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12 de julio.

"Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus" -Rezaba el título de mi última lectura y yo no podía estar más de acuerdo con John Gray.

Hombres y mujeres somos polos opuestos. Las mujeres somos seres emocionales, nuestra psiquis no es lineal, no funcionamos de manera lógica y la mayoría de las veces nuestro comportamiento es errático y confuso, estamos dominadas por impulsos que esperamos, ilusamente, que los hombres aprendan a comprender y aceptar. Pero ellos, al contrario de nosotras, son básicos, directos, más razón que emoción y casi nunca logran descifrar lo que en realidad queremos.

Había corrido lejos de él, le había pedido que me dejara en paz, que no volviera a buscarme. En ese momento me sentía herida, humillada, en ese momento quería sacarlo de mi vida. Sin embargo, tres días después, no paraba de revisar el celular esperando ver su nombre en la pantalla. Me torturaba viendo fotos suyas, leía una y otra vez la dedicatoria que escribiera para mí, el primer día. Trataba de ocupar mi mente en otras cosas, intentaba rellenar los espacios vacíos con cualquier banalidad, pero cuando el ruido cesaba, cuando de pronto, sin que me diera cuenta, surgía un espacio en blanco, la soledad me engullía y me volvía pequeñita, me marchitaba y amargaba poco a poco.

Me había prohibido llorar, me negaba a sentir pena de mí misma y a pasarla tan mal por quien no lo merecía. En cambio, mi temperamento colérico me hacía estallar en esporádicos e impredecibles episodios de ira, una ira que orientaba injustamente contra las personas que menos lo merecían.

El pobre Nicolás me miraba azorado. Mis gritos ante el más mínimo error que cometiera con el chelo eran una novedad. Normalmente me mostraba dulce y comprensiva, pero esa noche mi paciencia y docilidad no estaban por la labor.

-Será mejor que lo dejemos por hoy -dije con una severidad injustificada.

-Vale. Me estudiaré las partituras que me has dejado. Siento haber estado tan torpe hoy. -Bajó la cabeza sumiso y yo me arrepentí de mi dureza.

-No eres tú -lo tranquilicé-, soy yo que no tengo un buen día. Discúlpame por gritarte.

-No te preocupes. -Me regaló una sonrisa-. Te ayudo a cerrar.

Nicolás se dispuso a cerrar las ventanas, mientras yo finalizaba el inventario de las ventas del día. La campanilla de la puerta me anunció que alguien había entrado.

-Estamos cerrados -grité con acritud sin levantar la vista del libro de cuentas.

-Muy bien. Eso significa que estás libre -contestó una voz familiar.

Levanté los ojos y me topé con la sonrisa brillante de Ángel. Estaba inusitadamente guapo. Vestía una sudadera de la universidad y unos jeans ajustados. Sus ojos verdes centelleaban cual felino y el cabello, oscurecido por las sombras del ocaso, había adquirido un tono castaño que le sentaba de maravilla.

Quise mostrarme cortés, pero mi estado anímico no colaboraba.

-¿No te cansas de perseguirme? -le espeté.

-No -respondió él, sin dejarse intimidar-. Me prometiste un café si coincidíamos de nuevo y no suelo esperar por las casualidades. Hago que ocurran. -Volvió a sonreír.

-Estoy muy cansada, Ángel. -Intenté suavizar el tono.

-Con más razón, no querrás cocinar. Te invito a cenar. -insistió.

-Lo siento, no creo que sea una buena compañía para nadie hoy. -Ese chico no merecía mi maltrato gratuito.

-Pues déjame serla para ti. Puedo al menos intentar mejorar tu día. Si no lo consigo, al menos habrás cenado y podrás seguirme despreciando con el estómago lleno. ¿Qué tienes que perder?

Y era cierto, ya no tenía nada que perder. No tenía caso seguir cosechando la amargura. Había de seguir con mi vida, y por qué no comenzar cenando con un chico guapo y encantador que no se amedrentaba con mis desplantes.

-Vale -acepté al fin, bajando los hombros en un suspiro profundo-. La verdad es que estoy famélica. Espérame un segundo a que termine de cerrar.

Comimos en un Mac Donalds porque me negué rotundamente a ir a un sitio más elegante. El recuerdo de la Barbie Dolce Gabanna, desbordando desdén sobre mí, seguía atormentándome.

Ángel no paró de hablar ni un segundo, intentando animarme, pero era inútil.

Terminé mi hamburguesa callada y meditabunda, deseando llegar a casa y enterrarme en mi miseria.

-Es un crimen que una chica tan guapa esté tan triste -dijo él, tras agotar todos los intentos de alegrarme.

-¡Que comentario tan tonto! -le solté, impertinente-. Los guapos tienen tantos problemas como cualquiera. La tristeza no es un privilegio de los feos.

-No me das tregua, ¿eh? -dijo con una sonrisa cansada. Sospechaba que aquel chico comenzaba a cansarse de mi mal genio.

-Disculpa, pero te advertí que no sería una buena compañía esta noche. Será mejor que me vaya a casa. -Me levanté para marcharme.

-De eso nada. -Se levantó a su vez-. No eres nada fácil, Valeria, admito eso, pero no pienso rendirme tan pronto. Además, estoy seguro que esa aspereza es solo el exterior. ¿Sabes cuál es mi tarta favorita? La de limón y chocolate. La cobertura es dura y hasta un poco ácida, pero el interior es tan dulce que contrasta con el sabor exterior y el resultado es explosivo, delicioso. -Yo puse los ojos en blanco-. Quiero conocer a la Valeria de chocolate, estoy seguro de que existe y que es maravillosa. Estoy dispuesto a lidiar con un poco más de limón. -Me sonrió y yo no pude menos que reconocer que era persistente.

-No soy una tarta, Ángel. Soy una persona con problemas y preocupaciones, y no tengo la obligación ni la capacidad de estar alegre todo el tiempo. No oculto mi dulzura bajo una cobertura agria. La vida a veces te vuelve así -le expliqué.

-Solo si tú la dejas -insistió él-. Desconozco lo que te ha pasado, pero si dejas que las tristezas te amarguen, si te encierras en ti misma, espantarás a todas las personas que solo pretenden que vuelvas a sonreír. Quizás tu oportunidad de ser feliz esté al doblar de la esquina y la estés dejando ir por empeñarte en permanecer cerrada y arisca.

Sus palabras me recordaron a Ulises. Todo me lo recordaba. Pero me transporté a aquella charla que habíamos tenido sobre la razón de mi soltería. Mi tendencia a autosabotearme. De repente, me enfureció la posibilidad de que tuviera razón.

No la tendría, ya no más.

- Recientemente me decepcioné mucho de alguien que me importaba -le confesé sin saber por qué lo hacía-. Pero tienes razón, no puedo permitir que una persona, un hecho puntual, me amargue la vida. No lo haré. -decidí-. Me pongo en tus manos. Hagamos algo divertido. Prometo poner de mi parte y dejar de ser tan borde.

-Perfecto. -Las perlas que tenía por dientes brillaron y me tomó de la mano con actitud de triunfo-. Te prometo que esto te gustará.

Indecisa, me dejé llevar por él.

Amor EstivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora