25 de agosto.La tarde era inusualmente calurosa y el sol brillaba en el cielo despejado, de un azul diluido. Las hojas de los árboles comenzaban a abandonar el verdor del verano y se tornaban levemente amarillas.
Estaba sola en la terraza del bar y el murmullo de los clientes, que pululaban dentro, no podía alcanzarme. El silencio era denso y envolvente. Me daba paz. A solas con mis pensamientos, podía ver las cosas con más claridad, entenderlo todo, o al menos casi todo. El futuro ya no me parecía oscuro o incierto. Volvía a sentir que todo iba a estar bien.
Terminé el manuscrito con una sorda melancolía. En cierta forma me alegraba de haber terminado mi primer libro. Estaba orgullosa de cómo había quedado, pero los sucesos agridulces de aquel verano habían influido demasiado en la historia, imprimiéndole un poco de mi amargura.
Mi protagonista tampoco había alcanzado el final feliz.
¿Pero acaso podía existir felicidad al final?
Las cosas que culminan son por obligación tristes, amargas. La vida es una eterna continuación de historias que suben y bajan, debatiéndose entre la dicha momentánea y efímera y el atormentado desconsuelo. Mi personaje tendría otra oportunidad. También la tendría yo.
Llevé una mano a mi vientre con nostalgia.
La historia aún no había concluido.
Mi fortaleza de silencio fue irrumpida por dos voces alegres y familiares. Mis amigos. Mis dos puertos seguros. Teniéndolos conmigo sabía que podía permitirme perderme de vez en cuando, vagar, errar, incluso enloquecer. No tenía la menor duda de que estarían ahí para rescatarme cada vez.
—Te dije que estaría aquí —dijo Andy, besándome y sentándose a mi lado—. ¿Cómo estás, cariño? —Sostuvo mi mano.
—Estoy bien —le aseguré—. Mucho mejor ahora que están aquí. —Miré a Robert que permanecía de pie, sin saber que decir—. ¿No me das un abrazo? —le pedí a mi amigo.
Él me envolvió con sus enormes brazos y yo cerré los ojos, abandonándome a la seguridad que me brindaba su cercanía.
Andy nos abrazó a su vez y compusimos un cuadro de lo más cursi, los tres entrelazados por largos minutos, hasta que Tony, que traía el pedido, apareció en la terraza, aclarándose la garganta con embarazo por la interrupción.—Disculpen, aquí están los cafés. –Los dejó sobre la mesa y se escabulló lo más rápido que pudo.
Reímos divertidos y nos sentamos a disfrutar de los refrescantes frapuccinos. Hablamos de banalidades, evitando tocar ningún tema profundo o triste. No era el momento de remover las heridas, sino de comenzar a sanar.
En solo tres meses, muchas cosas habían pasado. Mucho había cambiado dentro de mí, tanto, que casi no reconocía a la persona en que me había convertido. Mis decisiones me habían llevado por un camino turbulento, pero al pensar en lo que me gustaría cambiar, no encontré nada.
Supe que lo haría exactamente igual si tuviera la oportunidad de repetirlo, incluso con las partes sufridas. A veces un poco de dolor ayuda a apreciar la verdadera magnitud de la felicidad, esa escurridiza, que no sabemos que sentimos hasta que ya se ha ido.
—¿Y ahora qué? —preguntó Andrea, rompiendo el cerco frívolo y seguro que habíamos fabricado.
Por primera vez se la veía insegura, perdida. A ella también la había golpeado duro aquel verano. Yo la miré con la misma incertidumbre en los ojos. Apreté su mano. Era mi manera muda de decirle que no sabía que sería de nosotras, pero estaríamos bien, si estábamos juntas.
Como siempre, nuestro comodín de la alegría vino en nuestro auxilio.
—¿Qué les parece Grecia? —preguntó Robert, cambiando el tema aparentemente.
—¿Grecia? —Lo miré confundida.
—El año anterior estuve en Corfú —continuó como si tal cosa—. Es una isla preciosa. Val, sé que tú alucinarías con las playas. Y la gastronomía es de lo más exótica —dijo, mirando a Andy—, puedes darte gusto aprendiendo montón de platillos raros.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Andy, arqueando una ceja.
—¿Qué crees que estoy diciendo? —le contestó él, con una sonrisa pícara y enigmática.
—No podemos irnos a Grecia —protestó ella, pero se notaba que la idea comenzaba a seducirla.
—¿Por qué no? —rebatió Roberto, tan tranquilo como una lechuga—. Pienso que las dos se han ganado unas buenas vacaciones y también que les vendrá muy bien alejarse un poco. Estar tranquilas, sanar. —Mi amiga y yo nos miramos coincidiendo—. Vosotras lo son todo para mí, así que lo menos que puedo hacer es velar por que estéis bien.
Sus palabras me enternecieron casi hasta las lágrimas.
—¡Te quiero tanto! —le dije, estrechando su mano. Él aceptó la mía pero evitó mi mirada.
—Pero ¿y el trabajo? No puedo irme sin más. —Andrea continuaba escéptica.
—Sí que puedes —insistió él—. Estabas decidida a montar tu propio restaurante, ¿no es así? Pues nada mejor que una semanita en Grecia para inspirarte, regresar con las baterías cargadas y un montón de recetas griegas aprendidas. Hasta te puedes traer un griego a casa —terminó con un guiño travieso.
—¿Y la escuela de Val? —dijo ella porque yo no había abierto la boca para protestar.
Roberto me miró, inquisidor.
—He dejado la universidad —les confesé.
—¿Cómo? —exclamó Andy que no estaba enterada de esa decisión.
—No pienso malgastar otro año en algo que no me hace feliz. Mi padre ya está al corriente y me apoya. Quiero dedicarme de lleno a escribir. Y si descubro que no valgo para eso, al menos sabré que lo intenté. Puede que no tenga muy claro lo que quiero de la vida, pero solo tengo 21 años, tengo tiempo para averiguarlo, y elijo no morirme de aburrimiento mientras lo hago —dije, resuelta.
—Muy bien. Sabes que tienes todo mi apoyo —dijo mi amiga—. Tienes mucho talento y sé que vas a brillar en lo que sea que hagas. —Su sinceridad y apoyo incondicional me infundieron las fuerzas que necesitaba.
—Las playas de Grecia son una fuente inagotable de inspiración, te lo aseguro —Robert continuó vendiéndonos el plan—. En una semana tendrás un libro terminado. —Sonrió, verdaderamente excitado por la idea.
—¿Y tú qué? ¿Vas a prolongar tus eternas vacaciones? —le pinchó Andy.
—Nada de eso, muñeca. También trabajaré. En diciembre es la reapertura de la galería con las nuevas reformas. Tengo en proyecto una serie fotográfica algo diferente a lo que suelo hacer. Estoy seguro que Grecia me dará escenarios maravillosos y más aún con dos modelos tan bonitas. —Sonrió.
—¡Eso no! —dijimos ambas a la vez.
Andy y yo compartíamos la misma aversión a ser fotografiadas. Ser el centro de atención nunca fue muy de nuestro agrado y jamás habíamos cedido a las constantes insistencias de Robert en posar para sus fotos. Salvo unas pocas, que había logrado de manera casual y sin que nos diéramos cuenta, no tenía ningún retrato nuestro.
—Ya tendré tiempo de convencerlas en Corfú —declaró, incansable.
Andy y yo nos miramos, consultándonos una última vez el descabellado plan, para finalmente asentir con una sonrisa radiante.
—¡Nos vamos! —exclamamos al unísono.
Robert tenía razón. Un tiempo lejos para sanar y renovarnos nos sentaría muy bien. La inspiración, la calma, la belleza y la simple aventura que representaba Grecia se me antojaba irresistible.
Podía dejar atrás todo lo malo y enfocarme en mí y en mi futuro, rodeada de personas a las que amaba y que me amaban en la misma medida, que es todo lo que se puede pedir al amor.
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Amor Estival
RomanceValeria es una chica con muchos talentos. Ama escribir, toca el chelo y además estudia administración de empresas en la Universidad. La carrera no es su verdadera vocación, pero no se decide a abandonarla. El último verano antes de concluir la Uni...