No era la primera vez que se burlaban de ella y la molestaban, no tenía cuestión llorar porque después de todo tendría que consolarse a sí misma, ¿entonces por qué su cuerpo no le respondería? Los sollozos podían oírse afuera de la casa; increíble, y eso que era el primer día del curso. Tuvo la buena suerte de toparse nuevamente con sus compañeros de la primaria.
Quería morirse.
Un aula entera de 40 estudiantes aproximadamente, la gran mayoría dispuestos a cortarle la cabeza y lucirla como un trofeo. Sin dudas Jennie no tenía bendición ninguna, sólo de recordar la forma en la que vertieron agua sucia sobre su cabello en las afueras de la secundaria, le daban ganas de perderse del mundo.
Michel y su pandilla un día la arrastrarían por el suelo, se lo advirtieron además. Si volvía a ignorar la voluntad de Alexandra, la todopoderosa del salón, se las vería muy mal.
—Deja de lagrimear, no hiciste nada malo —sollozó con mayor fuerza—. Ellos lo hacen para molestarte, no les des el gusto.
Estaba atrapada en un ring de boxeo, sin práctica alguna del deporte pero con una experiencia devastadora en recibir puñetazos. ¿Qué calamidad cuando el Universo se confabula para mostrarte su peor ángulo de las cosas, eh? Y lo mejor de la cuestión, era que aún le faltaban dos años para terminar la enseñanza y poder reunirse con sus papás, lejos de tan dolientes recuerdos que le causaba su entorno.
Pero ella no se creía capaz de soportar más tiempo, ya había resistido por cuatro años. Levantó la vista un poco de la cama para encontrarse con sus libros escolares intactos dentro de la mochila. Ni siquiera los había ojeado.
—Eres una rata de laboratorio —enjuagó sus lágrimas y sonrió—. Ve a por tus cuadernos, anda.
Tomó el primero y lo revisó, luego el segundo, el tercero y así sucesivamente hasta no tener más ninguno pendiente. Habiéndose relajado un poco, tuvo la idea de forrar las carátulas de los mismos con el fin de protegerlos del desgaste.
Gritó.
Una cucaracha muerta cayó en sus manos cuando sacó la cartuchera de lápices. «Otra broma pesada, debo poseer una especie de maldición para que ellos también me odien de esta forma», pensó. Quizás tuviese razón o no, la verdad, nunca sabremos por qué le caemos mal a algunas personas sin haberles hecho daño alguno, ¿te ha pasado? Bueno, como sea.
La pobre, cabellera y manos sucias es una combinación mortal para bajarle el autoestima a alguien, y el suyo estaba por los suelos.***
Jennie tomó una ruta peligrosa en el autobús. El destino final fue su lugar favorito, que por cierto, se había hecho popularísimo por el elevado número de suicidios cometidos en él. Las personas escribían una carta, la introducían en una botella, tiraban esta al mar y luego, ellos le hacían compañía a su última petición de muerte. Los pescadores de la zona abandonaron su quehacer, pavorosos la mayoría de pescar hasta dos botellas diarias. Lo horripilante era que había unas tantas cuyos dueños... nunca aparecían. Sí, este era su sitio preferido.
—¿Tienes alguna idea sobre qué poner? —le preguntó a su única amiga—. Posiblemente a mí sí me hallen en el plazo de una semana, al menos tengo que ser positiva en ese aspecto —suspiró— ¿tú qué me aconsejas?
No le contestó.
Claro que no podía hacerlo ni en sueños, ¿cómo le hablaría su reflejo en el espejo? Podrían creer que estaba loca, pero qué más daba, no había ningún transeúnte a esa hora por allí. Comenzó a divagar sobre el contenido del trozo de papel, mientras caminaba por la acera de la calle y rozaba con sus manos el borde del muro que la separaba de la inmensidad del mar. Sin percatarse, con cada paso se alejaba de la zona, se perdía del mundo. Miró al triste cielo con melancolía, nadie iba a extrañarla...
En un descuido su nota suicida se fue volando.
—Espera un momento —giró en sus talones y emprendió una carrera en dirección opuesta—. ¡Todavía no tengo la botella! ¡Regresa!
Tres chicas venían por ese mismo sendero y una de ellas que cantando a vivo pulmón, no pudo evitar en su distracción chocar irremediablemente con la futura suicida.
—Lo siento, ¿has visto un papel volar por el aire?
—No, pero te aseguro que algo menos frágil que tú ¡ni el papel! —la levantó de un salto—. Disculpa que no me haya presentado, soy Lisa.
Tendrían la misma edad a juzgar por su altura, todas vestían uniforme de secundaria y se presentaron una tras otra. La alta del grupo, Rose y la súper educada, Liz. Poco tenían que ver las tres desde afuera, no parecían tener ningún punto en común.
—¿También vas a la fiesta? —el rostro de Lisa se iluminó.
Por unos segundos no supo que decir, pero decidió seguirle la rima procurando que el tema no parara en la razón por la cual había estado corriendo como una desquiciada por el pavimento.
—A nosotras nos avisaron de improvisto hace 1 hora, hemos llegado a golpe de suerte. Según dijo la administradora del grupo es una recepción pequeña para celebrar la unificación de todas las admiradoras de la zona.
Lisa no paraba de hablar al paso que conducía a las otras a quién sabe dónde.
—Por cualquier cosa busca hacer un festejo, es propio de ella. Por cierto, nunca te había visto por aquí —la miró extrañada Liz.
—Soy... nueva.
Se detuvieron en seco frente a Jennie con los ojos en blanco, a excepción de Rose que no había abierto la boca en todo el tramo. A empujones apresuraron el paso, haciendo caso omiso de las miradas imprudentes de esos que estaban en medio.
Vaya giro de los acontecimientos. Por una simple mentira asistiría a una fiesta con un trío de extrañas, las cuales lejos de inspirarle confianza le estaban dando escalofríos. Desde la rara conversación hasta la reacción presente ante esas dos palabras, miedo sin duda. Cuando llegaron al sitio, esperó que no se hubiese metido en un enorme problema.
—¡Bienvenida a Espacios A+ adolescentes!
Ubicado en Campanario entre Compostela y Muralla, detrás de la antigua farmacia Zarrá, estaba el nuevo centro para jóvenes de la Habana Vieja. Escuchó de este en la televisión e incluso pensó en visitarlo, ¡pero quién le diría que acabaría ahí por tales chicas! Gracias debió de darles. El sitio era amplio, amueblado de increíble manera y se aprovechaba increíblemente el espacio del lobby con estos. Para colmo, tenía a su derecha una especie de zona de recreo, grande, con amplia entrada de luz en la cual platicaban un reducido número de personas.
—Dijiste que eras inexperta, ¿no?
Se sorprendió de escuchar la voz de Rose, tragó en seco y afirmó lo que dijo.
—Entonces no debes saber mucho del tema central —puso una sutil sonrisa —. Mis amigas estarán encantadas de ponerte al tanto de lo que pasa aquí.
Y así fue. Resultaba ser que de todos los lugares del planeta había parado en una reunión de un club de fans del k-pop. Esto último no era más que una onda musical nueva proveniente de Corea del Sur (al otro lado del océano) y que se había expandido por toda América Latina. Si bien su remoto pedazo de tierra no se había librado de él, ahora había personas por cualquier lado reproduciendo tal música y ella, de ilusa, acabó en aquel lugar.
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Mi pequeño mundo
Teen FictionImagina que eres la princesa de un castillo, sí, habitas en un cuento de hadas a la espera de tu final feliz. Y entonces, como por arte de magia, tu burbuja de cristal revienta y no quedan ni las cenizas, solamente amargos y dolorosos recuerdos... ...