Cap.24 "¿Quieres que desaparezca?".

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Brown City, Michigan. Abril, 1993.

Corría y corría. Sin que me importara si mis pies sentían quemarse sobre el asfalto. Mi cabello atado en una coleta se movía de un lado al otro pero no me impedía ver por donde iba. Movía mis brazos adelante y hacia atrás, generando impulso para ir más rápido.

Hacía dos semanas que había encontrado mi nuevo pasatiempo: correr. Mi caminata se había vuelto un trote entretenido con Teo. Cuando noté que en realidad, podía ir más allá con las velocidad, tuve que dejarlo en casa y salir yo sola.

Había bajado unos cuatro kilos en el último mes. Mamá estaba preocupada, papá decía que me veía bien y a Becky no le quedaba otra opción que prestarme sus jeans.

Me ayudaba a no pensar en lo que no quería y a concentrarme en lo que si debía. Tenía examen de matemáticas en dos días, un informe de idiomas y en una semana estaría viajando directo a New York.

Entré en la casa para recoger mi mochila a irme a la tienda. No había sudado demasiado como para bañarme antes de ir a trabajar pero si lo haría cuando volviera.

Cuatro horas y media más tarde, ya eran las siete. Bajé las rejas, apagué las luces y salí de la tienda cerrando la puerta con llave. El sol ya se quedaba hasta un poco más de más siete y no tenía que volver en la plena oscuridad.

Mi estado de ánimo había cambiado bastante luego de dos semanas más. Ya estábamos a mediados de abril y me sentía mucho mejor.

Si, extrañaba a Atlas. Pero no podía hacer más nada. Si el no podía venir, quien era el que tenía el don de viajar en el tiempo, ¿que podía hacer yo? ¿Comerme las uñas y esperarlo? Claro que no.

Por supuesto que aún lo amaba y me dolía mucho que lo nuestro durara tan poco y tuviese un corte tan abrupto. Pero lamentarme y quedarme llorando no lo iba a traer de vuelta. Ahora lo recordaba y sonreía, feliz de haberlo conocido y que fuese parte de mi vida. Y por supuesto, también haber sido yo parte de la suya.

Mis amigos también lo extrañaban pero ellos fueron quienes me ayudaron a hacerme a la idea de recordar los recuerdos con sonrisas y no con llantos. Recuerdo con total claridad esa conversación.

—¿Pero lo amaste y fuiste feliz, no? —preguntó ella mientras se metía una patata a la boca.

—Claro que si —respondí aún afligida.

—¿Entonces por qué te angustias? Él te amó y tu lo amaste. Fue real y genuino. Llévate ese recuerdo por siempre y ya —dijo como si fuese tan fácil.

—Cariño, hay gente qué pasa toda su vida en una mentira. Agradece estos meses de amor —me animó Scarlett.

En ese momento les dije que estaban locas y que no podía simplemente enterrar a Atlas en mi memoria y fingir que nunca existió. Pero con el paso de los días, me acostumbré.

No lo superé porque aún no puedo escuchar ciertas canciones, ni puedo dejar de pensar en el cuando veo el cuadro que me regaló en mi cuarto. Por Dios, ni siquiera puedo ver a Teo sin pensar en él. Pero al fin y al cabo, cada vez que lo recuerdo sonrío. Y si, tal vez me estoy engañando y lo lógico sería olvidarme de él por completo para seguir mi vida. Pero eso me llevaría más tiempo y más dolor.

Llegué a casa para encontrarme a papá cocinando, mamá mirando televisión y Becky haciendo tarea en la cocina.

—Hola —saludé para subir las escaleras.

Los tres saludaron de vuelta sin decir más nada porque ya no estaba allí. Me quité las zapatillas y las dejé tiradas. Caí sobre la cama acostada, soltando un suspiro cansado.

Nosotros ante todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora