Capítulo 6

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La mañana transcurrió de forma tranquila, el rey fue llamado de urgencia por un problema en la frontera, pero prometió que volvería por la tarde para tener un pequeño picnic con su hija y con la institutriz, y no pensaba romper su promesa por nada del mundo, no volvería a fallar a su princesita, quería verla feliz, quería estar con ella, en cierta forma, Anita le había abierto los ojos, él creía que su pequeña era feliz y no sufría su ausencia, más pudo averiguar que era lo contrario.

Por su parte, Anita intentaba impartir clases a Serena, aunque su mente estaba en otro lado, pudo oír perfectamente lo que le habían avisado a Saimon, el ataque de la frontera, lo que el guardia había dicho, coincidía con las estrategias de batalla de su padre, no tenía forma de confirmarlo, pero tampoco tenía duda de ello, fueron muchos años de oír a escondidas en su casa, muchos datos que guardó en su memoria por si algún día le hacía falta, por si algún día le daban la oportunidad que les daba a sus hermanos, no fue así, pero aún así recordaba todo.

Serena veía bastante distraída a su amiga, además de darse cuenta de la preocupación y ansiedad que guardaba, e ingenuamente pensaba que era por el rey, que se estaba preocupando por él y lo que le pudiera pasar, lo cual hacía que se le formase una sonrisa en la cara, creía firmemente que podría juntarlos, hacer que se enamorasen, ambos habían dado un paso hacia adelante, lo que la niña no sabía, era que la preocupación de su institutriz era algo más que por la salud del híbrido.

La hora de la comida pasó, la tarde llegó, y con ella el rey, el cual tuvo que cambiarse de ropa antes de ir con su hija, pues la batalla aún continuaba cuando él llegó a la frontera, por lo que luchó junto a sus hombres, consiguiendo la victoria al poco, pero aún así era consciente que ese ataque había causado más problemas que los anteriores, era claro que su viejo enemigo había duplicado el número de aliados a su causa, y eso no era bueno, no temía por su vida, sino por la de su hija, pues aunque él era inmortal, Serena no lo era, y la idea de que fuera herida, o peor aún, que la mataran, le destrozaba por completo, no podía permitirlo.

La risa de su pequeña le sacó de sus lúgubres pensamientos, la princesa se encontraba en su sala de estudios, y con ella su institutriz, la cual al intentar coger un libro de las estanterías más altas, se le calló en la cara, acto que hacía reír a carcajadas a Serena, mientras que Anita se sobaba la cara adolorida, sabía que el dolor se le pasaría en cuestión de segundos, pero eso no quitaba que le doliera en ese momento, además de tener la cara tan roja como un cangrejo.

-Sere, no es de buena educación reírte de las desgracias ajenas - le dijo Anita.

-Papá lo hace - dijo Serena sin dejar de reír.

-Es diferente pequeña, yo me río de las desgracias de mis enemigos, no de las de mis amigos - dijo Saimon haciéndose notar.

-¡Papá! - exclamó feliz la princesa corriendo a abrazar a su padre.

-Hola pequeña - dijo el rey elevando a su hija para abrazarla mejor.

Anita veía enternecida la escena, se alegraba de que Saimon hubiera cumplido su promesa esa vez, aunque también estaba nerviosa, tenía que tener cuidado para no ser descubierta, aunque deseaba poder decirle todo acerca de la forma de atacar de Daniel Lonburt, no podía hacerlo sin mencionar su relación con él, y una vez lo dijera en alto, nada volvería a ser lo mismo, él ya no confiaría en ella, no podría seguir siendo la institutriz de Serena, ni siquiera podría estar con la pequeña, y Anita se negaba a ello.

Por la mañana Cailen se encargó de pedir a las sirvientas que prepararan una cesta para picnic, por lo que ya estaba todo preparado para que los tres disfrutaran de la tarde en el jardín interior, uno de los lugares favoritos de Serena y Anita, y que en su día también lo fue para el rey de los híbridos, pero que dejó de serlo después de la traición de la mujer que consideraba el amor de su vida, desde entonces no volvió a pisar ese lugar, y volver a estar ahí después de tantos años, le traía recuerdos, tanto buenos como malos.

La pequeña estaba tan sumergida en su burbuja de felicidad, que no se dió cuenta del rostro nostálgico y triste de su padre, pero la joven sí se dió cuenta, y no entendía lo que estaba pasando por la cabeza del rey para que estuviera así, él no era expresivo, solo lo era cuando estaba con su hija, pero en ese momento hasta se le veía vulnerable, lo cual la descolocaba, nunca creyó verlo así, incluso sentía el impulso de querer abrazarlo para intentar apaciguar los sentimientos que albergaba su corazón, pero se contuvo, no era buena idea, debía recordar quién era él, y quién era ella, lo mejor era hacer como si no se hubiera dado cuenta.

La tarde pasó tranquilamente, la conversación en todo momento fue amena, casi todo lo habló Serena, la cual contaba mil y una historia de su infancia, o más bien de lo que llevaba de infancia. Los dos adultos escuchaban las historias divertidos, la pequeña había liado más de una por su nerviosismo, y había hecho rabiar a sus antiguas institutrices más veces de las que nadie pudiera imaginar, así que el picnic estuvo lleno de humor, a tal punto que Anita en más de una ocasión se puso a llorar de la risa.

Saimon escuchaba atento todo lo que decía su pequeña, muchas veces se sorprendió de las cosas que hizo, actos que él no tenía ni idea que había hecho, y se sentía mal por ello, se estaba perdiendo la infancia de su hija, no había estado ahí en los momentos más importantes de su vida, pero no iba a seguir cometiendo ese error, se aseguraría de estar con ella, de vivir mil anécdotas junto a ella, de saber cada cosa que haga, y se alegraba de que Anita se encontrase ahí, ella podría contarle todo lo que quisiera saber sobre su hija, podría pedirle consejo a la hora de relacionarse con su princesita, debía hablar con ella.

-Me la he pasado superbien - dijo Serena mientras los tres iban al comedor a cenar.

-Lo mismo digo - dijo Anita con una sonrisa igual a la de la pequeña.

-Sí, el tiempo se me ha ido volando - dijo Saimon.

Él no tenía planeado perder toda la tarde, pensaba estar un par de horas junto a ellas, y después volver al trabajo, pero el tiempo fue pasando y él no quería alejarse de ellas, mucho menos tener que ir a hacer el papeleo, por lo que lo dejó estar y disfrutó del picnic toda la tarde, ya se encargaría del papeleo por la noche, merecía la pena las horas extras por haber pasado ese tiempo tan agradable junto a su hija.

-¿Mañana repetimos? - preguntó Serena con un inmenso brillo en los ojos.

-Tal vez otro día - dijo Anita, ganándose una mirada de confusión por parte de Saimon.

-¿Por qué? - preguntó la pequeña con un pequeño puchero en los labios.

-Porque temo morir de un ataque de risa como hagamos ésto todos los días - dijo la joven con una sonrisa y mirando de reojo al rey.

-No, ni se te ocurra morirte, tú tienes que vivir para siempre como mi papá.

Anita se rió sin poder evitarlo, era un hecho que los humanos vivían menos que cualquier ser sobrenatural, incluso las brujas y los brujos vivían más, ella había nacido de dos híbridos, pero no estaba segura de cuánto viviría, pero estaba segura de que mucho menos que la pequeña princesa, pero no dijo nada, no quería que ella supiera la triste verdad, los híbridos podían llegar a vivir siglos, incluso eternamente si nadie les mataba, ese no era su caso.

Saimon también era consciente de ese hecho, y también prefirió no decir nada, no quería que su hija se pusiera triste, siempre cabía la posibilidad de que la joven fuera convertida por un vampiro, siendo vampira podría vivir eternamente si no le pasaba nada, no quería ver triste a su hija, además de que empezaba a cogerle aprecio a la joven, sabía que la escusa que había puesto era para que él no quedara como el malo al no poder debido a su trabajo, algo que se lo agradecía enormemente.

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Hola, espero que os haya gustado el capítulo, quiero avisar que a partir de ahora actualizaré esta historia viernes o sábado.

La maldición del armaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora