Prólogo

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Anita Lonburt, la menor de los Lonburt, cumplía su decimoctavo cumpleaños, lo cual en la mayoría de las ocasiones implicaba alegría, y en esta ocasión no fue la excepción, salvo que el motivo de dicha no era el mismo, mientras en otras familias se celebraba que esa persona era mayor de edad, que era una adulta, en esa casa se celebraba que ella ya no volvería a poner un pie en ese lugar.

Poco después de que su padre, Daniel Lonburt, pidiera ayuda a una bruja y esta maldijera a su descendencia, su mujer, Irene Lonburt, se quedó embarazada de su primer hijo, el cual salió poderoso, pero no era lo que él esperaba. Cuando el pequeño tenía algo más de dos años, Irene se volvió a quedar embarazada, dando a luz a otro varón, uno más fuerte y poderoso que el anterior, pero considerablemente menor comparado con su hermano pequeño, al cual no sacaba ni dos años.

Su hijo pequeño, Joshua Lonburt, al cual consideraba el arma prometida por la bruja, con cinco años ya era capaz de vencer a jóvenes con muchos más años que él, por lo que era el orgullo de su padre. Cuando esa pareja ya se daba por satisfecha, pues no solo Daniel deseaba poder, el destino les dió un cuarto hijo, esa vez una niña, la cual nació con olor a humana, lo cual desconcertó a sus padres, y después de preguntar a varios especialistas, afirmaron que era normal, que a veces se producía un error y de dos híbridos podía salir un humano, por lo que no tuvieron dudas de que ella era completamente humana.

Anita no tenía ni cinco meses cuando las palabras de aquellos especialistas condenaron su vida, pues sus padres no estaban dispuestos a aceptar a una humana como hija, por lo que desde bien pequeña fue tratada como basura por toda su familia, sin derecho ni a lo más básico, sin ropa nueva, sin apenas comida, ni libros, ni juguetes, ni nada. Su educación consistió en oír a escondidas las clases privadas de sus hermanos, así es como pudo mínimamente aprender.

Mientras sus hermanos crecían, el orgullo de su padre también crecía, pero no para la pobre Anita, la cual era tratada cada vez peor, por más que ella se esforzara, por más que trataba de hacer cosas que hiciesen sentir orgulloso a su padre, no conseguía ni un ápice de su cariño, ni de él, ni de su madre.

Muchas veces hizo cosas grandiosas para impresionar a sus padres y que así la aceptaran, que no la vieran como una humana inútil que no merecía llevar su apellido, sino como lo que era, su hija, su hija menor; pero cada vez que hacía algo así y se lo contaba y mostraba a sus padres, ellos nunca la creían, siempre pensaban que lo había hecho Joshua, pues mientras a ella la denigraban, a él lo trataban a como a su mayor tesoro, alguien perfecto que no podía cometer ningún error, y dado que Joshua afirmaba ser él el responsable, a pesar de que no lo era, Joshua siempre conseguía un premio, mientras Anita era castigada por mentir e intentar quitarle el mérito a su hermano.

Es por eso que ella dejó de intentarlo, dejó de buscar su cariño, sencillamente se preocupó de sobrevivir en esa casa, lo cual no era tarea fácil, y si no fuera por el buen corazón de una de las sirvientas, Anita no habría tenido nada que llevar a la boca, ni nada con que vestir y calzar, se lo debía todo a ella, a la que consideraba su nana, a la cual despidieron por ser demasiado buena con ella, perdiendo a su única persona querida a la temprana edad de 11 años, y haciendo más difícil su tarea de sobrevivir, pues si cualquier miembro de la casa la veía cogiendo algo sin permiso, la castigaban sin importar que los humanos fueran más frágiles que un híbrido.

Con 15 años ya tenía pensado escapar y vivir en el mundo humano en cuanto cumpliera los 16, pero después lo pensó mejor y decidió esperar hasta los 18, pues era consciente que en cuanto los cumpliera, ya no tendría lugar en esa casa, si es que alguna vez lo había tenido, cosa que dudaba enormemente dada las circunstancias.

Ya lo tenía todo planeado, sabía a dónde iba a ir y lo que iba a hacer, buscaría un trabajo, estudiaría en la noche, conseguiría sacar una carrera, y ejercería de ella, sería como quisiera, y haría lo que más le gustase, ya nadie la mandaría ni la trataría como escoria, no, nunca más, sería libre de vivir su vida como le plazca, entre los humanos, lejos de cualquier sobrenatural, lejos de esas horribles criaturas.

Es por eso que irse de esa casa, o más bien, que la echaran, no la molestaba, sino que la ponía feliz, estaba cansada de esas personas que se suponían eran su familia, pero que nunca actuaron como tal. No se llevó nada, tampoco era que lo tuviera, lo único que poseía era lo que llevaba puesto, y no consideraba que necesitase nada más, ya se las apañaría, como hizo siempre, ese día era un nuevo comienzo para ella, iría al mundo humano y tendría una vida normal lejos del maltrato y los abusos, ese día murió Anita Lonburt y nació Anita Hope.

La maldición del armaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora