Capítulo 1

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Hacía ya 7 años desde que había abandonado su antigua vida, Anita se sentía feliz como nunca, a pesar de no tener pasado, consiguió trabajo como niñera en una ludoteca, es más, era la más adorada por los niños que frecuentaban el lugar, pero no por ello había resentimiento en su trabajo, muchas veces sus compañeras, cuando tenían a un niño difícil, se lo encasquetaban a ella alegando que era la mejor.

Ella no tenía ningún problema con ello, le encantaba los niños, tenía claro que quería ser niñera por el resto de sus días, no creía que tuviera hijos, demasiados secretos en su vida como para tener una relación sana, y la adopción no era una opción siendo soltera, pero se contentaba con saber que podría estar cerca de los niños, aunque éstos no fueran sus hijos, quería a todos por igual y como si realmente fuera su madre.

Su casa era una cabaña en medio del bosque, al principio no tenía dinero, por lo que no podía rentar nada, pero al encontrarse con esa cabaña, aunque al principio estuviera casi en ruinas, le sirvió como punto de partida, al menos tenía un techo donde dormir, y como los habitantes del pequeño pueblo temían adentrarse en el bosque por las leyendas que corrían sobre él, nadie la molestaba allí.

No tenía amigas, apenas salía, y cuando lo hacía, siempre era porque sus compañeras se ponían muy pesadas para que saliera con ellas. A Anita no le gustaba salir, tampoco relacionarse, más allá de su trabajo, nadie sabía nada de ella, casi era como si en lugar de una persona, se tratase de un fantasma, de un espíritu con amor hacia los niños, y su forma de ser no indicaba lo contrario.

Su modo de actuar no era inconsciente, ella era muy consciente de lo que hacía, no quería crear lazos, ni afectuosos, ni mucho menos amorosos, todo eso la ponía en peligro, o eso era lo que creía, además, Anita sabía que su tiempo se estaba agotando, no podría estar en ese lugar por mucho más tiempo, y no tener lazos le hacía más fácil la idea de irse, junto con los ahorros que había acumulado durante todos esos años.

Lo que nunca pensó es que sus planes de irse se vieran desbaratados por una pequeña niña perdida, pues tres días antes de la fecha que tenía planeada para despedirse del trabajo e irse, una niña de no más de seis o siete años apareció en el bosque cerca de la cabaña, completamente perdida, desorientada y en malas condiciones.

Casi le da un infarto a Anita al ver a la pobre niña en ese estado, toda sucia y con la ropa hecha girones, por lo que no dudó en llevarla a su casa y ayudarla, y más cuando la niña se había desmayado, y de no ser porque la atrapó en la caída, habría caído al suelo haciéndose aún más daño.

Dos días la niña estuvo inconsciente, a Anita le hubiera gustado llevarla al hospital, pero en ese pueblo no había, y tampoco tenía un vehículo para llevarla a la ciudad rápidamente, por lo que ella se encargó de tratar las heridas de la niña, de lavarla, y de ponerle un pijama de su talla, pijama que compró en el pueblo bajo la mirada curiosa de la dueña de la tienda, a la cual no respondió cuando ella le preguntó por la prenda.

-Hola - la saludó Anita al ver que ya estaba despierta.

-Hola - dijo tímidamente la niña.

-Me llamo Anita, ¿y tú? - dijo con voz suave para no asustar a la pequeña.

-Serena.

-Bonito nombre - le dijo con una sonrisa, ganándose la confianza de Serena - ¿dónde están tus padres Serena? - la mirada de la niña se entristeció, y las lágrimas amenazaron con salir.

-Mi mamá está en el cielo, y no sé dónde está mi papá.

Serena no pudo retener las lágrimas por más tiempo, y éstas salieron sin control, Anita rápidamente la envolvió en un abrazo para intentar consolar el afligido corazón de la niña, le entristecía enormemente verla así, consideraba a los niños algo sagrado, algo puro y bello que había que proteger a toda costa, y eso es lo que haría, no dejaría a esa niña sola, la acogería como su hija hasta que su padre fuera a por ella, pues bien había notado que era una híbrida, por lo que entregarla a las autoridades humanos no era inteligente.

Pasaron las semanas, y nadie aparecía, Anita empezaba a pensar que tal vez al padre de Serena le hubiera pasado algo, sin embargo, delante de la pequeña, mostraba una actitud segura de que su padre iba a ir a por ella, no pensaba compartir sus preocupaciones con la pobre niña, y mientras tanto, ella sería su tutora, quien se hacía cargo de la pequeña, y aunque Serena no lo decía en voz alta, empezaba a ver a Anita como su futura mamá.

Lo que más molestaba a Anita era dejar sola a Serena mientras estaba trabajando, aunque las dos primeras semanas pudo faltar al pedir sus vacaciones, después tuvo que volver, y por tanto Serena se quedaba sola en la cabaña. Anita sabía que ningún humano se atrevería a entrar en el bosque, pero eso no garantizaba que ella estuviera a salvo, cualquier ser sobrenatural podría verla como una presa fácil al estar sola, por eso Anita le insistía mucho en que siempre estuviera cerca del teléfono para llamarla si veía algo sospechoso.

Le hubiera gustado poder llevar a Serena a su trabajo, pero eso habría significado muchas preguntas, a las cuales habría tenido que mentir, y estaba segura de que al final no acabaría bien, por eso mantenía su rutina en el pueblo, y sin que nadie lo supiera cuidaba a la pequeña, a la cual quería cada vez más, y aunque deseaba que su padre fuera por ella y así fuera feliz, cada vez la idea de perderla se le hacía más difícil.

-Any - la llamó la pequeña.

-¿Qué pasa Sere?

Tal era el cariño que se tenían, que se pusieron apodos, y aunque al principio Anita pensó en llamarla Nervi, ya que Serena no era como su nombre indicaba sino todo lo contrario, el puchero tan tierno que hizo la pequeña la convenció para cambiar el apodo, así que de Serena, salió Sere.

-Me aburro, ¿puedo salir un rato? - Anita lo pensó, sola sería peligroso, pero si iba con ella, no habría problema.

-De acuerdo, pero dame un minuto para ir a por mi bolso.

La niña empezó a celebrar dando saltos y palmadas, lo cual hizo muy feliz a la joven, adoraba a esa niña, de eso no había duda. Subió a su habitación y preparó su bolso, en él metió, entre otras cosas, su teléfono móvil y una pequeña pero filosa daga, toda precaución era poca, aunque era consciente de que a la hora de la verdad poco le serviría, ella se manejaba mejor con la pelea cuerpo a cuerpo, que con las armas.

-Mira, mira, ahí hay una mariposa azul - dijo Serena muy sonriente mientras apuntaba a la mariposa.

-Sí, ya la veo - dijo sonriente Anita.

En ese momento Anita oyó como una rama era rota cerca de ellas, por lo que se puso en posición de combate, cubriendo el cuerpo de la pequeña con el suyo propio. De entre los árboles salió un hombre, alto, de pelo negro, ojos marrón oscuro y mandíbula marcada, cada parte de ese individuo gritaba peligro, y el hecho de que fuera un híbrido no mejoraba las cosas, por lo que Anita se encontraba atenta a cualquier movimiento del sujeto.

-Papá, papá - el grito alegre de la pequeña la descolocó, y más cuando el hombre atrapó y alzó a la niña que había ido corriendo donde él.

-Mi niña, ¿te encuentras bien? - le preguntó con dulzura a su hija, una dulzura que sorprendió a Anita enormemente.

-Sí - dijo Serena alargando la i - Any me ha cuidado - dijo alegre mirando a la joven.

-Muchas gracias por cuidar a mi hija - dijo el hombre acercándose a ella.

Al estar más cerca, pudo notar mejor los rasgos del hombre, y al reconocerlo, casi salta del espanto, le costó mucho controlarse para que no se diera cuenta de lo que pasaba. Nunca habría imaginado que se lo iba a encontrar, que iba a encontrarse con el mayor rival de su padre, el causante inconsciente de la maldición que recaía sobre su familia, Saimom Black, el rey de los híbridos.

La maldición del armaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora