❝ La vida de ahora en adelante está regida por una sola ley: matar o morir.
Y sí, la he seguido al pie de la letra .❞
Venus ha aprendido a sobrevivir por su cuenta en un mundo en el que los muertos caminan, un mundo vacío y desolado. Sin embargo, el...
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Venus
Después de que Michonne lo convenciera, Rick decidió que iríamos con Aaron. Me descubrí ansiosa, imaginándome en una casa, con ropa limpia y decenas de nuevos amigos. Más que miedo a esta nueva aventura, sentía emoción. Estaba impaciente por conocer nuestro nuevo hogar, ya estábamos seguros de que esta vez no nos habían mentido.
Empacamos nuestras armas, porque no teníamos otras pertenencias además de ellas. Después de comer mi porción de los enlatados que encontraron en la caravana en la que Aaron había llegado, me dispuse a salir, siendo sigilosa para que nadie me siguiera. Tenía que visitar a mamá antes de irme, necesitaba una última vez a su lado. Me aseguré de que mi pistola llevara las balas suficientes y el cuchillo estuviera guardado en la funda de mi muslo.
El día estaba soleado, cálido y la brisa se levantaba del pasto húmedo por la tormenta de la noche anterior. Conforme me alejaba del granero, el olor era menos penetrante y los cantos de los pajarillos me rodeaban.
Cuando llegué a ella, la sábana que la cubría a penas se había mojado por la lluvia y sonreí al ver sus botas gastadas, que eran lo único que sobresalía de su cuerpo. Parecía estar durmiendo. Me senté a su lado, acariciando con un dedo el cuero gastado. Repasé los trazos de las costuras, hasta que noté un bulto extraño a un costado de su tobillo y me apresuré a investigarlo. Ahí guardado, estaba un pequeño saco de tela, dentro del cual había un par de hojas dobladas y un pedazo de madera tallada. La primera hoja era una carta cuyas letras estaban desgastadas e ilegibles, así que la doble y volví a guardar. La segunda, era una fotografía a blanco y negro, en la cual al reverso estaba escrita una dedicatoria con una caligrafía bastante pobre:
Te amo por siempre, Lucero del Alba.
—D.D
Enternecida, no pude evitar sonreír. Sin embargo, cualquier rastro de alegría se borró de mi rostro en cuanto volteé el papel para poder observar la foto. En el gastado paisaje, mi madre sonreía a la cámara, abrazada a un hombre fornido y de cabello corto. Parpadeé un par de veces, quise asegurarme de que estaba viendo bien, que era tal vez una alucinación que mi cabeza estaba creando, pero no: el hombre en la foto era Daryl Dixon.
El corazón me cayó a los pies. No podía ser cierto, sería era una coincidencia muy grande. No, no era posible.
Rápidamente desdoblé la carta, indagando aún más en las palabras a penas entendibles y rescaté unas cuantas que me robaron el aire.
Lo siento... Cuídalos... Es lo mejor... Amo...
Mi cuerpo se llenó de ira, y de nada más. Daryl Dixon había sido el que dañó a mi madre, quien la dejó en depresión post-parto y a Freddie haciéndose cargo de una bebé recién nacida hasta que su madre fue capaz de mirarla sin sentir repulsión. Daryl Dixon fue a quien mi madre lloraba todas las noches y mi hermano extrañaba a diario. Fue quien lastimó a las únicas personas que me han amado en la vida, y en quien mamá ni siquiera dejó de pensar hasta el día de su muerte. Lloré encima de ella, aferrándome a su cadáver una vez más. Grité con todas mis fuerzas y golpeé el pasto a mis lados hasta que me dolieron las manos.