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Su llanto se escuchaba por toda la casa. No estaba segura de que aquellas personas se hayan retirado de lugar, pero era lo que menos le importaba en ese momento. Sentía que sus lágrimas no eran suficientes para demostrar el dolor que sentía en ese momento, y sin saber cómo expresar sus sentimientos o manejar sus emociones, gritaba.

Tomaba la mano de su madre entre sus pequeños brazos, cerrando sus ojos ante el tacto que aún se mantenía tibio, anhelando que se moviera, que su pulso resonara... pero nada.

Lloró aún más fuerte, si era posible, al notar que jamás volvería a ver a una de las personas que tanto amaba.

Abrió sus ojos con desesperación al escuchar un susurro. Buscó su fuente, logrando ver unos pies en el suelo de la cocina. Dejó a su madre, pensando seriamente en poder salvar a su padre de alguna manera, que aún seguía luchando por su vida.

—¿¡Papá!?—. Tropezó con sus pies al levantarse tan de prisa, pero pudo mantenerse y correr lo más rápido que pudo al lugar.

El hombre sonrió levemente al ver que su hija se encontraba en las mejores condiciones. Al parecer, había escuchado las indicaciones de su mamá de esconderse hasta que pueda ver que los intrusos se iban, lo cual estaba orgulloso.

—¿¡Papá!?—gritaba la niña con sus ojos nublados, quedando traumada en el instante por la cantidad de sangre en el suelo que salía del algún lugar del abdomen del mayor.

—Tranquila, mi amor... Todo estará bien...—. Hizo un esfuerzo en sentarse y apoyarse contra las alacenas de la cocina, alejándose del traumante charco de sangre que había perdido. Estaba consciente de que era muy posible de que muera en cualquier momento, pero estaba dispuesto a resistir la mayor cantidad de tiempo para que vengan policías y puedan tomar el asunto de mantener a su niña a salvo—. Ven aquí...—. La pequeña rubia gateó hasta donde el castaño se había acomodado, cayendo en sus brazos para continuar llorando.

—Mamá... Ella...—. El hombre sólo podía callar a su hija y acariciar su cabello con delicadeza, tarareando la canción que siempre habían cantado para que durmiera desde que nació.

—Ella estará bien, no te preocupes... Estará en el cielo, cuidándote de todo peligro... Lo prometo...—. La pequeña lloraba aún más fuerte, negándose.

—¡No! ¡No quiero! ¡Quiero que se quede con nosotros!—gritaba, sintiendo lo difícil que se le hacía abrir sus ojos con el paso de los segundos. 

—Te amo, Adora... Debes saberlo...—. La niña se alejó de la camisa del mayor, observando aquellos ojos celestes que había heredado con tristeza. Sonaba como una despedida, y lo odiaba. No podía irse él también.

—¿Papá? Por favor... no...

—Busca a Mara, ¿sí? Ella te cuidará muy bien... Es una amiga muy cercana a tu madre y te conoció cuando eras una bebé... Sé que te tratará muy bien. Te amamos hija, tu madre y yo, mucho...—. El hombre sentía como perdía el aliento poco a poco, lo que alteraba a la pequeña que sostenía su mano, notando como el pulso disminuía el ritmo a cada segundo.

—¿Papá? Sólo un poco más... Ya llegarán... ¡¿Papá?!

—Te amo, hija...—. Adora se aferró a su brazo, gritando lo más fuerte que podía, cortejando sus cuerdas vocales y tosiendo de por medio, pero sin importarle, seguía gritando.

Las sirenas se hicieron escuchar a lo lejos, pero la pequeña de 6 años sólo podía llorar, ignorando el dolor en su pecho, en su garganta y en su cabeza, agobiada por el dolor emocional de perder a sus padres en la misma noche.

La puerta siendo pateada causó un estruendo en el lugar, pero la rubia seguía gritando aferrada al brazo del mayor, rogando porque sólo esté tomando mal el pulso.

—¡Papá!—. Un grupo de policías se dividió por la zona y las habitaciones de la casa, buscando algún rastro de los atacantes. Una mujer pelinegra de ojos oscuros se acercó a la pequeña, tocando su hombro en busca de tranquilizarla, logrando sólamente asustarla.

Adora saltó en su lugar, impulsando su cuerpo detrás de su padre, observando a la mayor frente a ella quien le ofrecía una mano.

—Prometo no hacerte daño, linda...—. La ojiceleste sólo se aferró al brazo de su padre, llorando en silencio esta vez, con miedo corriendo por todo su sistema. La pelinegra no se rindió, pensando en alguna manera de ganarse la confianza de la niña.

Adora sólo observaba su entorno de manera paranoica, hasta que notó un detalle que la sacó de su zona de confort. Un grupo de personas estaba inspeccionando el cuerpo de su madre.

Corrió hacia el lugar sin pensarlo dos veces, lanzándose sobre el cadáver y aferrándose con las uñas a este, dejando un pequeño raspón en la ahora fría piel de su madre.

—¡NO! ¡Mamá! Despierta...—. Lamentablemente, fue arrancada por unos brazos que sobrepasaron su fuerza, llevándola fuera de la casa.

Adora sólo pudo hundirse en la pelinegra policía, humedeciendo su uniforme en la zona de los hombros con sus lágrimas.

—Vamos, pequeña. No deberías haber presenciado aquello...

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Adora se levantó de golpe, tomando su cabeza con ambas manos. Notó que sus mejillas se encontraban húmedas, a lo que se dirigió al baño.

Lavó su rostro con agua fría y se decidió en darse una ducha con agua fría para despejar su mente y despertar su cuerpo dormido.

Tal vez, la muerte de Esperanza haya movido a Mara hasta el punto de abandonarla, pero la buscaría sin importar hasta dónde deba viajar.

Tomó su uniforme para cambiarse y pensó en partir hacia la comisaría. Ya arriba del auto, se decidió a tomar un desvío que no debía pero que necesitaba...

Y estaba segura de que ella también necesitaba despejarse del traje naranja.


Detrás de rejas [Catradora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora