Capítulo Tres

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Las palmas de sus manos estaban mojadas por el sudor las froto en su vestido para quitar el sudor inspiro hondo y trato de calmar los fuertes latidos de su corazón, hace tan solo unos minutos o quizás segundos sentía que el valor corría rápido por...

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Las palmas de sus manos estaban mojadas por el sudor las froto en su vestido para quitar el sudor inspiro hondo y trato de calmar los fuertes latidos de su corazón, hace tan solo unos minutos o quizás segundos sentía que el valor corría rápido por sus venas, pero al estar parada frente a la guarida del diablo sentía que todo ese valor se había evaporado, retrocedió un paso y cuando se iba a dar la vuelta para ir a su amado refugio choco contra una pared dura y grande soltó un suave casi imperceptible grito y se dio volvió rápido y se topo de frente con Duncan, se paro derecha y lo observo con calma – mi lord, buenos días – hizo una reverencia y le dio el paso para que pudiese pasar delante de ella sin problemas.

- Veo que es puntual señorita McAllen – tomo su reloj de bolsillo y comprobó que aun faltaban unos minutos para las ocho de la mañana, camino e ingreso a la biblioteca – bueno pase, no tengo todo el tiempo del mundo, - le hizo señas para que ingresara - hasta que usted decida ingresar – la observo con fastidio

Aquellas palabras le devolvieron el valor e ingreso con determinación a la biblioteca, sabia que aquel hombre la podía despedir o acusar de falta total de respeto, pero estaba tan dolida con sus palabras que debía buscar coraje hasta en su último recóndito de su espíritu para enfrentarlo y poder darse a valer – Mi lord no deseo que usted mal gaste su tiempo – se quedó de pie frente al escritorio

- Me alegra saberlo señorita McAllen – le hizo una seña para que tomase asiento y el hizo lo propio – por favor comience

Lo observo unos minutos y tomo asiento e inspiro para comenzar a hablar, pero se quedo en silencio al ver su mirada de fastidio, y ya no sintió ese dolor tan grande al recordar sus palabras o ese amor que la invadía, ahora tan solo se sentía libre, libre de aquello sentimientos que la embargaron por igual – su excelencia, me veo en la lamentable situación de mencionarle que considero que usted menosprecia mi desempeño

Duncan abrió y cerro la boca y sintió que su cara se ponía roja de la rabia que sentía, al escuchar las estúpidas palabras de esa insignificante mujer, es que como una maquina que solo se dedica a trabajar, a un ser tan opaco pudiese tener la desfachatez de estar cuestionándolo, ¡a él!,¡a un duque de la corona¡ ¡a un laird escoses! – me podría dar sus razones señorita

- Su excelencia usted no aprecia ni respeta mi trabajo porque no poseo los implementos necesarios para realizar las diversas etapas de restauración de los libros

- Usted no ha pedido nada – la miro con rabia – claramente si usted lo hubiese mencionado ya los tendría

- Su excelencia le he enviado reiteradas cartas pidiéndole los implementos ya desde hace más de un año, para mi, los libros son algo delicado y valioso

- ¡Jamás he recibido las cartas que usted menciona¡- alzo la voz molesto

- Yo no miento su excelencia – dijo con calma, pero al terminar de decirlo se dio cuenta que ella se había pasado casi dos años siendo lo que Duncan deseaba anteponiendo sus necesidades a las de él, anticipándose a sus pensamientos, a sus órdenes, a sus necesidades, trabajando como una esclava para complacerlo y lo único que había logrado al cabo de todo ese tiempo era su desprecio, su indiferencia, su palabras crueles en pocas palabras de él no había obtenido nada bueno.

Cautivando al ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora