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Algo había cambiado dentro de mí. El miedo se había ido. Me sentía serena, segura, valiente. Por primera vez, desde que supiera la noticia de mi embarazo volví a sentir que todo iba a estar bien.

No estaba sola. No en realidad. Tenía la suerte de tener más gente a mi lado de la que creía merecer. Debía dar gracias por contar con tantas bendiciones. Por haber sido bendecida con ese bebé, que aunque llegaba en un momento difícil, ya era parte de mí. Ya lo amaba y no lo dejaría marchar.

Ángel me llevó a casa después de la terapia sanadora que me había dado la buena de Marta.

Mi celular no paraba de sonar. Tenía montones de mensajes y llamadas de mis amigos, preocupados por mi ausencia de todo el día. Preferí no contestarles. En breve les contaría todo.

El nombre de Ulises también apareció en la pantalla. Me había dejado varios mensajes. Los eliminé sin abrirlos siquiera. Había decidido tener a mi hijo, pero lo haría sola. Su presencia en mi vida se había acabado para siempre. No lo dejaría que volviera a perturbar mi paz. No sufriría más por él. Tenía algo más por lo cual luchar, a quien entregarme por completo, el centro de mi mundo ya no lo ocupaba él.

Llegué a casa y me encontré con que mis amigos, angustiados, estaban a punto de llamar a la policía. Andy se me echó al cuello, cual madre preocupada, al verme entrar por la puerta. Roberto tenía la expresión más ceñuda que le había visto en los 10 años que nos conocíamos. A pesar de sus reacciones exageradas, me alegré de que se preocuparan de esa forma por mí. Era una prueba irrefutable de su amor.

Luego de asegurarles que no me faltaba ningún pedazo, me senté con ellos y les conté todo.

La confesión fue mucho más fácil de lo que había esperado. El nudo en mi garganta se deshizo y sentí un alivio profundo al compartir con ellos esa carga.

Andrea se asombró, me riñó por mi irresponsabilidad, soltó unas cuantas lagrimitas al enterarse de mi aventura en la clínica y finalmente, me abrazó asegurándome que contaba con su apoyo incondicional.

Robert, en cambio, mostró una estoicidad insólita. Su rostro permaneció inmutable durante todo el tiempo que estuve hablando. Finalmente, al concluir mi relato, su expresión se volvió severa, enojada, había casi decepción en su mirada. Tuve mucho miedo de merecer esa decepción. Pocas cosas podían derrumbarme con tanta fuerza como defraudar a mis amigos.

-¿Cómo permitiste que las cosas se te fueran de esa forma de las manos? -Al oírlo, me pareció estar escuchando a mi padre-. No eres ninguna niña. Eres una mujer adulta, inteligente, sensata, ¿cómo dejaste que esto pasara? -casi me gritó.

-Robert, ya sé que me equivoqué. Me equivoqué mucho. Pero ya me he lamentado demasiado al respecto. Ahora solo me queda asumir las consecuencias.

-¡No sabes lo que dices! ¡Esto no es un juego, Valeria! -Solo cuando estaba muy enojado me llamaba por mi nombre completo-. Tu vida ha terminado.

Que me lo dijera él que siempre era tan positivo me apabulló.

-Robert, cálmate -le pidió Andrea-. Valeria ahora necesita nuestro apoyo.

-¿Se supone que tengo que apoyar esta equivocación tan abismal? ¿Tengo que aplaudir que eches por la borda toda tu vida? Se acabó tu juventud, tus sueños se irán por el caño, se acabó el estudiar, el escribir, el tocar, todo se acabó para ti. Ahora solo podrás dedicarte a ese maldito bebé.

Yo estaba anonadada. Jamás esperé escuchar esas cosas de mi amigo. Sin embargo, el instinto maternal que ya empezaba a tener, me hizo saltar para defender a mi hijo.

-¡No le llames así! Sé que este no es el mejor momento, que no estoy lista y que va a ser muy difícil de ahora en adelante, pero no voy a renunciar a ninguno de mis sueños, tal vez me cuesten el doble, pero los lograré. Pero tampoco voy a renunciar a mi hijo. Mi vida no se acabó. Acaba de comenzar.

Robert se movía nervioso por la sala.

-¿Y qué hay de ese tipo? -preguntó con un desprecio que parecía odio-. ¿Piensas eximirlo de la responsabilidad? Esto es tan problema suyo como tuyo. No puedes dejar que se vaya de rositas.

-No quiero saber nada de él -contesté.

-¡No seas tonta! -me gritó un Roberto desconocido-. No puedes hacerlo sola. Él tendrá que asumir.

-No estoy sola -dije sin dejarme amedrentar por su dureza-. Tengo a mi familia. Mi padre se enojará pero sé que al final me apoyará. Y también los tengo a ustedes. ¿No es así? -lo reté a negarlo.

-Claro que sí, cariño -contestó Andrea, rápidamente, tomando mi mano.

Yo le sostuve la mirada a Roberto, esperando su respuesta.

-¿No es así? -repetí, altiva.

Su expresión cambió de pronto. Cedió ante las toneladas de emoción que le caían encima de un golpe. Parecía perdido, asustado, y arrepentido por su rudeza. Se sentó a mi lado con cautela.

-Si, por supuesto que sí. Perdóname, Val. No debí reaccionar de esta manera. Siempre me tendrás. Nos tendrás. -Bajando la guardia, me abrazó.

Andy lo hizo a su vez. Y en ese abrazo triple sentí que contando con ellos, no necesitaba a nadie más.

Amor EstivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora