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30 de junio.

Junio terminó con el cumpleaños de Andrea.

Mi amiga organizó una pequeña fiesta en su casa con unos pocos amigos. Estaba muy contenta porque Rodrigo, su prometido, llegaba de viaje esa misma noche. Había dispuesto todo espléndidamente y aunque me había ofrecido a ayudarla, apenas me había dejado encargarme de la bebida.

La tarea no se me daba tan bien como hubiera deseado. Nuestro amigo Roberto era el especialista haciendo cócteles, pero como desgraciadamente seguía de viaje, tuve la temeridad de intentar ocupar su lugar. Había conseguido hacer un par de mojitos lamentables y unos cuantos cubatas sin demasiado mérito. Pero por suerte para mí, los invitados rápidamente se aconsejaron y optaron por la cerveza y el vino, librándome de mis obligaciones de barman.

Andy era un manojo de nervios. Había dejado de ser la protagonista de su fiesta de cumpleaños. La celebración se había convertido en una fiesta de bienvenida para Rodrigo, a quien Esteban, su mejor amigo, había ido a recoger al aeropuerto.

Mi amiga vestía un precioso vestido amarillo, que me enorgullecía de haberle regalado. Su pelo rubio brillaba, resaltado por el color de su ropa y estaba maquillada impecablemente, como siempre. Sin embargo, no era consciente de la despampanante visión que ofrecía y los años de relación perdían relevancia ante la expectativa y los nervios de encontrarse con su novio.

-¿Crees que debería usar otros zapatos? -me preguntó, mirando con escepticismo los tacones negros que resaltaban, aún más, su esbelta figura.

Yo puse los ojos en blanco.

-Andy, lo que creo es que necesitas calmarte. Estás preciosa y el crédito ni siquiera es del vestido o los zapatos. Eres bella y estoy seguro que a Rodrigo no le importaría que lo recibieras en un saco de patatas.

-Hace tres meses que solo nos vemos por Skype. Quiero que cuando volvamos a estar frente a frente me encuentre despampanante.

-Lo estás -le aseguré.

-Es que no acabo de adaptarme al tema de la distancia y los viajes. Es muy duro pasar tanto tiempo separados. -Hizo un puchero, bajando la vista.

-Sé que es duro - Intenté confortarla-, pero siempre has dicho que cuando estuvieran casados, Rodrigo optaría por una plaza que lo mantuviera en la ciudad, en lugar de tanto viaje. Así que solo tendrás que aguantar otro poco.

Andy compuso una expresión entre culpable y avergonzada que me hizo sospechar que algo no andaba bien.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-Él... él piensa que debemos posponer la boda un poco más. - Mi rostro se ensombreció-. Está cerrando tratos importantes en Tokio y su meta es lograr un ascenso, que le permita establecerse permanentemente en la sucursal que la empresa tiene en esa ciudad - me confesó con un hilo de voz.

-¿Permanentemente? -exclamé, desagradablemente sorprendida-. ¿Qué quieres decir? Si Rodrigo se muda a Tokio, ¿qué pasará contigo? ¿Con su relación? -pregunté, negándome a aceptar la respuesta más lógica a esa pregunta.

-Él quiere que me mude a Japón con él -contestó sin mirarme.

-¿Qué? -grité, haciendo girar varias cabezas-. ¿Cómo que te vas a mudar con él? ¿Y tu trabajo? ¿Y tu vida? No puede ser tan egoísta de pedirte que renuncies a todo por estar con él.

-Val, sé que no es una decisión fácil. Pero si queremos estar juntos, alguno de los dos tendrá que ceder -dijo con su voz conciliadora.

-¿Y por qué tienes que ser tú? -volví a gritar-. ¿Por qué tienes que seguirlo por el mundo cuando él no es capaz ni siquiera de casarse contigo? -le solté, fuera de mí.

Amor EstivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora