36

63 12 11
                                    

15 de agosto

Desde que cumplí los 18 años, había tomado posesión de la herencia que mi madre me dejara. Era bastante dinero, que había pagado gran parte de mis gastos universitarios. Hasta ese momento, mi padre lo había administrado, pero la universidad había terminado para mí, y me tocaba decidir en que quería invertir mi patrimonio para garantizarme un futuro, haciendo algo que realmente me gustara.

Había tenido mucho tiempo para pensar y las ideas no habían dejado de entrar y salir, en torrente, de mi mente, sin que me decidiera por ninguna.
Mi personalidad vacilante era más fuerte que mis propias ganas de hacer algo grandioso.

Sin embargo, cuando el momento llegó, no dudé ni un instante. Había recurrido a Pedro porque no quería revelar mi identidad y que eso entorpeciera mis planes. Él había accedido a ser mi testaferro porque le había parecido interesante el proyecto. Pero de alguna manera, ella había averiguado que había alguien más detrás del negocio.

No me extrañó. Era una mujer con contactos e influencias. Sus abogados habían descubierto que Pedro no contaba con el capital para una transacción semejante. Se había negado a cerrar el trato, a menos que conociera personalmente a la persona que quería comprar su editorial.

Había llegado el momento de conocer a Clara.

No tenía idea de cuál sería su reacción al verme. No sabía si ella estaba al tanto de quien era yo o de mi relación con Ulises, pero decidí arriesgarme.
Si la historia de su liberalidad era cierta, era muy difícil que ella se molestara en averiguar la identidad de las amantes de su esposo. También era muy poco probable que recordara mi rostro, que había visto solo unos instantes cuando toqué la canción de su boda en el desafortunado evento.

De todas formas, me presenté ante ella muy distinta a aquella chica, insegura e insignificante, a la que ella apenas se había dignado a mirar. Quería parecer una mujer de negocios, de mundo, y aunque mi rostro aniñado no me favorecía en mi cometido, traté de enmascarar a la jovencita perdida lo más que pude.

Me recogí el cabello en un intrincado peinado, diseño de Andy, que a duras penas, había conseguido replicar. Me maquillé discreta pero impecablemente, después de mucho, muchísimo rato frente al espejo. Usé un conjunto formal, color púrpura, que había sido de mi madre, y que usaba cuando asistía a las conferencias y eventos de papá. Falda de tubo hasta la rodilla y chaqueta tres cuartos, ajustada, sobre una camisa de lino con detalles en el cuello. Terminé el conjunto con unos tacones negros, altísimos e incómodos que no había usado nunca.

Me sentía disfrazada, pero era esa, justamente, mi intención. Ponerme un disfraz de seguridad, desprender confianza y lograr un trato muy favorable.

La cité en un restaurante elegante, esperando que mi torpeza no me hiciera quedar en evidencia o hacer el ridículo.

Llegué tempano. Me pedí un martini y esperé, intentando calmar mis nervios. Ella llegó unos 10 minutos tarde. Entró haciéndose dueña del lugar. Llevaba un vestido gris, del mismo tono que sus ojos. Al ver el cuerpo que tenía, costaba creer que pasaba los 40 años.

Podría ser mi madre -pensé, tragando saliva.

Se acercó y tras una rápida mirada evaluativa, sonrió y me tendió la mano.

-Clara Villareal. Encantada.

-Valeria Castillo. -Apreté su mano con presteza, orgullosa de lo segura que había sonado mi voz.

Ella se sentó y pidió lo mismo que yo. Me miraba de una manera peculiar, pero sin dar muestras de haberme reconocido. Habló durante un rato de cosas banales, como la calidad del restaurante y lo bueno que estaba el trago.

Amor EstivalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora