09| Fighters

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CAPÍTULO NUEVE: fighters

CAPÍTULO NUEVE: fighters

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Venus

Leí una vez en un libro de neurociencia, que la parte que se encargaba de hacernos sentir dolor, estaba en el cerebro. En el gyrus cinguli, para ser exactos. Pero yo sentía el corazón hecho trizas, me dolía incluso respirar. Cada latido atravesando mis arterias era una tortura.

Yo sabía que el sacrificio que mi madre había hecho para que Freddie y yo pudiéramos escapar, estaba segura que no había sobrevivido. Pero verla así, convertida en un monstruo come-carne que intentó devorarme, fue devastador.

Dejaron que pasara un momento con el cuerpo, le cubrieron con una sábana que llevábamos con nosotros. Lloré por horas hasta que sentí que no quedaba ni una lágrima en mi.
Los hombres del grupo me ayudaron a acomodar el cuerpo bajo un frondoso árbol con flores nacientes, de las cuales Michonne cortó unas cuantas y las dejó encima de mi madre.

Maggie me miraba de lejos, parecía querer acercarse a mi, pero no lo hizo. Lo mismo que Carl. La indiferencia de ambos me dolía en el alma y todo el camino desde Atlanta me estuvo atormentando, no entendía qué había hecho para alejarlos. Pero, considerando mi situación, eso no me importaba más en lo absoluto.

No íbamos a parar, estaba claro. Seguíamos en marcha a pesar de que todos sufríamos nuestro proceso de luto en distintas etapas y por diferentes causas: por la muerte de Bob, Beth, Tyreese y por cómo Eugene enterró nuestras esperanzas con su mentira. Y luego estaba yo, resintiendo cada una de ellas, aunado a haber sido testigo de cómo remataban a lo que alguna vez fue mi madre.

Unos kilómetros delante del puente, encontramos una caravana de coches a la deriva. Daryl me llevaba del brazo, ayudándome a caminar; no me opuse, me sentía muy débil y temí que no tuviese la fuerza suficiente para andar por mi cuenta. Podía notar que todos en el grupo se turnaban para lanzarme miradas fugaces llenas de pesar, pero ni siquiera la empatía que intentaban transmitir me hizo sentir mejor.

— Iré a rodear por el bosque —anunció Daryl. Me miró como pidiéndome permiso, pero lo único que hice fue soltarme de él.

— Te acompaño —dijo Carol.

— No. —Espetó Daryl, tajante. Volvió a mirarme, preocupado por mi reacción ante su actitud tan grosera con la amable mujer que nos salvó de Terminus. No sabía qué, pero estaba segura que algo había pasado entre ellos cuando fueron a explorar el bosque antes, y no terminó bien. Sin embargo, no era de mi incumbencia—. ¿Por qué no cuidas de Venus?

Quise decirle que no, que estaba bien, que no era una bebé y yo podía cuidarme sola. Pero no pude hablar, tenía un nudo en la garganta tan grande, que incluso lastimaba. Moví la cabeza cuando Carol ocupó el lugar de Daryl y me tomó del brazo, me dio un apretón amistoso y sonrió.

Isle of Flightless Birds| Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora