamos prácticamente cada vez que tenía un día libre, aunque algunas veces me obligaba a rechazar sus invitaciones y a fingirme ocupada pues no quería dar la impresión de estar siempre disponible para él, eso, y que cada vez me daban más miedo mis sentimientos.

Cada minuto con él era especial, no había tiempo para la monotonía o el aburrimiento. Nuestro tiempo juntos transcurría en teatros, exposiciones de arte, cenas en sitios increíbles y clubes exclusivos. Estaba conociendo una cara de la ciudad que me era completamente ajena.

Yo era una chica casera, que siempre iba a los mismos sitios y salía con los mismos amigos. A pesar de que el dinero nunca fue un problema para mí, jamás me interesó ir a sitios caros y exclusivos. Me gustaba lo simple. Pero con Ulises estaba descubriendo un nuevo placer en el glamour y la belleza. Me estaba aficionando a vestirme elegante, a maquillarme y arreglarme para salir con él. Comenzaban a gustarme las miradas que atraía, la sensación de sentirme admirada. Era una novedad maravillosa.

Además, gracias a él, conocí personas muy talentosas e influyentes, artistas, escritores, músicos, personas interesantes y de un nivel con el que nunca me había codeado antes. Aunque había cierto sabor agridulce en esas presentaciones. Él actuaba con naturalidad y con la misma confianza de siempre. Jamás me habló de escondernos ni pretendió que mintiera. No me hizo ninguna de las "demandas" que imagino los hombres casados hacen a sus amantes. No hubo un "No me llames a la casa" o "No deben vernos juntos" o "Necesito tu discreción".

Yo lo agradecí enormemente, porque de haber actuado de esa manera no creo que hubiera podido seguir con nuestra relación. Sin embargo, cuando me presentaba a sus conocidos como "su amiga" sentía un leve resentimiento, un pellizco en mi pecho que me recordaba que no era ese el título al que yo aspiraba. Pero lo peor eran las miradas de la gente. Todos eran muy simpáticos y me hablaban y trataban con naturalidad, pero había algo en el fondo de sus ojos que resultaba acusador. Sentía su escrutinio en mi espalda y casi podía escuchar los murmullos que hablaban de la nueva amante de Ulises.

Por eso, fui yo la que prefirió dejar de salir tanto. No tenía la moralidad suficiente para sentirme indignada ante la categoría de amante que había adquirido, sin proponérmelo, pero sí me sentía avergonzada de los juicios de gente que ni siquiera conocía, y abochornada a la vez, por ser tan superficial e interesarme más del que dirán que de mi propia dignidad.

La verdadera razón por la que elegí ocultarme de los acusadores ojos era que temía que la influencia de la sociedad me hiciera abandonarlo. Yo no quería terminar con lo nuestro.

Él me hacía feliz, verdaderamente feliz. La sombra de la esposa solo existía en el mundo exterior, para la gente que los conocían a ambos y podía juzgar la naturaleza de nuestra relación.

Entre las cuatro paredes de mi cuarto, era solo mío. Dormía abrazado a mí, a pesar de que se le entumeciera el brazo, me llevaba el desayuno a la cama y siempre me despertaba con un beso y un café, me hacía el amor de una manera completamente nueva para mí, mezcla de ternura y pasión salvaje que me llevaba al cielo. Pero incluso mejor que el sexo eran las conversaciones. Era una inspiración para mí. Cuando hablaba, mi cerebro tomaba notas. No era mucho mayor que yo, pero era tanto lo que sabía que, a escondidas, estudiaba de los temas que me comentaba para no verme tonta en nuestras charlas.

Tenía la delicadeza de no mencionar nunca a su esposa. Pero me hablaba de todo lo demás. Me contaba de su infancia, de su difícil comienzo, del trabajo que pasaron sus padres para que él pudiera estudiar en la universidad y lo orgullosos que estaban de él. Me hablaba de sus proyectos, era un surtidor de ideas y tenía tantos planes, tan bien estructurados que me daban celos.

Yo también le contaba de mis sueños, de mis miedos, de la poca confianza que sentía en mí y que él no conseguía entender.

-¿Cómo es posible que no veas lo increíble que eres? -me decía con asombro, mientras me acariciaba el cabello desparramado en su regazo.

Yo sonreía, no porque lo viera, sino porque nada me hacía más feliz que que lo viera él.

Así pasaron tres semanas fabulosas. Me había acostumbrado tanto a él, a su presencia constante en mi mente, a deberle todas mis sonrisas, que ya no solo no quería terminar la relación, sino que no me sentía capaz de terminarla.

Estaba a su merced.

A menos que él me dejara, yo no lo alejaría nunca de mi lado, sin importar las miradas acusadoras ni lo reprobable de la situación. Si nunca había sido tan feliz como entonces, ¿por qué iba a deshacerme del motivo de mi felicidad?

Amor EstivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora