Manhattan, Nueva York
Un par de años atrás...
¿Y si llamaba a mis abuelos para hacerlos venir por mí? ¿Y si simplemente me regresaba a casa y ya? Llevaba casi media hora cuestionándome lo mismo mientras miraba la ciudad desde el enorme balcón del departamento de mis padres con una taza caliente de café. Tenía un par de meses en Manhattan viviendo con ellos por la fama que había alcanzado mi libro publicado, pero odiaba estar ahí. Odiaba los cláxones, el ruido de las calles desde el amanecer, el tránsito y sobre todo no despertar con los pájaros y la voz de mi abuela. En cambio, despertaba por las alarmas de los autos que se activaban solas por nada y el olor del camión de la basura.
-Levina, ha llamado tu padre -escuché a Candace decir mientras caminaba de un lado a otro por el departamento buscándome. No respondí-. Levina, ¿Dónde estás? -arrugué la nariz-. ¡Levina!
-En el balcón -respondí bajito dando el último sorbo a mi café. Ahí venía.
-El señor George quiere que vaya a la empresa.
-¿A la empresa? ¿Para qué? -movió los hombros apretando el teléfono en sus manos.
-Dijo que es importante. Quizás sea sobre el fraude, hoy se abría el caso.
-Cierto, lo olvidé -suspiré pesado-. Dile que iré en un rato. Gracias.
-No hay de qué, señorita.
Había olvidado por completo el fraude de la empresa de mis padres. No estaba muy al tanto, no era que no me importara, pero yo tenía una vida y ciertamente la empresa y la vida de mis padres no me generaban suficiente interés. Teníamos una relación poco común, pues había sido criada por mis abuelos desde pequeña hasta la actualidad y acostumbrarme a ellos, a mis padres, me llevaba tiempo. Cada que volvía a verlos los sentía desconocidos, pero al final terminaban siendo mis padres y no podía hacer nada en contra de ello.
-¡Candace, ya me voy! -grité desde la puerta, pero no me fui. Se podían escuchar los zapatos de Candance viniendo hacia mí.
-Suerte en la empresa, Levina -me dijo mientras limpiaba sus manos mojadas en el delantal. De seguro estaba lavando la losa.
-La necesitaré.
Parecía que iría al peor lugar de la tierra, pero en realidad sí lo era para mí. Pocas veces me aparecía por la empresa, de hecho, poco personal me conocía. Normalmente no vivía con mis padres y cuando urgentemente me regresaba a la ciudad sólo pasaba en mi habitación o en algún lugar al aire libre que me hiciera sentir en casa, en mi verdadero hogar, junto a mis abuelos. Gracias a Candace la estadía era menos pesada. Compartía la mayor parte del tiempo junto a ella, mis padres se pasaban el día en la oficina y a veces me gustaba pensar que también hacía menos pesado el día a día para ella ahora que me había mudado con ellos. Hacer la limpieza sin nadie con quién hablar y al acabar los quehaceres no tener nada qué hacer debía ser aún más fastidioso de lo que yo me quejaba por vivir en la ciudad.
Afuera del edificio conseguí detener un taxi sin mucho problema como en otras ocasiones que, incluso, me tocaba llamar a papá para que me llevase a donde fuera. Tenía coche, pero estaba en casa con mis abuelos. Miré por la ventana y eché mi cabeza hacia atrás al ver el cielo nublado como siempre, pero ese día particularmente tenía ese ánimo de estar en cama sin hacer absolutamente nada más que pensar en la continuación de mi libro. No vivía de la escritura, en Santa Helena mudaba de trabajo, aunque el más duradero había sido de mesera junto a Sofía. De seguro ella lo había conservado, yo había tenido que dejarlo para viajar de vuelta a la ciudad.
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Para llegar a ti
Romance[Sin editar] Levina, una escritora en pleno éxito, conoce a Harris, un chico que ha decidido vacacionar en el pequeño y acogedor pueblo de Santa Helena, donde nació y creció. Ambos se verán envueltos en algunas casualidades que le harán acercarse mu...