Capítulo | 23

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Cuando regresé a Manhattan, había olvidado lo que era vivir en la ciudad. Con ruido, tránsito, mis padres y con Candace. A esas alturas ya estaba demasiado acostumbrada a un lugar que no quería para mi gusto. Los meses habían transcurrido y el tiempo había seguido su curso. Nada se había detenido. La vida seguía sin nosotros.

El día a día no había sido nada fácil o al menos no lo fue los primeros meses. Era difícil la vida sin saber nada de Harris y era irónico porque antes de él, no tenía nada por lo qué desvivirme o afectarme. Me había enamorado en un parpadear y todavía no sabía si aquello era una maldición o debía, por el contrario, sentirme afortunada. Se había sentido surreal al inicio y maravilloso a la vez, pero justo ahí, sola, en casa de mis padres sobreviviendo y sin saber de él, aquello me parecía el castigo de un gran error.

La promesa de Harris antes de marchar había sido una completa mentira. Nunca hubieron llamadas, ni siquiera mensajes o cartas. Cuando decía que no sabía nada de él, no era una exageración. Los primeros meses no había conseguido dormir ni dejaba de pensar en él. No era que ya no sucediera, simplemente no ocurría con la misma frecuencia. Estaba comenzando a acostumbrarme a su ausencia sin quererlo y quería creer que era lo mejor. Seguía aferrada a la idea de que volvería, pero ya ni siquiera por medio de los noticieros sabía de él. Se había esfumado y parecía empeñarse fielmente en no saber realmente nada uno del otro y me dolía. Dolía demasiado todavía.

El mundo estaba informado de lo que estaban haciendo los hermanos Ivanov y mi rapto había salido en televisión por ser la hija de Rick y Josephine George, los esposos empresarios de Manhattan. La ayuda que estaba teniendo Harris para el caso era inmensa, así que seguía sin comprender como Wesley y Morton podían seguir huyendo siendo perseguidos por tantas personas.

Mi recuperación en cuanto a los disparos y todo lo demás había sido difícil. No tenía fuerzas para nada y las cicatrices de mi muslo y brazo me recordaban, una y otra vez, todo lo que tanto estaba intentado olvidar. Mis padres y Sofía estaban conmigo, ayudándome a continuar, pero a veces sentía que no era suficiente. No necesitaba a alguien, lo necesitaba a él. Y simplemente no estaba.

—¡Levina! ¿Me ayudas con los zapatos? —gritó Sofía desde su habitación.

Cargar con gemelas le estaba costando trabajo. El vientre pesaba y estaba cansada todo el tiempo y yo tampoco era de gran ayuda en mi estado.

—¡Voy!

Me puse la blusa más holgada y pasé mis manos con cariño sobre mi vientre crecido. Para tener casi seis meses de embarazo no tenía demasiada barriga.

Mis padres se habían tomado con demasiada emoción la noticia e incluso mamá pasaba más tiempo en casa para vivir de cerca mi embarazo. No había secretos entre nosotros, sabían lo que había ocurrido entre Harris y yo. Tuve que contarles la historia de regreso sin guardarme nada cuando la prueba salió positiva y el hecho de que su padre fuera él no pareció desagradarles. Tampoco a mis abuelos.

Harris no tenía ni una idea de que sería padre y a veces imaginar su reacción me ponía nerviosa y me aterrorizaba. Había intentado muchas veces tomar el teléfono y llamar para darle la noticia, pero él había prometido hacerlo y yo me había propuesto decirle cuando eso pasara, pero seguía sin suceder.

No había imaginado que mi primer embarazo sería tan desastroso y melancólico, sin embargo, trataba de estar bien para que no le afectara al bebé. No tenía culpa de lo que su padre me estaba haciendo.

—Señorita Levina, buenos días.

—Buen día, Candace. ¿Mi madre?

—En la oficina con el señor George, dijo que vendría a medio día para almorzar con ustedes. ¿Necesita alguna cosa? —negué señalando a mis espaldas.

Para llegar a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora